Tendencias21

El rabino Jonathan Sacks propone que ciencia y religión formen una alianza

¿En qué consiste la explicación científica de la realidad? ¿Cuál es el significado que la religión da a la realidad? ¿Cómo se interrelacionan la explicación científica y el significado religioso que de lo real? El rabino, filósofo y estudioso del judaísmo Jonathan Sacks propone en su libro “La gran alianza: Dios, ciencia y la búsqueda de sentido” (aparecido ya en su traducción española) una respuesta a estas preguntas: necesitamos la explicación científica para entender la naturaleza de las cosas y necesitamos encontrar también el significado religioso que da sentido y posibilita nuestro comportamiento humano ante esas mismas cosas. Ciencia y religión serían, por tanto, dos perspectivas esenciales y complementarias que permitirían, desde una gran alianza entre ellas, mirar al universo en toda su profundidad. Por Javier Leach.

El rabino Jonathan Sacks propone que ciencia y religión formen una alianza

En su obra La gran alianza: Dios, ciencia y la búsqueda de sentido (traducido al castellano y publicado por a editorial Nagrela en el año 2013) el rabino, filósofo y estudioso del judaísmo Jonathan Sacks plantea, más allá de un mero problema de compatibilidad formal entre ciencia y religión, una tensión creativa entre las dos que nos hace permanecer sanamente asentados en la realidad física del universo pero sin perder la sensibilidad espiritual.
 
Ya en la introducción del libro, Sacks considera la importancia social y cultural que tiene la dimensión espiritual de la realidad. Si tratamos a la gente, dice Sacks, como si fueran cosas, el resultado es la deshumanización, porque cuando tratamos a la gente como cosas, la categorizamos por su color, por su clase social o por su credo y consecuentemente la tratamos de un modo diferente según los casos. Las cosas son cosas y las personas son personas. Ser consciente de la diferencia entre las cosas y las personas es muchas veces más difícil de lo que parece.
 
Monoteísmo
 
Aunque es claro que el libro “La gran alianza: Dios, ciencia y la búsqueda de sentido” está escrito por un judío, el libro no se restringe solamente a una visión exclusivamente judía de la religión. Más allá de la religión del judaísmo el libro trata sobre todo del sustrato monoteísta de las tres religiones abrahámicas (Judaísmo, Cristianismo e Islam).
 
Sacks vuelve su mirada hacia la visón monoteísta de la religión que inició el patriarca Abraham y que en la imagen del Dios único y trascendente al universo encuentra la condición de posibilidad que permite que consideremos a cada individuo personal como único y sacrosanto.
 
Sacks busca la integración entre el sentido del universo que él encuentra en la fe abrahámica y el conocimiento científico. Lejos de ser irrelevante para la ciencia, la religión abrahámica juega un papel muy importante en la necesaria búsqueda del sentido del trabajo científico. Su obra está dividido en tres partes.
 
Tres partes
 
En la primera parte del libro, Sacks hace un análisis de la división que se ha producido en la cultura occidental entre ciencia y religión. Para Sacks el enfrentamiento en la cultura actual entre ciencia y religión está fundamentado en un falso dualismo cuyas raíces busca en el mismo origen de la cultura occidental. Sacks describe las raíces culturales del occidente como el resultado de una fusión de distintos elementos provenientes de las culturas helenista y hebrea.
 
Más allá de su carácter académico, el libro el libro tiene un valor personal añadido al describirnos la necesidad personal de Sacks de responder a las preguntas por el sentido de su existencia. ¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es el significado de mi vida? Sacks encuentra en la religión abráhamica monoteísta la capacidad de ofrecer el sentido religioso trascendente de una ciencia necesariamente inmanente al mundo.
 
En la segunda parte del libro Sacks explica por qué cree que es importante que actualmente establezcamos la alianza entre ciencia y religión y explica también lo que perdemos si esa alianza se rompe. Para Sacks la dignidad humana está entre los valores centrales que ligan la ciencia a la religión monoteísta por la que todos somos creados a imagen de Dios. En ser imagen de Dios encuentra Sacks una dignidad humana que nos hace superiores a toda otra consideración.
 
Frente a los nuevos ateos de corte científico –para los que la experiencia de la conciencia y la libertad no tiene otro sentido que el que le puede aportar un cierto tipo de ciencia–, Sacks se presenta como creyente religioso. Para Sacks la misma realidad de su propio ‘yo’ queda afectada por su creencia en un Dios que es más interior a él que su propia interioridad.
 
