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Hasan Hánafi apuesta por el compromiso filosófico y político en el Islam actual

Hasan Hánafi apuesta por el compromiso filosófico y político en el Islam actual

Hasan Hánafi es filósofo, profesor de la Universidad del Cairo, así como una autoridad en el conocimiento del Islam moderno. Recientemente, ha publicado dos artículos en el diario egipcio Al-Masry Al-Youm en los que habla sobre la necesidad de compromiso político en el difícil momento que atraviesa la sociedad egipcia, y sobre la historia del Islam y su inacabada aspiración a la razón, un camino ya iniciado por Averroes pero que no termina de completarse. Por Josep Puig Montada.

Hasan Hánafi apuesta por el compromiso filosófico y político en el Islam actual

Hasan Hánafi (El Cairo, 1935) estudió en la Universidad de El Cairo, donde se licenció en Filosofía en 1956. Continuó sus estudios en la Sorbona, en la que se doctoró en Filosofía en 1966, y en este mismo año regresó a Egipto para ser catedrático en el Departamento de Filosofía de la Universidad de El Cairo. Desde entonces ha ejercido su actividad docente e investigadora en esta universidad, actividad interrumpida en algunas ocasiones, en las que ha sido profesor en universidades extranjeras. En París fue discípulo de Robert Brunschvig, Paul Ricoeur, o Jean Guitton y siempre ha reconocido la influencia de este.

Hasan Hánafi ha definido su proyecto como “una lectura islámica de la fenomenología y una lectura fenomenológica del Islam”. Utilizando el método de Husserl, Hánafi hace una reconstrucción de las ciencias islámicas tradicionales, con especial dedicación a la lectura de la ciencia de los fundamentos del derecho islámico. En su lectura islámica de la fenomenología analiza la formación y desarrollo de la conciencia europea desde el periodo griego hasta la edad moderna, en paralelo al desarrollo del Islam desde la “escolástica” musulmana hasta el periodo otomano.

Pero Hánafi no se ha limitado al plano teórico, y ha escrito sobre cuestiones socio-políticas de actualidad. Todos los jueves publica en el periódico liberal Al-Masry Al-Youm, un artículo de reflexión. He seleccionado dos artículos recientes, y el primero está relacionado con unas manifestaciones organizadas por el ejército egipcio o elementos afines en la plaza de ʿAbbâsiyya. Empezaron el viernes 25 de noviembre de 2011, y el número de asistentes siempre es reducido, no pasando de unos mil. Su objetivo es contrarrestar el movimiento de Taḥrîr, que reclama el fin del gobierno militar. Desde el derrocamiento del rey Faruq en 1952, Egipto ha sido gobernado por militares que se sospecha han pactado con los Hermanos Musulmanes, los ganadores de las elecciones, para mantener sus privilegios.

Taḥrîr y ʿAbbâsiyya

Diario “Al-Masry Al-Youm”, nº 2755. 29-12-2011.

Como si a Egipto le faltase otra división, y no bastaran las divisiones anteriores entre islamistas y laicos, entre Hermanos Musulmanes y Salafistas; entre elecciones a la Presidencia antes de la Constitución… o anteponer la Constitución a las elecciones a la Presidencia creando una comisión redactora para la constitución –procedente del Parlamento como representante legítimo de la voluntad popular o externa– que acoja todas las corrientes políticas de manera cuantitativa y cualitativa, o de las dos procedencias; entre que se determine que el ejército vuelva a los cuarteles lo antes posible –dado que el pasado enero pidió seis meses para entregar la revolución al pueblo revolucionario– o que lo haga lo más tarde posible, cuando la seguridad y el orden estén asentados. Ahora, y en este preciso momento, surge la división entre las manifestaciones de Taḥrîr, que expresan el espíritu de la revolución e impiden que ésta sea “abortada” o “apropiada”; y por otra parte las concentraciones de ʿAbbâsiyya que expresan la posición del Consejo Militar, y a iniciativa de éste –y quizá instigadas por él, tal como hacen Al-Asad, en Siria, y Ṣaleḥ, en Yemen, o como hacía Al-Qadhdhâfî, en Libia– convocando a los que llamaba sus “Ayudantes” en la Plaza Verde (ahora Plaza de los Mártires). Aunque se diga que es una oposición artificial entre revolución y contra-revolución, entre el pueblo y el ejército, entre decenas de miles o una miliuniyya de manifestantes… o unos cuantos miles, las diferencias pueden notarse entre manifestaciones espontáneas y una concentración artificial. Solamente hay que tener presente lo que aparece: mil opuesto a mil, una posición frente a otra posición.

