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El incierto límite de la longevidad científica

La ciencia se está planteando si existe un límite biológico de la vida o si la mejora de las condiciones de vida pueden derrotar al envejecimiento. La realidad es que la esperanza de vida no ha dejado de crecer desde 1840 y que nada indica que pueda detenerse. Antes al contrario, lo que se desprende de esta evolución es que las condiciones de vida están modificando los condicionantes genéticos, sin que la sociedad esté debidamente preparada para asumir las consecuencias de lo que ha dado en llamarse la “longevidad científica”. Por Eduardo Martínez.

El incierto límite de la longevidad científica

Geriatras, demógrafos, biólgogos y genetistas están inmersos en un acalorado debate sobre los límites de la longevidad, toda vez que la duración de la vida ha perdido los límites para la ciencia: cada vez que se fija una edad teórica de supervivencia humana, los datos empíricos la superan.

El último episodio de esta polémica lo ha aportado el profesor de Biología Evolutiva en la Universidad de California, Michael R. Rose, investigador de los genes responsables de la longevidad. Se ha hecho famoso por haber seleccionado Drosophilas que viven el doble de lo normal dejando reproducirse sólo a moscas "viejas".

Michael R. Rose y otros colegas acaban de publicar en la revista “Physiological and Biochemical Zoology” un artículo, Late Life: A New Frontier for Physiology, en el que plantean que hemos llegado a un nuevo estadio de la evolución de la especie, en el cual la así llamada madurez (“late-life”) se caracteriza porque termina el deterioro físico asociado a la edad.

Señala que las mejoras médicas y de la calidad de vida han aumentado las expectativas vitales de las personas y evitado defunciones “prematuras” programadas por la naturaleza. Añade que esta madurez ha surgido después de que las fuerzas de la selección natural, que afectan tanto a la fertilidad como a la mortalidad, hayan dejado de tener un impacto determinante sobre nuestra especie.

Origen de la polémica

La polémica surge porque, en teoría, la longevidad máxima de una especie es algo predeterminado biológicamente y que está por tanto al margen, tanto de la estructura por edades de la población, como de las mejoras de las condiciones materiales de vida que retrasan la mortalidad.

Estas mejoras no deberían alterar en principio los límites biológicos para la duración máxima de cualquier ser vivo, pero lo que sugieren Michael R. Rose y sus colegas es precisamente la hipótesis contraria: que las condiciones de vida pueden estar modificando los condicionantes genéticos y propiciando una duración de la vida más allá de los límites establecidos hasta ahora por la naturaleza.

Su conclusión se basa en una evidencia: a medida que mejora la duración media de la vida y la pirámide de población se va agrandando en la cúspide, los casos comprobados de longevidad extraordinaria son cada vez más numerosos.

Michael R. Rose pretende con este artículo involucrar a otras disciplinas, particularmente la psicología, en el estudio de este nuevo período de la especie humana llamado madurez, al considerar que las perspectivas biológico-evolutiva y demográfica, no son suficientes para describirla y explicarla adecuadamente.

Los autores llaman la atención especialmente sobre la necesidad de analizar las actitudes de las personas ante este nuevo fenómeno, la madurez, porque sólo un cuidadoso análisis de los mecanismos psicológicos que regulan los comportamientos relacionados con la mortalidad y la fecundidad, puede ayudar a comprender cómo los organismos vivos consiguen frenar el envejecimiento.

Supercentenarios

Los datos que soportan la polémica sobre la longevidad, respecto a la evolución de las expectativas de vida, son más que elocuentes. En Estados Unidos, la media de vida está situada hoy en los 76 años de edad, frente a los 47 años de 1900. Uno de cada ocho norteamericanos es hoy mayor de 65 años, una proporción que se estima pasará de uno a cinco en 2030.

Los mayores de 85 años es el sector de población que más crece en Estados Unidos, donde ya hay 120.000 personas que tienen más de 100 años. Las perspectivas de una “longevidad extraordinaria” en la población nortamericana han sido descritas en el trabajo Living to 100 and Beyond: Search for Predictors of Exceptional Human Longevity.

En Canadá, el porcentaje de la población mayor de 65 años es hoy del 13%, pero pasará al 21% en 2026. En Japón, la esperanza de vida era de 76-78 años de edad en 1950 y hoy es de 85 años para las mujeres, lo que se cree será la media de los países industrializados en 2050. La mayoría de las personas del mundo que hoy tiene más de 110 años son japoneses.

China tendrá 470.000 centenarios antes del año 2050, contra los 7.000 que tiene en la actualidad. De aquí a 2036, más del 20% de su población superará los 65 años de edad. India será el país más poblado en 2050, antes incluso que China, momento en que la media de vida en este país se situará en los 74 años de edad.

También en el Sur

En Pakistán, que alcanzará también esa expectativa de vida en el mismo año, los mayores de 60 años serán 4,7 veces más numerosos en 2050, pasando de los 9,3 millones actuales a los 44,1 millones.

Hay una novedad importante en esta panorámica, recogida en los anales del Congreso Mundial sobre Población que tuvo lugar el año pasado en Tours: si los países desarrollados llevan constatando la creciente longevidad desde hace décadas, los países en desarrollo van a experimentarla de una forma todavía más brutal: las proporción de personas mayores aumentará en estos países dos veces más deprisa que en los países industrializados.

