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América Latina atraviesa una “década rara” y crucial para su desarrollo

América Latina atraviesa una “década rara” y crucial para su desarrollo

América Latina se encuentra al comienzo de una década rara caracterizada por democracias débiles, desarrollo estancado, bolsones de anarquía, militares estudiosos, golpistas disuadidos, golpistas elegidos, outsiders siempre listos, políticos reprobados y norteamericanos indiferentes. La percepción masiva de fracaso mortifica a los ideólogos del modelo neoliberal, al mismo tiempo que el desencanto político se extiende por las diferentes capas sociales. Por eso surge la pregunta de si existe una buena alternativa o si la década rara sólo puede resolverse con dictaduras de nuevo tipo o con repúblicas de mercado, mafiosas y centrifugadas. Por José Rodríguez Elizondo.

América Latina atraviesa una “década rara” y crucial para su desarrollo

Las fotografías de niños argentinos famélicos que publicó la prensa mundial en noviembre del año pasado, brindaron un terrible testimonio sobre lo que estaba pasando tras los indicadores.

En uno de nuestros países con más tradición de riqueza –en especial alimenticia-, sólo el 19 de ese mes murieron seis niños por desnutrición, diecisiete en la provincia de Tucumán y dos en la provincia de Misiones.

Ampliando la cobertura, la prensa informaba que en los primeros nueve meses del año 49 niños habían muerto por “problemas de alimentación”. El dato estadístico señalaba que el 20% de los niños argentinos pasaba hambre.

Los indicadores regionales del 2002 ilustran que el retroceso es de América Latina en su conjunto:

– En 1990 la pobreza afectó al 45% la la población de toda América Latina, representado por 200 millones de personas. En 1998, más de 50 millones de personas que provenían de las capas medias se convirtieron en “nuevos pobres”. A fines de 2002, la población de la pobreza aumentó en 20 millones.
– En 2002 se detectó la inminencia de hambruna en Centroamérica, con un tercio de la población -10 millones de personas- viviendo con menos de un dólar al día.
– El desempleo abierto llegó a su nivel histórico más alto en la región, con un 9.1%.
– El producto regional cayó en 0,5%.
– Cayeron las exportaciones y se redujo la inversión extranjera, en el peor cuadro depresivo desde la primera mitad de los 80.
– Lo anterior, sumado al pago de intereses de la deuda, significó la salida de 39 mil millones de dólares, equivalente al 2.4% del PIB regional.

Percepción de fracaso

La percepción masiva de fracaso mortifica a los ideólogos y tenócratas del modelo económico ultraliberal o neoliberal, en trance de aplicación. En cada peak crítico, es lo primero que atacan los máximos responsables de cada país.

Para los ideólogos del modelo cuestionado se trata de una gran injusticia pues, salvo contadas excepciones –como el caso de Chile durante el régimen militar-, éste no ha podido implementarse a cabalidad. El proceso de apertura de los mercados ha sido, más bien, una sucesión de parches de liberalización para conseguir dinero de los países desarrollados.

El supuesto ultraliberalismo sería un “híbrido” inducido por las “interferencias sociales”. Estas interferencias presionan por volver a las regulaciones y controles de las economías sobreintervenidas. Los políticos del poder transigirían con el error sólo por motivaciones políticas –léase espurias-, revelando carecer de la convicción necesaria para imponer la buena teoría económica o “el pensamiento único”.

En el fondo, aunque no lo dicen, esos ideólogos están por la subordinación de las Ciencias Políticas a las Ciencias Económicas, a partir de posiciones de poder. De manera expresa o tácita, valoran la combinación de dictadura política y libertad de mercado que ejerció el general Augusto Pinochet, para imponer el modelo neoliberal en Chile, al margen de “interferencias sociales”.

Sin alternativa

Por otra parte, la verdad es que la mayoría de los líderes latinoamericanos democráticos no saben bien qué poner en el lugar de ese modelo. Están contra las dictaduras como método para imponerlo. También están contra el desarrollismo dirigido desde el Estado y contra el populismo caudillesco.

Pero, más allá de esas formulaciones generales, se limitan a reconocer los méritos del mercado como asignador de recursos, la necesidad de que cumpla una función social positiva y la certeza del marco institucional público provisto por el Estado.

Dada esa parálisis de los teóricos, el “crecimiento con equidad” –pero sin estrategia ni metodología- que se invoca en el centro político de los sistemas latinoamericanos, es percibido más como un eslogan que como un concepto operativo.

Por otra parte, más allá de las posibilidades y dilemas propiamente latinoamericanos, afecta a la región el comportamiento de los Estados Unidos. En especial, la amenaza de que la “doctrina Bush” implique un estado de guerra extrarregional de graves consecuencias globales. Lo peor estaría por llegar.

Década rara

La población latinoamericana se autopercibe así entre un presente malo y un futuro pésimo. No basta un mal quintil para dar otra década por perdida. Si hay que definirla anticipatoriamente, más valdría decir, con precaución, que estamos en la primera etapa de una década rara.