Todos los revolucionarios en Taḥrîr restan importancia a la concentración en ´Abbâsiyya, y todos los enemigos de la revolución exageran sus concentraciones enʿAbbâsiyya, y quitan importancia a Taḥrîr. ¿Cómo se iguala el orden con el desorden, la paciencia con la precipitación, el ejército con los revolucionarios de Egipto?

Si todavía existen dudas sobre el Consejo Militar y su postura ante la revolución constatamos: una cara con la revolución, otra cara con el régimen anterior; la cabeza y la lengua con la revolución, el corazón y los sentimientos con la contra-revolución –y los testimonios que acreditan esto se cuentan por decenas, los revolucionarios los denuncian–. Esta falsificación y fabricación de un enfrentamiento entre las plazas de Taḥrîr y ʿAbbâsiyya, confirma estas sospechas y reafirma la mala intención por parte del Consejo Militar. Los leales al pueblo y al ejército hubieran deseado que el ejército permaneciera unido y fiel a la revolución, de cabeza y de corazón, hacia dentro y hacia fuera. En cuanto se piensa que el Consejo Militar conspira en contra de la revolución –tal como hacen los derrotados (fulûl)– y tal vez, en cuanto existe la idea de que algunas corrientes religiosas anteponen sus intereses partidistas a los objetivos de la revolución y la unidad de los revolucionarios, se piensa que se trata de un frente único contra los enemigos de la revolución.

El Consejo Militar podía haber descendido hasta la plaza de Taḥrîr para dialogar con los revolucionarios, haber escuchado sus quejas y reproches que llegaron hasta el extremo de gritar: “Abajo, abajo el gobierno del ejército”. Podía, también, haber atendido alguna de las reivindicaciones que vienen reclamando desde hace más de diez meses: abolir la ley del estado de emergencia, anular los juicios contra civiles en tribunales militares, promulgar una ley de aislamiento político (de los seguidores del antiguo régimen) y la constitución de un Consejo Presidencial Civil Revolucionario que participe al menos en el poder –sin que lo sustituya–, la liberación de los detenidos políticos, la aceleración de los juicios a los hombres del régimen anterior, pachás latifundistas, palaciegos e ingleses. El Consejo Militar podía haber respondido a las presiones continuadas de Taḥrîr desde hace diez meses, de modo que se produjera la interacción oculta entre la revolución y el Consejo, entre el pueblo y el ejército, entre el gobernante y el gobernado. Podía haber estado de una y otra parte con la revolución, manteniendo la consigna primera “El ejército y el pueblo son una sola mano”, en lugar de propiciar esta división entre la revolución y el Consejo, y los gritos en contra de él, así como el enfrentamiento del Consejo a los revolucionarios de Taḥrîr utilizando la violencia y la munición, arrasando y produciendo decenas de mártires caídos. Nadie conoce al responsable de los disparos contra los manifestantes, o del incendio del Instituto Científico de Egipto. Todavía sigue la investigación sobre los mártires de enero, y no cesa la pérdida de sangre de todos ellos. El ejército desempeñaba el papel de las fuerzas de seguridad del Ministerio del Interior… cuando no dudaron en asesinar a los manifestantes.

En la medida en que el periodo transicional se extendió de seis meses (hasta junio pasado) a un año, o sea hasta enero de 2012, hasta un año y medio -hasta el próximo mes de junio- se evidencia que el Consejo Militar está con el antiguo régimen. Sigue practicando la violencia, matando mártires, igual que hacían los hombres del régimen anterior y el Presidente depuesto. El Primer Ministro designado sigue sin expresar el espíritu de la revolución.

