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Es necesaria una conciencia de grupo para reivindicar todo lo que nos falta

Las mujeres podemos mostrar una gran satisfacción por los logros alcanzados hasta ahora, pero es evidente que hay que seguir luchando por la equidad. Para ello, sigue siendo necesaria una conciencia de grupo que permita una reivindicación de todo lo que nos falta. En este camino, no debemos olvidar un poderoso instrumento de progreso hacia la justicia y la igualdad: los relatos que las mujeres construimos sobre nosotras mismas, nuestra identidad, nuestro futuro, nuestra aportación a la sociedad. Por Concepción Fernández Villanueva/UCM.

Es necesaria una conciencia de grupo para reivindicar todo lo que nos falta

Las mujeres hemos dado un salto de gigante desde mediados del siglo pasado. Las españolas,  en  particular, podemos  mostrar  una  gran satisfacción por  los  logros alcanzados en libertad, recursos económicos, derechos sociales, prestigio y poder.

Pero no podemos contentarnos con esa mirada histórica; es necesaria una mirada al presente.  No basta con compararnos  con nuestras madres y abuelas, sino con los varones de nuestra misma edad y condición. Tenemos que evaluar la igualdad aquí y  ahora.  Pero  la  igualdad  no  es  otra  cosa  que  la  manifestación  de  justicia:  justicia distributiva –todos   tenemos  derecho   a   las   mismas   oportunidades– y   justicia retributiva –se debe reconocer lo mismo por los mismos méritos–.

La  mirada  al  presente  refleja injusticia para  las  mujeres.  No  disfrutamos  de  las mismas  oportunidades   reales   para   trabajar   que   los   hombres ni   del   mismo reconocimiento a nuestra aportación profesional. Hemos alcanzado un alto nivel de educación  y  altos  niveles  de  rendimiento  académico,  pero  nuestros  trabajos  están muy por debajo de nuestros méritos, y nuestras retribuciones siguen siendo inferiores que las de los varones con la misma formación.

La  injusticia  en  el reparto  de tareas familiares  es  evidente. Seguimos haciéndonos cargo de los niños, los enfermos, los ancianos y las actividades necesarias para el mantenimiento del hogar, que no reportan ingresos, ni recursos, ni protección laboral, pero sí mucha energía, tiempo y responsabilidad.

La violencia sexista no se trata con la debida justicia. No se sancionan los delitos de manera  justa ni  se  atiende  como  corresponde  a  la  protección  de  las  víctimas.  La distribución  del  poder  político  sigue  siendo  injusta,  ya  que la  participación  de  las mujeres es  muy  inferior  al  50%, como  correspondería  a  un  colectivo  que  ocupa  la mitad de la población.

Destapar los mecanismos ocultos

Ninguna de  esas  conquistas  nos  ha  asegurado  la  justicia comparativa. Hay  que seguir luchando por la equidad. Luchando para avanzar pero también, para no perder lo  que  hemos  conseguido.

Porque  el progreso  hacia  la  igualdad no florece espontáneamente,  ni corre  paralelo  al progreso  de  la  economía,  la  educación  o  la democracia. La igualdad de género  es el producto de la redistribución del poder entre los grupos de hombres y mujeres. Y esa distribución es variable, dinámica y puede seguir manteniendo la injusticia comparativa cuando no redistribuye los avances del progreso. 

La injusticia de género está sostenida, en gran parte, por mecanismos no explicitados sobre  los  que  no  podemos  operar, precisamente, porque  son  ocultos. Estos mecanismos de  discriminación ocultos están  presentes  incluso  en  la  ciencia.  La psicología  ha  contribuido a desvelar  los  estereotipos  de  género  pero  también, a mantenerlos. Y  no  solo  en  el pasado.  Las ideologías  innatistas  que  defienden  la  primacía  de  lo biológico  y, en  particular, el neurosexismo  expresado  en  libros  de  dudoso  valor científico como ”el cerebro masculino” o “el cerebro  femenino” vuelven  a  intentar establecer la radical diferencia entre los géneros, con una clara intención de seguir reproduciendo la distribución injusta de tareas y del poder social.