Una década que se caracteriza por países con democracias débiles, desarrollo estancado, bolsones de anarquía, militares estudiosos, golpistas disuadidos, golpistas elegidos, outsiders siempre listos, políticos reprobados y norteamericanos indiferentes.

Aplicando la metáfora del vaso medio lleno o medio vacío, en este síndrome pueden verse tanto las malas alternativas -que esbozaremos más adelante- como la oportunidad de aprovechar los espacios que deja el laissez faire de los Estados Unidos, la inviabilidad relativa de las dictaduras y la obsolescencia de las utopías totalizantes.

La rareza de la década puede sintetizarse en que nos coloca ante la última edición de un viejo dilema: América Latina enfrenta el callejón sin salida o descubre la salida del callejón.

Introspección obligatoria

Ante ese dilema, los países de América Latina deben ir a la raíz propia, interna, de sus falencias, para procurar su desarrollo. Expresada en primera persona del plural, significa que ya no podemos seguir culpabilizando a potencias y circunstancias externas por nuestros déficits, estancamientos y retrocesos.

Terminada la guerra fría y al filo del bicentenario de su independencia política, está cortada la vía de retorno a la teoría dependentista y está excluído el conformismo de los sectores conservadores.

Tenemos a la vista el ejemplo de países asiáticos ex tercermundistas, que han llegado al desarrollo desde condiciones históricas inferiores. El caso de Israel que, entre guerras y treguas, ascendió desde su condición de país exportador de cítricos a la de exportador de tecnología de punta (high-tech), antes de cumplir medio siglo de existencia.

También está la lección del Japón, para industrializarse con ahorro interno y sin dependencia y la de los países europeos, que conformaron el poderoso megabloque comunitario, tras dos devastadoras guerras mundiales.

Enfrentar los déficits

Comparativamente, los países de América Latina, salvo guerras o escaramuzas focalizadas, vivieron un pacífico siglo XX (lo cual equilibra la ausencia de un Plan Marshall), sin renunciar a sus recelos vecinales, sin los sacrificios necesarios para generar ahorro interno y sin elaborar una estrategia común ante terceros.

Es ineludible, entonces, enfrentar los déficits propios sin esconderlos bajo la alfombra. Con mayor razón si se entiende que esa responsabilidad de nuestros liderazgos ya está siendo reclamada por los ciudadanos de a pie.

Sus señales críticas hacia gobiernos, partidos y dirigentes individuales se manifiestan cada vez que tienen la oportunidad, a través de elecciones y encuestas. A veces, como en Argentina, también con manifestaciones callejeras violentas y ecuánimemente antipolíticas.

Dado que los partidos y sus líderes no han reaccionado como debían, en América Latina se vive, hoy, una dislocación especial: las sociedades aprendieron a vivir como si sus representantes políticos no existieran y éstos aprendieron a funcionar como si no existieran los ciudadanos representados.

Desencanto político

Coherentemente, el comportamiento de la ciudadanía regional muestra un categórico desencanto con:

– El funcionamiento de nuestras instituciones políticas
– el darwinismo de nuestras sociedades de mercado
– la impotencia de nuestras democracias
– la calidad de nuestros partidos políticos y
– nuestra manera de resignarnos a lo anterior.

Huelga decir el daño que esto hace al ideal democrático. En la región se está pasando del optimismo escéptico de Winston Churchill al agnosticismo de Karl Popper. El mérito de la democracia, hoy, estaría limitado a la posibilidad de cambio incruento de los malos gobiernos.

Todos los desencantos anotados parten de las carencias de los partidos. El desencanto con estos es la madre de todos los desencantos.

Dictadura, Mercado o Mafia

Este desencanto ilustra la necesidad urgente de una refundación o “reingeniería” del sistema de partidos. No hacerlo es perseverar en un sistema de castigos a los políticos -directos, indirectos, pasivos y activos- que conduce al fin de la república democrática.

Más allá estaría un retorno al pasado dictatorial, con sistemas represivos de nuevo tipo o repúblicas de mercado pos modernas, sin mediación de los politicos.

Lo último no es política-ficción. Parte importante de los latinoamericanos ya está consumiendo sucedáneos políticos de mercado. La tendencia perceptible muestra, hoy, una opinión pública formada (o deformada) por intelectuales que ofician de informadores, comunicadores, publicistas y encuestadores.

Serios sociólogos han llegado a sostener que los intelectuales de hoy o son de mercado o no son. De hecho, a través de empresas consultoras o de los mass media, son los que fijan la agenda pública de los representantes políticos y formulan las encuestas que orientan a los “líderes”. Las elecciones, en estas circunstancias, tienden a convertirse en un simple testeo de esas encuestas.

Falta poco para que el sistema se institucionalice, sacando de la competencia a los políticos tradicionales y escenificando las alternancias en teletones periódicas. Paradójicamente, las repúblicas de mercado coinciden con el futurible marxiano de un Estado en extinción, donde las autoridades se encargan más de la administración de las cosas que del gobierno sobre las personas.