En vez de esto, el Consejo Militar se ocupa de la revolución antes de que la revolución se haga realidad, utilizando las elecciones, sus etapas, sus segundas vueltas y sus fases, sus listas, sus individuos, sus comités, sus supervisores… Prematuramente, ha desviado la energía popular de la revolución hacia el estado. Para hacer realidad los objetivos de la revolución y construir las instituciones podía haber avanzado en líneas paralelas, en vez de apoyarse solamente en la transparencia y limpieza de las elecciones, y en los testimonios de la gente, en lo cercano antes de lo lejano. La mayoría da la victoria a las corrientes religiosas de “Libertad y justicia” (Hermanos Musulmanes) y “Luz” (Salafistas) desplazando la marcha revolucionaria a otra que será el inicio de la división en las filas de la nación, y el comienzo de las maniobras políticas o una probable confrontación política, al tiempo que la lucha por el poder entre las corrientes mayoritarias y el Consejo Militar. Como consecuencia, les tendrán ocupados con la formación de un Gobierno de la mayoría representativa del Parlamento, que representa la voluntad del pueblo, y con la formación de una comisión que debe redactar la Constitución, y con las elecciones a la presidencia. Pero los objetivos de la revolución todavía no se han realizado. La gente se disocia de Taḥrîr y de los jóvenes de Taḥrîr, de las manifestaciones y de las ocupaciones, aún queda una minoría sin influencia; resulta fácil quitársela de encima y desprenderse de ella, siguiendo la llamada de los conservadores del orden, ávidos de la figura de estado representada por el ministerio del Interior.

El Consejo Militar empezó a buscar excusas y justificaciones para su existencia y sus decisiones, como hace cualquier régimen despótico precedente. Las dudas de los revolucionarios sobre el mismo se acrecentaron día a día y parece ser otro palacio presidencial. El anterior régimen continúa con otras personas, la cabeza se cambia y el cuerpo es el mismo. No siente ninguna aversión a utilizar la violencia, en derramar sangre y hacer caer a los mártires. ¿Quién le pide cuentas? ¿Cómo puede el asesinado investigar al asesino, que es quien sabe quién es el asesino y conoce las excusas del asesinato? Por tanto, la plaza de Taḥrîr debe volver a pasarle cuentas. En enero pasado los jóvenes de Taḥrîr confiaban en el Consejo Militar, elogiaron su comportamiento y le dieron las gracias, pero esperaban avanzar juntos hasta que la revolución hiciera realidad sus objetivos, pues el ejército de Egipto es el ejército de nuestra nación, es el que protege a la nación de sus enemigos externos, y la consolida en el interior desde la época de Muḥammad ʿAlî hasta la guerra de octubre de 1973, y la revolución de enero de 2011.

Incluso si la plaza de ʿAbbâsiyya expresara otra opinión y punto de vista ¿a qué viene la convocatoria a manifestarse, y anunciarlo con gritos, para apoyar y levantar las banderas y bajar a la plaza cercana del ministerio de Defensa, y gritos a favor del Consejo Militar contra la plaza de Taḥrîr? Evidentemente, “ʿAbbâsiyya”, está instigada a esto por el Consejo Militar o por los derrotados que continúan oponiéndose a los revolucionarios. La divergencia de opinión no es la lucha de fuerzas y el ataque mutuo, sino el diálogo con el fin de alcanzar un nivel mínimo de acuerdo, escuchando la opinión mayoritaria. La plaza de Taḥrîr, el corazón de la revolución, es el lugar del diálogo. Se difunde por el aire, y el pueblo dialoga consigo mismo. Mientras tanto, el Consejo Militar persevera en su compromiso primero de guardar y asegurar la revolución, de llevar a cabo sus reivindicaciones, de formar un gobierno revolucionario que exprese la cara de la revolución.

La creación de un Consejo asesor que abarque algunas personalidades de la revolución y representantes de las fuerzas políticas que participaron en la misma, es una función alternativa al Consejo Transitorio Revolucionario Civil, al que el Consejo Militar tiene que delegar sus poderes. Cuanto más amplio sea el número de sus miembros, más representatividad tendrá. Pero aunque no tuviera poderes, contemplaría la etapa transitoria de la revolución al Estado. Representa el papel de la izquierda en un sentido amplio, entre la derecha, que representa el Consejo Militar, y el Centro que representan los ministros.

