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Karl Schmitz-Moormann une la teoría evolutiva con la teología de la creación

Karl Schmitz-Moormann une la teoría evolutiva con la teología de la creación

Las ideas del teólogo y biólogo Schmitz-Moorman (1928-1996) son hoy de necesaria consideración a la hora de un entendimiento cristiano del proceso evolutivo. Inspirado en Teilhard de Chardin, su descripción de la evolución cósmica ha aportado enfoques esenciales que permiten profundizar y prolongar las ideas de Teilhard. En Schmitz-Moormann destaca la unidad de la creación y la autonomía del mundo creado por Dios. Pero, al mismo tiempo, esa autonomía es la que permite entender la creación de un cosmos hecho para “hacerse a sí mismo” en la libertad. Por Miguel Lorente Páramo.

Karl Schmitz-Moormann une la teoría evolutiva con la teología de la creación

Con el libro de Schmitz-Moormann Teología de la Creación de un mundo en evolución, la editorial Verbo Divino se presenta como promotora de una nueva corriente de pensamiento sobre las relaciones entre ciencia y religión.

La nueva colección está siendo dirigida por el Director del “Seminari de Teología i Ciènces de Barcelona”, Dr. Manuel García Doncel, y tiene ya cuatro libros publicados. En particular podemos citar «La fe de un físico» de John Polkinghorne, «Aliento de Vida. Una Teología del Espíritu creador» del Denis Edward, y últimamente las contribuciones de once teólogos-científicos al tema de «Kenosis del Creador», edición de John Polkinghorne ya comentada en Tendencias21.

El libro de Schmitz-Moormann es el único escrito por su autor sobre esta temática y recoge toda la sabiduría de su síntesis final. La obra que dejó el autor como un borrador (completada por James Salmon) recoge los parámetros de la teoría de la evolución (con muchos ejemplos tomados de la biología) para aplicarlos a la teología de la creación. Una visión fundamentalmente teilhardiana es aquí repensada con aportaciones sustanciales.

En todos estos libros yace un deseo de conocer a fondo los misterios de la revelación de Dios a los hombres, especialmente los que tratan de la naturaleza de las tres Personas y su acción en el mundo. El libro que aquí comentamos es fruto de unas clases que impartió Schmitz-Moormann en el Zygon Center de Chicago y en el Weston College de Boston. La postura religiosa de Schmitz-Moormann es la de un teólogo, y biólogo, que busca en la ciencia nuevas ideas para la comprensión moderna de los misterios de la fe, siguiendo la tradición de los teólogos medievales, que buscaban la ciencia teológica a través de la fe («fides querens intellectum»). El otro camino que sigue Schmitz-Moormann es recurrir a la síntesis de los filósofos y teólogos modernos como hizo Teilhard de Chardin, en cuya edición crítica trabajó asiduamente durante toda su vida

La postura de un teólogo evolucionista

Schmitz-Moormann ha sido un teólogo que trató de ayudar a la Iglesia con sus interpretaciones actualizadas de los libros sagrados, es decir de las verdades reveladas: «…los teólogos y su teología estarán generalmente en tensión con la jerarquía de las Iglesias que tienden a proteger sus puntos de vista doctrinales». En ciertos momentos la Jerarquía estará más cercana a la verdad revelada y los teólogos aprenderán que puede que sean pocas las doctrinas científicas “definitivas” que no se conviertan con el tiempo en obsoletas. Las Iglesias y los teólogos de hoy deben estar abiertos a dos posibilidades. «Podría ser, dice Schmitz Moormann, que los herejes de hoy sean los profesores del mañana, o podría ser que sean sólo los herejes, incluso arrepentidos». En particular, la teología está atravesando una mutación fundamental, pasando de mantener un depósito de la fe inmutable, a recibir una revelación renovada a través de la autorevelación de Dios en la creación.

Schmitz-Moormann ha buscado los teólogos que más le han ayudado a contemplar el mecanismo de la evolución en la obra de la creación. En particular, le ha atraído mucho la figura de Teilhard de Chardin. No se puede entender la teología de la creación sin estudiar antes el sistema de Teilhard, que vamos a resumir brevemente. La estructura de los seres cósmicos está basada en la dualidad uno-múltiple, que consiste en la realización de un ser de perfección más elevada, en otros seres de perfección inferior. La relación causal entre los seres de mayor y menos perfección tiene un carácter intrínseco (principio de acciones inmanentes).

Por el contrario, la relación causal entre los seres del mismo nivel responde al principio de causalidad eficiente (principio de acciones transeuntes). Este esquema que Teilhard ha recorrido experimental y evolutivamente, viene fundamentado por una ley de índole metafísica, «la ley de la complejidad-conciencia», en virtud de la cual en el interior de la vida la trama cósmica se enrolla cada vez más sobre sí misma, siguiendo un proceso de organización que pasa por el Hombre reflexivo, el Hombre individual y el Hombre social.

Este proceso implica la existencia en el término superior de la convergencia cósmica de un centro trascendente de unificación «el Punto Omega». Por otra parte, consideradas conjuntamente las tres etapas de la evolución (física, apologética y mística) sugieren una metafísica de la unión dominada por el amor. El Universo entero, al verse llevado en su evolución hacia el punto Omega a un proceso de unión con Dios, se vuelve íntegramente amante y amable en lo más íntimo y lo más profundo de nuestro ser.