Thailandia es un buen ejemplo: hoy sólo el 7% de la población tiene más de 60 años, pero en veinte años más será el 14% de su población la que sea sexagenaria. Algunos países desarrollados han tardado más de un siglo en alcanzar esa cifra, lo que desvela la magnitud del fenómeno y siembra la duda respecto a la capacidad de estas sociedades para acoger este creciente segmento de población.

De todas formas, tampoco es posible generalizar: en África austral la esperanza de vida ha caído espectacularmente debido al sida, mientras que la mortalidad infantil está estancada en el África subsahariana. En Mozambique la esperanza de vida no llega a los 34 años. Son las dos caras de la moneda.

El incierto límite de la longevidad científica

Esperanza de vida

El desconcierto por esta evolución es enorme. Por un lado debido a nuestro desconocimiento respecto a la esperanza de vida máxima que podemos atribuir a un ser humano. Según la naturaleza, una persona libre de enfermedades y en condiciones de vida normales y naturales, ¿cuánto podría vivir?

La verdad es que no lo sabemos con certeza. Los demógrafos calculan constantemente esta esperanza de vida, pero sus previsiones son desmentidas por la realidad cada cierto tiempo. En 1951, por ejemplo, Jean Bourgeois-Pichat creía que la esperanza biológica de la vida humana era de 76 años para los hombres y de 78 años para las mujeres.

En 1986, los norteamericanos Jay Olshanky y Brian Ault estimaron en su paradigmático artículo (no on line) “The fourth stage of the epidemiological transition: The age of delayed degenerative diseases”, que la esperanza de vida natural de una persona no sobrepasaría los 85 años, un límite que los japoneses superaron al poco tiempo.

¿No hay límites?

El indicador más corriente para medir la duración de la vida humana es la media observada en un momento determinado de una población, que señala la esperanza de vida de un niño en el momento de nacer.

En dos siglos y medio, la esperanza de vida al nacer ha pasado de menos de 30 años a los 80 años en los países desarrollados. En gran parte esta evolución se debe a los paralelos progresos médicos y sanitarios, pero la duda surge respecto a si existe un límite natural de la vida, impuesto por los genes, o si bien no existe límite biológico alguno para la extensión de la vida humana.

Lo que sabemos al respecto es que la longevidad de cada especie viva está contenida en su patrimonio genético: una mosca vive tres días, un ratón, tres años, una ballena azul, 80 años, una secuoya, 4.000 años, una tortuga marina, 200 años, una persona al menos hasta 122 años, si nos atenemos a la experiencia de Jeanne Calment, la francesa que ostenta el récord de mayor longevidad humana demostrada.

La experiencia de Jeanne Calment es ilustrativa, pero no concluyente porque la diversidad de patrimonios genéticos individuales impide pensar que todo el mundo está en condiciones de vivir ese tiempo: teóricamente, algunos podrían incluso superar esa edad extrema.

La duda que surge de la experiencia de Calment es si su longevidad es el producto de una conjunción de factores poco corrientes que se han dado a lo largo de su vida, o al hecho de que la longevidad humana puede ser modificada.

Control del envejecimiento

Hay indicios de que esto pueda ser así y esto es lo que ha llevado a Michael R. Rose a plantear la necesidad de profundizar en la experiencia de las personas mayores para determinar las causas que frenan el envejecimiento de otras épocas.

La realidad es que asistimos a un fenómeno que ha sido descrito así: de una época en que la muerte se produce en torno a un grupo de edades que ha variado poco a lo largo de los años, estamos pasando a otra en la que la edad media de vida se prolonga gracias a un control progresivo del envejecimiento biológico.

En los países desarrollados, la emergencia de grupos de personas con más de 110 años de vida comenzó en los años ochenta. Una vez que se alcanzan los 110 o 112 años de edad, las probabilidades de morir no crecen: son las mismas para el año siguiente. Se habla incluso de que la esperanza de vida puede duplicarse en este siglo.

Jim Oepen y James Vaupel han señalado al respecto en la revista Science que la esperanza de vida progresa en línea recta desde 1840 y que mejora cada cuatrimestre hasta hoy, lo que supone la más destacada regularidad jamás observada. Consideran que no hay ninguna razón para pensar que esta línea pueda detenerse en algún momento.

Longevidad científica

Esta perspectiva de lo que ha dado en llamarse longevidad científica tiene muchas derivaciones. Afecta a la demografía porque, de existir un límite biológico para la supervivencia, este límite sería el determinante de la esperanza de vida máxima que pueden alcanzar las personas.

La longevidad interesa también a los Estados, que necesitan planificar con certeza sus políticas respecto a la tercera edad, tanto para regular las pensiones como la mejor edad de la jubilación y otras cuestiones asociadas.

La longevidad interesa especialmente además a la medicina, la biología y a la genética, que promete próximas revoluciones capaces de proporcionarnos la longevidad extrema: nuestros hijos podrían no morir jamás.

Por todo ello, la longevidad se ha convertido en un debate que implica a demógrafos, geriatras, biólogos y genetistas, sugiriendo que estamos a las puertas de importantes cambios culturales, socioeconómicos y científicos, para los que aparentemente todavía no estamos preparados.

Eduardo Martínez de la Fe

Eduardo Martínez de la Fe, periodista científico, es el Editor de Tendencias21.

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