Quizá podría obtener algunos poderes, aunque fueran inmateriales, del Consejo Militar o de la Presidencia de los ministros, actuando bien de custodio del espíritu de la revolución, o bien como portavoz. El poder es de la opinión, no del ejército ni del gobierno. En la opinión participa el pueblo con todas sus fracciones y fuerzas políticas. Si la revolución toma su marcha natural, de la cual se ha desviado en los últimos diez meses, y si el Consejo Militar cumple lo comprometido en el pasado enero, para llevar a cabo los objetivos de la revolución, y si los ministros promulgan los decretos ejecutivos de manera que el ciudadano sienta la revolución en su vida cotidiana, la plaza de Taḥrîr volverá a su vida cotidiana, sin manifestaciones ni ocupaciones. El comandante de la nave seguirá manteniendo su curso y protegiéndola de las tempestades o de detenerse en medio de las olas.

Si sale en ʿAbbâsiyya una manifestación natural contraria a la manifestación del Consejo Militar que levante la consigna “ʿAbbâsiyya no es un asilo”, entonces lo espontáneo triunfará sobre lo artificial. La plaza de Taḥrîr continúa siendo el corazón palpitante de Egipto, a pesar de que la circulación sanguínea sufra algunos sobresaltos. El desafío es la capacidad del corazón para bombear la sangre por todo el cuerpo, y la capacidad del Consejo Militar para no derramarla.

El segundo artículo es representativo del pensamiento de Hasan Hánafi, el cual integra elementos tradicionales, coránicos en particular, y elementos de la filosofía occidental. En este texto, Hánafi hace referencia a los intentos del Consejo Militar de situarse por encima de la futura constitución. En ello se reflejan antiguos problemas y actitudes ancestrales, cuyo sentido puede iluminarse por referencia a dos interpretaciones del islam que se remontan ya a la historia de los primeros siglos.

La alta política y la cultura de estar por encima

Al-Masry al-Youm nº 2769, 12 enero 2012

Piensan algunos que la política y la cultura son dos mundos diferentes, pues la política es el mundo de la acción, de la actividad, del ejercicio y de los logros, mientras la cultura es el mundo de la observación, del pensamiento y de la reflexión. La primera es de las masas, la segunda, de la élite. La primera es de los obreros y campesinos, la segunda, de los intelectuales. La política es acción, la mayoría de las veces, hablando y la cultura es hablar, la mayoría de las veces, haciendo. La política es cultura porque se sustenta en la observación y la cultura es política porque la observación prepara el camino para la acción.

Esto se constata de hecho en el artículo último del “Documento-anuncio de los principios constitucionales”, que tiene autoridad sobre la constitución, y pone al Consejo Militar por encima del control de la constitución y del parlamento, guardando la seguridad nacional, estableciendo unos secretos militares de los que no informa, en particular, los relacionados con clases y tipos de armas, algo que abre la puerta a la corrupción y al cobro de comisiones en las compras de armamento, pues la institución militar, como las demás instituciones, está expuesta a la corrupción. El Consejo Militar está por encima del consejo de ministros, es el que lo nombra y lo destituye, propone los decretos y no los promulga, es el responsable, a partir de la delegación de poderes que recibió del anterior presidente de la República, una autoridad que recibió “de arriba”. Los dos artículos, noveno y décimo, que como se anuncia están por encima de lo constitucional, sitúan al Consejo Militar por encima del control y de la rendición de cuentas, y esta conmutación se efectúa a través de este “estar por encima” y se convierte en orientativa, no obligatoria, ni mandatoria; no siendo un deber en la terminología de los fundamentos del derecho.