En la tercera parte Sacks se deja interrogar por los retos que impiden la gran alianza entre la ciencia y la religión: cierta visión neo-Darwiniana que parece mostrar que la vida apareció ciegamente sin un sentido, el problema del mal y sobre todo el mal causado en muchas ocasiones por la misma religión. 
 
Primera parte: Una falsa división
 
Hay una pregunta que atraviesa toda la primera parte del libro. ¿Por qué en la civilización occidental algunos significados pensadores expresan la opinión, sobre todo a partir del siglo XVII, de que la religión y la ciencia son incompatibles? Sacks encuentra la raíz de la problemática relacionada con esa pregunta en la primera teología cristiana y en particular en la teología paulina. La primera teología cristiana creó un híbrido de dos culturas radicalmente distintas, la cultura de la antigua Grecia y la cultura del antiguo Israel. El resultado fue la confusión entre el Dios de Aristóteles y el Dios de Abraham.
 
Las dos culturas
 
La llamada cultura occidental debe su origen y desarrollo a la presencia e influencia, desde su origen, de dos culturas distintas, el Helenismo y el Hebraísmo. Jesús fue Judío, vivó con judíos en Israel sobre todo en el área de Galilea. Leyó la Biblia y es casi cierto que rezó en Hebreo. Jesús habló arameo y hebreo, pero todos los libros del Nuevo Testamento están escritos en griego. Incluso la Biblia Hebrea fue conocida durante muchos siglos solo en griego por los cristianos en la forma de los Septuaginta, la traducción al griego Koiné hecha en el Egipto Ptolomeico el siglo III antes de Cristo. Por otra parte el Nuevo Testamento es un documento griego, no Hebreo o Arameo.
 
La civilización occidental nació, pues, de la síntesis entre Atenas y Jerusalén que se llevó a cabo a través primero de la cristiandad paulina y más tarde a través de la conversión del emperador Constantino en el año 312 que transformó una secta pequeña  perseguida en la religión oficial del Imperio Romano.
 
La gran alianza
 
La gran alianza que propone Sacks se produce por la unión entre dos relatos culturales que están en el origen de la civilización occidental. Por una parte está el relato del sentido humano que está ligado a la experiencia de Dios y de la religión, y por otra parte está el relato de la filosofía. Estos dos relatos se juntaron en una gran síntesis en Pablo, los Padres de la Iglesia y los escolásticos hasta el siglo XVII. Para Sacks la unión entre estos dos relatos se ha dañado, al menos en parte, a partir del siglo XVII con la aparición de la ciencia y la cultura modernas.
 
Sacks abraza los dos lados de la dicotomía entre ciencia y religión, que se extiende a una dicotomía entre filosofía y profecía, entre Atenas y Jerusalén, entre el cerebro izquierdo y el derecho. Necesitamos ciencia y religión. Sacks argumenta que la religión y la ciencia son para la vida humana lo que el hemisferio izquierdo y derecho son para el cerebro. Realizan funciones distintas pero si se daña una o se dañan las conexiones entre ellas y el resultado es una disfunción.

La experiencia personal de Jonathan Sacks
 
Su obra “La gran alianza” tiene un cierto carácter autobiográfico y esto la hace más interesante. Lo que le llevó a Sacks a examinar su fe en profundidad no fue el éxito que ha tenido la filosofía occidental en refutar las pruebas de la existencia de Dios, sino su propia dificultad personal y cultural de dar una respuesta a las grandes preguntas de la vida. ¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es el significado de mi vida?
 
Poco a poco empezó a iluminarse en mí, dice Sacks, que tenía que orientarme hacia la religión y no hacia la mera filosofía para buscar la sabiduría que buscaba. El rabino Sacks recibió su educación básica en Inglaterra, pero en el Libro “La gran alianza” nos cuenta que en un momento dado de su vida fue a los Estados Unidos de América, allí Sacks se encontró con el rabino Soloweitchick que le habló de crear un nuevo tipo de pensamiento judío, que no estuviera basado en categorías filosóficas sino en la Ley judía. Para Sacks la riqueza cultural del pueblo judío está en la originalidad de su relato de la religión bajo el cual explica la alianza entre ciencia y religión.
 