Años y años de un proceso de socialización en el que se insiste en las diferencias de  rasgos, que  son  interpretadas  como diferencias  de valía,  de  calidad, entre hombres  y  mujeres, han  dado  sus  frutos.  Muchas,  aun  las  más  jóvenes,  han interiorizado su “posición desigual” y mantienen resistencias internas a reivindicar la justa igualdad a la que teóricamente tienen derecho.

A pesar de su estupenda formación, sus aptitudes y sus deseos, no ocupan, a veces ni aspiran a ocupar los lugares a los que tienen derecho. Las resistencias internas tienen  un  gran potencial  inhibidor de  libertades  y culpabilizador  de  los  logros  no conseguidos, y un gran poder de justificar el injusto “estado de cosas” en el que viven.

El individualismo, junto con su valor complementario, la psicologización de los logros, contribuyen a la demora de la reivindicación de los derechos en las situaciones vitales cotidianas. El individualismo atribuye los logros a la capacidad la psicología de los individuos  como  si  estuviesen  libres  de  barreras  sociales y divide  a  las  mujeres interesadamente para que nunca se defiendan como grupo.

Cada vez que una mujer considera que el éxito que ha logrado en la vida depende solo de ella misma, está separándose de otras mujeres y dando un argumento para su  derrota  y  para  la  derrota  de  las  mujeres  como  grupo. No  basta  con  las “salvaciones” individuales. Sigue  siendo necesario  una conciencia de  grupo  que permita una reivindicación de todo lo que nos falta.

El fermento de la justicia de género

Las mujeres, sobre todo las  jóvenes que ya comparten todas las aulas y casi todos los contextos de trabajo con los varones, son el principal fermento de la justicia de género.  Ellas  son  conscientes  de  sus  cualidades  porque  las  están  contrastando continuamente  con  las  de  sus  compañeros  varones y desmontan  los  estereotipos antiguos  que justifican  el  trato injusto  que  experimentan  cada  día. 

Defienden  su igualdad  en capacidades,  derechos  y  posibilidades  y  no  permiten  que  se  las identifique con imágenes desvalorizadas y negativas. La  formación  de  las  mujeres en  el  conocimiento  científico  les  da  legitimidad  para defenderse y desmontar  los estereotipos negativos que inhiben su empoderamiento.

También les  confiere  la responsabilidad de  hacerlo,  de  luchar  por  la  consideración objetiva y repito, justa, de sus cualidades. Y  no  debemos  olvidar  otro  poderoso  instrumento de progreso  hacia la  justicia  y  la igualdad: los  relatos  que  las  mujeres  construimos  sobre  nosotras  mismas,  nuestra identidad, nuestro futuro, nuestra aportación a la sociedad. Estos relatos, que tienen enorme capacidad generadora de deseos de ser, se construyen en todas partes pero especialmente, en contextos  críticos,  en  los  cuales, los  profesores,  educadores  o agentes que tienen poder de influencia social, son objetivos, serios, realistas y justos en la consideración de los géneros.

Hay que construir relatos, interpretaciones, libros, películas, que traspasen los viejos moldes y  muestren  las  dimensiones  verdaderas  de  las  mujeres,  sus  capacidades objetivas, y las presenten en todos los espacios de poder, todas las actividades, todos los espacios de libertad, en relaciones igualitarias con los varones.

Los que impartimos conocimientos científicos tenemos la responsabilidad y el deber de  contribuir  a  la  creación  y  validación  de  estos  nuevos  relatos. De  este modo contribuimos no solo al progreso de la igualdad sino, fundamentalmente, al progreso de la justicia.  

Concepción Fernández Villanueva es profesora de Psicología Social de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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