“Estar por encima” es lo que hace sagrada la naturaleza de los reyes, sultanes y príncipes, como la naturaleza divina. No se puede criticar. Todo lo hace sin control y sin pedir consejo. Con el “estar por encima” se protege la autoridad para imponer la fuerza y el despotismo, para aterrorizar a la oposición, para incitar a los aduladores; allí huye el necesitado y pide el pobre… el soporte, la fuerza y la ayuda vienen “de arriba”, no de abajo. Los pensadores muʿtazila de nuestro legado cultural intentaron reflexionar sobre la ley natural que gobierna los fenómenos, interpretando los fenómenos desde “abajo” y no desde “arriba” y fueron acusados de infidelidad y ateísmo. Los pensadores ashâʿira intentaron un compromiso intermedio entre “arriba” y “abajo” pero terminaron dando la primacía a lo de “arriba” a costa de lo de “abajo”. El trueno es por una voluntad superior y no por la ley de los vientos, la lucha entre el cielo y la tierra continuó a lo largo del legado cultural islámico, y ganó el “arriba” con excepción de Averroes, el cual quería que la reflexión llegara al entendimiento y a la naturaleza, a la observación y a la ciencia, pero el ataque de Algacel fue muy fuerte y es el que da la primacía al “arriba” en la fe y en el sufismo, rechazando la causalidad “abajo”. Fue un ataque generalizado en todo el mundo islámico, en el oriente y el occidente. Averroes fue convertido en infiel, la cultura occidental lo acogió en sus brazos, y le ayudó a terminar el periodo medieval y a empezar los tiempos modernos, que se sustentan en el entendimiento y la ciencia. Desde la aurora del renacimiento árabe moderno, desde hace dos siglos, nosotros estamos llamando a una cultura que se sustente en el entendimiento y la ciencia, siguiendo las líneas de la cultura occidental, pero la transmisión textual (naql) y el sufismo penetraron tan profundamente en la cultura árabe en el siglo V de la Hégira, que siguen enraizados en el alma árabe y prosigue la lucha entre “arriba” y “abajo”, entre los superior y lo inferior, entre el cielo y la tierra, entre la causa primera y las causas segundas, es decir, entre la acción divina y la acción humana; continúa dominando la lucha entre la acción fuera de la ley y la acción de acuerdo con la ley.

Cada bando interpreta las aleyas coránicas según sus intereses y elige aquellas que le convienen. El uno elige “Pero vosotros no lo querréis, a menos que Dios quiera” (El hombre, 30), “Cuando tirabas, no eras tú quien tiraba, era Dios Quien tiraba “(El botín, 17) Dios hace lo que Él quiere” (La familia de Imran, 40). El otro bando elige “Cada uno será responsable de lo que haya cometido” (El envuelto en un manto, 38). “Hemos asignado a cada hombre su suerte”, (El viaje nocturno, 13) “Quien haya hecho el peso de un átomo de bien, lo verá. Y quien haya hecho el peso de un átomo de mal, lo verá.” (El Terremoto,7-8).

La primera corriente ha escrudiñado refranes populares que le reafirman en aquello de “Oh Vencedor, oh Sabio, oh Dispensador del sustento, oh Generoso”, o “Déjalo en manos de Dios”, “El hombre propone y Dios dispone”, “Dios decretó e hizo lo que quiso”, “Si conocéis lo oculto, escogeréis lo visible”, “¡Oh desgraciado, oh desgraciado, no obtendrás más que el sustento [que Dios ha previsto para ti] que se dicen en las penas para consolar y reconfortar, para aliviar cuando afligen las desgracias. A esto pertenecen costumbres populares como gritar, levantar las manos abiertas hacia el cielo y pasarlas por el rostro, y es lo que Iqbâl llamaba la filosofía del ruego, pues el musulmán es un mendigo en este mundo.

La segunda corriente escudriñó refranes opuestos, por ejemplo “Quien mira hacia arriba se cansa”, “Levántate, campesino, y afila tu hoz”, y esto es lo que al-Afghânî intentó afianzar en los espíritus de la gente: “Me admiro, campesino, partes la tierra con tu azada y no partes el corazón de tu opresor”. Es algo que se transformó en consignas políticas, en la época liberal, de la historia reciente de Egipto, por ejemplo “El pueblo está por encima del poder”, “La nación está por encima del gobierno”, “El pueblo quiere la caída del régimen”, “El pueblo quiere la ejecución del asesino”.