El sueño de la razón
 
La Ilustración es para Sacks un “sueño de la razón”, un sueño del pensamiento racional-universal. La razón es universal, se aplica a todos los lugares, a todos los tiempos. Los prejuicios, así lo enseñaba Voltaire, vienen de lo particular,  lo local,  la Iglesia, el entorno, la comunidad, incluso de la familia, es decir, de las cosas que nos hacen diferentes.
 
Este sueño de lo universal está destinado a fallar precisamente porque es universal y los seres humanos necesitamos usar razonamientos y lenguajes que son necesariamente particulares porque dependen de culturas. Para Sacks los lenguajes y las culturas son siempre de algún modo particulares. La fe religiosa no es para Sacks una certeza universal es, más bien, el coraje para vivir con y en la incertidumbre de lo particular.
 
El significado del mundo y el monoteísmo
 
Wittgenstein escribió que “el significado del mundo debe de estar fuera del mundo’. Esta expresión de Wittgenstein la usa Sacks para expresar su posición ante el monoteísmo. La revolución del monoteísmo abrahámico consistió en dar una visión del universo según la cual el significado del universo está fuera del universo, en un Dios trascendente al universo. El monoteísmo no fue una mera reducción matemática de lo múltiple a lo uno, de la pluralidad de dioses a la unidad del único Dios. Sacks explica que con el monoteísmo apareció algo totalmente nuevo frente al politeísmo.
 
Si el monoteísmo hubiera sido una mera reducción de una multiplicidad de dioses a la unidad de un Dios trascendente, esa reducción hubiera ahorrado la construcción material de templos, porque ya no era necesaria una multiplicidad de templos para una multiplicidad de dioses,  pero esa reducción de lo múltiple a lo uno habría sido meramente externa y no hubiera transformado a las personas. Para Sacks la religión es fundamentalmente algo que transforma a las personas. La fuerza transformadora de las personas propia del monoteísmo se basa en la presencia de un Dios que está más allá de universo.
 
Sacks relaciona la tragedia griega con el politeísmo; la tragedia griega es consecuencia de la carencia de un sentido trascendente que es inherente al politeísmo griego, porque sólo la presencia de un Dios que es trascendente al universo es capaz de darle un sentido al universo que va más allá de la tragedia.
 
Para Sacks es un error pensar que el politeísmo y el monoteísmo son dos especies distintas de un mismo  género al que llamamos religión. Ese modo de pensar es falso porque la diferencia entre el monoteísmo y el politeísmo es total. Los dioses del politeísmo permanecen dentro del mundo. Ellos no han creado el mundo, son parte del mundo. Pueden ser más fuertes que los humanos, pueden vivir más, ser inmortales, pero pertenecen al universo y no pueden dar sentido al universo. El Dios del monoteísmo es, sin embargo, trascendente al mundo.
 
El monoteísmo está en la raíz de la gran alianza entre la ciencia y la religión que propugna Sacks. La ciencia pertenece al mundo porque trata de las interrelaciones entre las cosas del mundo natural. Previamente a la aparición de la ciencia hay mitos que explican esas interrelaciones, la ciencia desplaza al mito, pero ambas, tanto la ciencia como el mito, explican los hechos, no el sentido de los hechos. El universo es un gran sistema y retomando la frase de Wittgenstein podemos decir que solamente algo que está fuera del universo puede dar sentido al universo.
 
Pruebas y creencias
 
Sacks nos habla de que no podemos probar que la vida tiene un sentido y no podemos probar que Dios existe, pero tampoco podemos probar que el amor es mejor que el odio, que el altruismo es mejor que el egoísmo, que el perdón mejor que la venganza. En la esperanza encontramos el sentido de la vida y fuera de la esperanza la vida cobra un sentido trágico, pero no podemos probar que la esperanza está mas de acuerdo con la realidad que el sentido trágico de la vida. Son creencias que no pueden ser probadas. Son creencias marco que enmarcan al sistema, no forman parte del cuadro, son el marco que rodea al cuadro y que está fuera del sistema.
 