República mafiosa

Aunque no sería la única alternativa novedosa, la crisis regional muestra también la amenaza de la república mafiosa, con la inserción espuria o brutal de nuestras economías en la economía global.

Aludiendo a esta opción en la segunda mitad de los años 80, el Presidente peruano Alan García dijo que el narcotráfico era “la única empresa transnacional exitosa de América Latina”.

Las élites conservadoras de la región y de los Estados Unidos no han interiorizado el significado real de la advertencia. Su opción por la tecnocracia y por la prescindencia, respectivamente, actualizan el viejo aforismo según el cual los dioses ciegan a quienes quieren perder.

Con esto quiero decir que el narcotráfico no es la única sino la más rentable de las formas brutales de reinserción. Dado que las agrupaciones humanas, al igual que la naturaleza, tienen horror al vacío, los presuntos desechables de América Latina se niegan a asumir su irrelevancia de muchas otras maneras. Por ejemplo, invadiendo las capitales del desarrollo, arruinando ecosistemas, incorporándose a los submundos del delito o ejerciendo el terrorismo.

Abandono inviable

Son demasiados millones de habitantes los que, dejados en el abandono, pueden liberar los monstruos goyescos de sus sociedades, para que circulen por todos los espacios.

El español Antonio Gala sintetizó la etiología y patología de esta alternativa de la desesperación, mediante una sentencia que debiera estar en los despachos de todos los actores políticos de los países desarrollados:“al pueblo que malvive de la coca no tiene por qué importarle más que los ricos se droguen, que lo que les importa a los ricos que él no coma”.

Los europeos, en un momento equivalente, tuvieron la lucidez necesaria para admitir que un libre mercado ideologizado conduciría a una región de consumidores, aislada por un cinturón de miseria. Fue la premonición y rechazo de una “Europa fortaleza”.

Lo interesante es que los acontecimientos del 11-S los han confirmado en la bondad de su opción. Reconociendo el peligro del terrorismo globalizado, Annette Neyts-Uytterbroeck, Ministra de Relaciones Exteriores de Bélgica, ha dicho que “hay que inmiscuirse en el mundo, porque el mundo de todas maneras se inmiscuye en nuestros asuntos”.

Las tentaciones de la miseria

A diferencia de los Estados Unidos de Bush, esa “inmiscusión” no significa privilegiar la fuerza de rechazo, sino reconocer la ligazón estructural entre la miseria y las malas tentaciones.

La Ministra percibe que tener países pobres “a nuestras puertas” es una situación que puede trocarse en vecindad con “terroristas, sindicatos para el crimen, reyes de la droga o tiranos”.

En otros términos, “mientras no se haya resuelto el problema de la pobreza en gran parte del mundo”, la riqueza de Europa “sigue siendo frágil”.

Ante eso, redescubre la ligazón entre el interés regional y la cooperación. “Sería mejor –dice- que nos hiciéramos cargo del problema, asumiendo (…) la empresa más ambiciosa de nuestra generación: invitar a nuestro hogar europeo a rumanos o búlgaros, cuyo nivel de ingresos es siete u ocho veces inferior al de los alemanes o los holandeses”.

El sueño inconcluso

A esta altura, en América Latina surge la pregunta de si existe una buena alternativa o si la década rara sólo puede resolverse con dictaduras de nuevo tipo o con repúblicas de mercado, mafiosas y centrifugadas.

Es una pregunta que, como en los viejos acertijos cinematográficos, nos lleva a descubrir que la solución estaba en las secuencias iniciales -aparentemente inocuas- del filme regional.

Porque esa solución nunca dejó de estar donde estuvo, desde que la soñara el libertador Simón Bolivar, en un sueño compartido con los otros grandes líderes de la región: en la integración de los pueblos independizados.

Debemos llegar al bicentenario de nuestra independencia como un bloque integrado, asociado con los Estados Unidos y estructurando el sueño nuevo de la Comunidad Iberoamericana de Naciones.

Si fracasamos nuevamente, habría que establecer un premio para quien invente otro trabajo a los políticos de hoy. Si tenemos éxito, demostraremos la verdad del poeta: el sueño del desarrollo y de la integración de América Latina era un sueño, pero todo comienza siendo un sueño.

José Rodríguez Elizondo es autor del libro “Chile: un caso de subdesarrollo existoso”, publicado por la Editorial Andrés Bello de ese país. Su obra mayor consta de 16 títulos, entre cuentos, novelas, ensayos, tesis filosófico-jurídicas y reportajes.
Ha sido distinguido con el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991).
Su novela «La pasión de Iñaki» se estudia en universidades norteamericanas. Sus ensayos «Crisis y renovación de las izquierdas» y «El Papa y sus hermanos judíos» son referencia obligada en materia de ideologías políticas, diálogo interreligioso y conflicto israelo-palestino. Las tres obras están en el catálogo de la Editorial.

Jose Rodriguez Elizondo

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