Hasan Hánafi apuesta por el compromiso filosófico y político en el Islam actual

La primera cultura originó una estructura social que sigue dando la primacía al gobernante por delante del gobernado, al jefe por delante del subordinado. El sultán, el tirano, el jeque de la tribu, el líder son como dioses. Sostiene la tutela del hombre sobre la mujer, el dominio de la mayoría sobre la minoría. Defiende la dictadura, del individuo o de la comunidad, de la mayoría o de la minoría, de la clase o del partido, de la familia, de la tribu, del clan, o de la taifa, es la cultura que favorece el Consejo Militar en nombre de la fuerza, el orden y la seguridad, o el estado religioso en nombre de la fe y de los derechos de Dios, es la cultura que fundamenta la sociedad patriarcal, la cultura del “señor señor”, y la sociedad masculina, que es la sociedad que hace que la dictadura sea natural, y que el despotismo se mantenga, la cultura piramidal. Desde la creación de las civilizaciones y la pirámide es su símbolo, lo superior y lo inferior, la cima y la base, el faraón y los súbditos. “Soy yo vuestro altísimo Señor” (Los que arrancan, 24), “¿No es mío el dominio de Egipto, con estos ríos que fluyen a mis pies?” (El lujo, 51). Es la cultura del templo y los cuarteles, la cultura del santuario y del campamento militar, es la cultura de la opinión única, de la verdad única, la cultura del fanatismo.

La segunda cultura es la que se basa en la causalidad, y en la conexión entre los fenómenos según la ley causal correspondiente, la causa y el efecto, es la cultura que hace del universo algo habitual, que lo hace elemento de un orden que el hombre puede aprehender y con el que puede operar, con el que puede familiarizarse, es la cultura horizontal, no es la cultura perpendicular, que establece relaciones entre extremos, el delante y el detrás, lo precedente y lo subsiguiente, no es una cultura entre lo superior y lo inferior, lo más fuerte y lo más débil, lo más numeroso y lo menos numeroso, es la cultura que da origen a la política de la igualdad en cuanto derechos y deberes que hay entre gobernante y gobernado, entre el jefe y el subordinado, entre el hombre y la mujer. Esta cultura no cae en un determinismo absoluto, pues las probabilidades se mantienen, y la posibilidad de establecer varias hipótesis, una de las cuales se verifica como verdadera, excluye el fanatismo y la infalible certeza, la opinión definitiva. Es la cultura experimental, a través de la cual el hombre descubre las leyes de la naturaleza. Es la cultura que la conciencia sigue en grados y por etapas. Cada etapa coincide con un grado del desarrollo humano e impulsa hacia la etapa siguiente, del judaísmo al cristianismo, del cristianismo al Islam; de la Ley al Amor, del Amor a la Justicia, que es el amor basado en la ley, o la ley basada en el amor. En ambos casos, es una ley dialéctica: tesis, antítesis y síntesis.

La primera cultura está enraizada en los corazones e impresa en el entendimiento de tal manera que resulta equivalente a la razón natural (fiṭra). Dios creó el hombre en grados, o categorías: “Quien os ha distinguido en categoría a unos sobre otros”, (Los Rebaños,165 ). La categoría, para los conservadores consiste en la fuerza, la riqueza y en el dominio; para los liberales, en la ciencia, el coraje y la moral. En la medida en que predomina en la cultura popular, aborta toda revolución, frustra cualquier progreso, impide cualquier cambio, y destila despotismo y autoritarismo. No hay diferencia entre el despotismo militar, el despotismo religioso, o el despotismo occidental, según los tres símbolos: la gorra de plato, el turbante o el sombrero–no importa que el fez, es decir el efendi nacionalista, quisiera quitárselo y vaya con la cabeza descubierta, los tres primeros símbolos se han alejado del trabajo nacionalista.

El gran reto que afronta toda revolución en Egipto es la transformación de la cultura primera en la cultura segunda, de la cultura del despotismo en la cultura de la libertad, de la cultura vertical a la cultura horizontal, de la cultura de la secta redentora a la cultura de los conjuntos pluralistas, de la cultura de la pirámide inmóbil y eterna a la cultura del Nilo que fluye e inunda, de la cultura de la permanencia, “Subsiste tu Señor, el Majestuoso y Honorable” (El compasivo, 27), a la cultura del cambio, “Cada día está ocupado en algo” (El compasivo, 29).

Este artículo es representativo del pensamiento de Hánafi porque este siempre ha querido integrar un Islam abierto al razonamiento con un pensamiento de tradición doble: la de los grandes filósofos musulmanes y la de filósofos occidentales. Sin duda, las inquietudes de Hasan Hánafi por una apertura crítica del islam a la razón, uniendo la verdadera fe islámica a la ilustración armónica con la razón, son inquietudes que muestran a una parte importante del islam actual. La evolución de estas inquietudes en el futuro podría tener grandes repercusiones en la armonía y convivencia de las culturas.

Traducción de los artículos de Hasan Hánafi: Josep Puig Montada.

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