Hay creencias que están en el centro de la gran alianza. Una de estas creencias, que rodea tanto a la ciencia como a la religión, es que el universo está gobernado por leyes inmutables
 
La fe abrahámica
 
Sacks es un judío, pero este libro no es sobre el judaísmo, es sobre el monoteísmo que subyace las tres fes Abrahámicas. Para Sacks, lo que hace única a la fe abrahámica es que ha dotado a la vida de sentido. El monoteísmo no es una evolución lineal del politeísmo en la que la gente redujo a uno los muchos dioses. El monoteísmo es totalmente distinto del politeísmo. El significado de un sistema está fuera del sistema, por lo tanto el significado del universo está fuera del universo. El monoteísmo es el descubrimiento de que Dios es trascendente al universo y lo crea. El monoteísmo da un sentido a la vida y la redime de la tragedia griega. El pueblo de Israel sufrió mucho pero no tuvo la sensación de tragedia. El monoteísmo vence a la tragedia en el nombre de la esperanza. Sólo por el monoteísmo le ha sido posible al hombre hallar un sentido para su existencia dentro del universo. Sólo un Dios transcendente es capaz de dotar al universo de un sentido que supere la tragedia inmanente al universo.

Segunda parte: El valor de la religión
 
En la segunda parte del libro Sacks busca mostrarnos que la diferencia entre la alianza entre la ciencia y la religión, así como la ruptura entre ambas es grande aunque no es obvia a primera vista. Para Sacks la civilización occidental está construida sobre un fundamento específicamente religioso. Si perdemos la religión nos será muy difícil mantener el concepto de dignidad humana, esencial en la cultura occidental. Perderemos la política del bien común y no seremos capaces de mantener una moralidad compartida. Al perder su valor sagrado, el matrimonio se desmoronará y los hijos sufrirán. Sólo seremos capaces de ver nuestra vida como un proyecto personal, un oasis privado en un desierto sin sentido.
 
¿Qué es lo que perdemos cuando perdemos a Dios?
 
¿Qué perdemos colectivamente y qué perdemos individualmente? Esta es una pérdida que no se manifiesta inmediatamente, pero que se manifiesta a la larga porque, con ella, nuestro valor incondicional como personas humanas queda socavado. Sólo somos valorados incondicionalmente por la religión. Los políticos nos valoran por lo que votamos, los economistas por lo que ganamos, también somos valorados por lo que compramos, por cómo nos distraemos… pero sólo en la religión encontramos el amor incondicional. Por el amor incondicional no somos valorados por algo externo a nuestra persona sino por nosotros mismos.
 
Para Sacks fuera de la religión no hay una base segura sobre la que asentar el amor incondicional; este amor incondicional se basa en la civilización occidental en la creencia compartida de que todos somos creados a imagen de Dios. En la civilización occidental ha habido intentos de crear una base segura sobre un fundamento exclusivamente secular pero han fracasado, Sacks cita como ejemplos la Revolución francesa, la Rusia estalinista, la Alemania nazi, la China comunista…
 
Hay gente que es completamente secular y que vive una vida feliz y llena de sentido. Incluso frecuentemente viven una vida altruista y heroica. Hay también gente religiosa que vive una vida triste y que se sienten perseguidos por la culpa. Frecuentemente la imagen actual de una sociedad religiosa es la de una sociedad represiva, que niega los derechos, incluso que actúa brutalmente. Pero ese tipo de sociedad no cae bajo la regla de la fe abrahámica de que la religión no debe nunca de ejercer el poder. Como se verá en la tercera parte del libro, para Sacks la fe abrahámica fundamenta  formas de coexistencia que rechazan el uso del poder.

La dignidad humana
 
La dignidad humana es el gran valor que está unido a la religión monoteísta. No es un accidente el que la libertad y la capacidad de escoger libremente ocupen un lugar central en la Biblia Hebrea “Yo he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge pues la vida” (Deut 30:19); y que sin embargo la libertad como capacidad de escoger sólo ocupe un lugar débil y frágil en los anales de la ciencia.
 
Para Sacks existe una analogía entre la relación mente-cerebro y la relación Dios-universo físico. Si solo hay universo físico entonces solo hay cerebro, no hay mente. La no existencia de Dios se da la mano con la mera existencia física del cerebro y consecuentemente con la no existencia de la libertad humana. La afirmación de la libertad frente a su negación, negación que siempre está presente y que siempre adquiere formas cambiantes, es la señal distintiva del monoteísmo abrahámico.
 
Los seres humanos somos libres, somos animales que eligen. En la capacidad de elegir es donde reside nuestra dignidad humana. Si no tenemos libertad ¿qué nos hace distintos de los animales? ¿Qué hace que seamos personas y no cosas? Sacks afirma que por causa de la dignidad humana la ciencia debe de estar acompañada por otra voz.  No como oposición a la ciencia sino como la voz humanizante. No hay mayor defensa de la dignidad humana que la frase del primer capítulo de la Biblia que osa llamar al ser humano “imagen de Dios”.
 
Darwin
 
El darwinismo, o al menos el uso que han hecho de Darwin sus sucesores de última hora, los nuevos ateos, parece ofrecer una demostración científica del hecho de que se impone la falta de sentido de la vida. La vida ocurrió por azar. Nadie la planeó. No encontramos en ella un diseño, una finalidad. No encontramos un resultado buscado y previsto. Ha surgido como resultado de un proceso que es aleatorio, fortuito y ciego. Como dice George Gaylord Simpson en El significado de la Evolución, “El ser humano es el resultado de un proceso natural que no tenía el objetivo de crearlo”. 
 
El yo y Dios
 
En el mundo del creyente religioso la misma realidad de su propio ‘yo’ queda afectada por esa creencia, pues Dios es más interior al creyemte que la propia interioridad del creyente. Sin embargo, en un mundo sin Dios la realidad del ‘yo’, la identidad propia, domina toda la realidad. Evidentemente reconocemos que hay otras personas. Pero “el otro” no es tan real como lo soy “yo” y siempre quedan abiertas preguntas básicas que condicionan las relaciones de mi yo con los demás. ¿Cómo conozco que hay otras mentes? ¿Por qué tengo que actuar moralmente? ¿Por qué me ha de preocupar el bienestar de los otros con los que no estoy directamente relacionado? ¿Por qué he de limitar mi propia libertad para permitir la libertad de otros? Sin Dios quedamos atrapados en la prisión del “yo”.
 
Los psicólogos evolutivos neo-Darwinianos se centran consecuentemente en el yo con el que necesariamente están comprometidos. El “yo” es quien pasa los genes a la siguiente generación, el ‘yo’ es el que se compromete con un altruismo recíproco como aparente comportamiento solidario que sirve a fines que están centrados en el “yo”. El mercado se construye con “yos” que eligen. El estado democrático liberal se construye con el yo que vota. La economía, con el yo que consume. Pero el yo está solo como también estaba Adán. La presencia o ausencia de Dios hace muy distintas nuestras vidas. No podemos perder la fe sin perder mucho más, pero la pérdida es lenta, cuando nos damos cuenta de ella es demasiado tarde.
 
Retos a la religión
 
En la gran alianza Sacks presenta tres grandes retos a la religión. El primero es el problema del mal. ¿Cómo puede un Dios bueno permitir la existencia del mal? El segundo está relacionado con el primero. ¿Cómo puede la gente religiosa cometer crímenes en el nombre de Dios? El tercero nace del enfrentamiento entre la ciencia y la religión. Ese enfrentamiento toma diversas formas en los distintos momentos históricos dependiendo del modo cultural en el que se desarrolla la ciencia y la tecnología. En la Biblia el enfrentamiento toma la forma de la Torre de Babel. En el caso concreto de la torre de Babel el pueblo descubre una nueva tecnología, el arte de construir con ladrillos. El ejemplo de la Torre de Babel se aplica a otros desarrollos tecnológicos. Cada nueva ascensión al poder tecnológico del ser humano ha supuesto una nueva tentación de hybris y autosuficiencia. ¿Acaso no debemos de ser dioses? Se preguntó Nietzsche.
 
Sin embargo, en la tradición judía Dios quiere que busquemos el conocimiento que posibilita la ciencia y la tecnología. Lo primero que pidió Salomón fue conocimiento y la primera cosa por la que pide el judío en su oración tres veces al día es sabiduría, conocimiento y entendimiento, y ello incluye la ciencia.

El rabino Jonathan Sacks propone que ciencia y religión formen una alianza

Tercera parte: Impedimentos a la alianza
 
En la tercera parte del libro, Sacks se confronta con lo que él considera los grandes impedimentos para que se dé la gran alianza entre la ciencia y la religión. Uno de estos impedimentos lo relaciona Sacks con una cierta visión neo-Darwiniana que parece mostrar que la vida apareció ciegamente sin un sentido. Frente a este impedimento para la alianza Sacks muestra que la negación del sentido sólo es cierta cuando usamos un concepto de sentido innecesariamente simplista.
 
El segundo impedimento con el que se confronta la gran alianza entre ciencia y religión es el problema del mal. Sacks arguye que cuando ocurre el mal la lógica se rompe, pero que precisamente entonces aparece una “religión de protesta”. Él la llama “sagrada protesta” para indicar el sentido religioso de la protesta. Sacks arguye que la protesta sagrada de la religión es la actitud correcta ante el hecho del mal, porque solo la religión nos permite enfrentarnos al hecho del mal, el ateísmo no nos da una razón para explicarnos el mal de otro modo. Sólo la fe nos da el coraje necesario para transformar el mal del mundo, para hacer un mundo mejor.
 
El tercer impedimento planteado por los nuevos ateos es el mal causado por la misma religión. Efectivamente, la religión ha hecho el mal en muchas ocasiones. La gente ha odiado en el nombre del Dios del amor, ha practicado la crueldad en el nombre del Dios de la compasión, ha declarado la guerra en el nombre del Dios de la paz, y ha matado en el nombre del Dios de la vida. Para enfrentarnos con este impedimento debemos de entender por qué la religión se ha equivocado.
 
Errores de la religión y el deseo de poder
 
Esto lo intenta hacer Sacks al final del libro. Algunas veces la religión es causa del mal porque el monoteísmo se vuelve dualista. Otras veces ocurre porque la gente religiosa quiere llegar al final de los tiempos cuando estamos en el correr de los tiempos y la gente religiosa se compromete con políticas apocalípticas, que siempre se convierten en tragedias, que siempre nos dañan a nosotros y  nuestros compañeros de fe. Frecuentemente ocurre porque la religión se convierte en deseo de poder. Sacks considera que la religión de Abraham es una protesta contra el deseo de poder.
 
La religión busca la salvación, la política busca el poder. La política y la religión no se compaginan bien. Son dos actividades esencialmente distintas. La religión busca la unidad la política coexiste con la diversidad. La religión reúsa las componendas, la política necesita de las componendas. La religión trata de verdades que no cambian, la política trata de retos que cambian constantemente…
 
Para Sacks el monoteísmo abrahámico llevó a la secularización del poder pues en el mundo pagano la religión estaba unida inevitablemente al poder. Pero ha habido tiempos en los que tanto el judaísmo como el cristianismo cayeron en la tentación. En el judaísmo los reyes asmoneos combinaron la monarquía con el sumo sacerdocio. En el cristianismo, la conversión de Constantitno en el siglo IV convirtió un pequeño grupo religioso en un poder imperial.
 
Encuentro interreligioso
 
 
El año pasado hubo un acto académico e inter-religioso en la Universidad Comillas que tuve la oportunidad de moderar. Comencé la moderación recordando las palabras del Papa Francisco al Dr. Scalfari, director del diario “La Reppublica”: “Especialmente a partir del Concilio Vaticano II, hemos descubierto que el pueblo judío sigue siendo para nosotros, la raíz santa, de la que germinó Jesús. También yo, en la amistad que he cultivado a lo largo de todos estos años con nuestros hermanos judíos, en Argentina, muchas veces me cuestioné ante Dios en la oración, sobre todo cuando la mente se iba al recuerdo de la terrible experiencia de la Shoah. Lo que puedo decirle, con el apóstol Pablo, es que nunca ha fallado la fidelidad de Dios a su alianza con Israel y que, a través de las pruebas terribles de estos siglos, los judíos han conservado su fe en Dios. Y por esto, con ellos nunca seremos lo suficientemente agradecidos como Iglesia, sino también como humanidad. Ellos justamente perseverando en la fe en el Dios de la alianza los invitan a todos, también a nosotros cristianos, al estar siempre a la espera, como los peregrinos, del regreso del Señor y que por lo tanto, siempre debemos estar abiertos a Él y nunca cerrarnos ante lo que ya hemos alcanzado”.
 
La obra de Jonathan Sacks “La gran alianza: Dios, ciencia y la búsqueda de sentido” con su perspectiva monoteística común a las religiones judía, cristiana e islam, se enmarca en el esfuerzo actual llevado a cabo por muchos hombres y mujeres que buscan caminos de encuentro entre las grandes tradiciones religiosas. La alianza entre ciencia y religión ofrece una gran oportunidad para ese encuentro interreligioso, precisamente  por el valor universal y transcultural que la ciencia puede aportar a ese encuentro.
 
 
Artículo elaborado por Javier Leach, Universidad Complutense de Madrid, miembro de la Cátedra CTR y colaborador de Tendencias21 de las Religiones.
 

Hacer un comentario