Los parámetros de la evolución: la unión

La teología de la creación se basa en el proceso evolutivo. Si queremos interpretar la teología de la creación con los parámetros de la evolución, el primer parámetro que salta a la vista es el de la unión (para Teilhard esto era un símbolo de la diafanidad de Dios). Escoger unos parámetros que faciliten la comprensión de la evolución es escoger las cualidades del hombre que se encuentran en todos los seres del Universo y que, por evolución, se han ido perfeccionando cualitativamente hasta llegar al hombre.

Por el contrario, si vamos atrás en el tiempo, van desapareciendo los seres superiores y apareciendo las macromoléculas, los organismos unicelulares, como los virus y las amebas, las moléculas, los átomos las partículas elementales. En la generación de todos estos seres se hace necesario la colaboración de los seres inferiores para producir nuevos seres de mas complejidad orgánica. El proceso evolutivo de la unión es muy simple. Los seres inferiores se unen entre sí para constituir un ser con mayor grado de complejidad, que da origen a un ser de grado superior. Los elementos que dan origen al nuevo ser mantienen sus propiedades al unirse entre sí, pero el nuevo ser que emerge no es solamente la suma de las partes. Experimentamos estos seres inferiores como totalidades unidas pero no podemos decir qué es lo que conforma su unidad. En los seres vivos el principio de unidad se denomina alma, una entidad desconocida para la ciencia. Tal como Teilhard intuyó, la unión diferencia a los miembros que están unidos.

El proceso evolutivo se desarrolla a través de la unión de los elementos simples en totalidades más elevadas en los que algo nuevo llega a la existencia. Para completar su esquema, Schmitz-Moormann aplica el proceso evolutivo a la teología de la creación. Si la evolución se desarrolla por la unión, es correcto decir que Dios crea por la unión. «Ser es unión realizada y mantenida» diría Teilhard. Para evitar una marcha atrás al infinito, hay que excluir el comienzo mismo de la creación, que resulta ser menos visible que los momentos siguientes de la creación. Una consecuencia muy importante de la teoría de la creación por la unión es que Dios actúa inmanentemente en el interior de las cosas. Otra consecuencia fundamental de la evolución por la unión es que Dios es el constituyente de una suprema totalidad unida. Esta unión divina es la que se manifiesta en la unión de las personas que viven en comunión por el vínculo que las une, es decir, el amor que en el fondo es la unidad de Dios.

Segundo parámetro de la teoría de la evolución: la conciencia

Para conocer mejor el mecanismo de la evolución se acude a la conciencia. Esta responde a una capacidad de introspección que tienen los seres creados, especialmente los más perfectos, y que se puede encontrar también en los más simples por almacenamiento de la información que llega del exterior. Esta graduación de la conciencia vuelve a confirmar el principio teilhardiano, según el cual una propiedad que se da en el hombre se da también en los seres inferiores pero en menor grado.

La existencia de la conciencia implica una característica necesaria o al menos importante, porque la conciencia hace posible que el mismo ser desde dentro planifique sus movimientos para que se consiga el mayor rendimiento posible. La conciencia humana, dice Schmitz-Moormann, puede ser verificada introspectivamente por todos los seres humanos, y por analogía por todos los seres inferiores, e incluso por todos los seres más ínfimos, atribuyéndoles una capacidad de información (activa y pasiva). «Así, la conciencia aparece como una realidad en los seres superiores y disminuye a medida que retrocedemos en los primeros estadios de la historia de la evolución”.

Al principio de la evolución la conciencia parece desaparecer; el universo primitivo compuesto de partículas parece ignorar este tipo de actividades seleccionadoras del ambiente Esta evolución hacia la conciencia de los seres superiores en el Universo marca la pauta de porqué crea Dios estos seres tan perfeccionados que se pueden conocer a sí mismos y que pueden conocer el Universo. ¿Cual fue la finalidad de la creación respecto de la conciencia? Esta pregunta no tiene sentido dentro de una postura materialista; sólo tiene sentido dentro de una filosofía que admita los valores y las realidades espirituales.

Para estas personas espirituales, “la búsqueda humana de sentido forma parte de la creación de Dios. Si nos fijamos en la finalidad de Dios en la creación, Dios no ha creado un Universo que se baste a si mismo para poder satisfacer la búsqueda de sentido que ha suscitado”. El Universo evolutivo ha alcanzado finalmente un nivel en el que ya no sigue ciegamente sus impulsos instintivos sino que ve en la mente humana consciente una luz de guía que procede de la experiencia. La conciencia está creada por Dios para que el hombre se relacione con Él.

Tercer parámetro de la teoría de la evolución: la información

La información trabaja a todos los niveles del ser; es decir, trabaja entre todos los seres del mismo nivel o bien como receptores o bien como reproductores de información. Este mecanismo requiere una actividad muy grande y, de alguna manera, el sujeto actuante es capaz de influir causalmente en todos los órganos del sujeto paciente y viceversa. En los seres más imperfectos no podemos distinguir la información de la estructura. Cuanto más aumenten los grados de ser en los seres creados, más aumentan los grados de espiritualidad de los seres superiores, que de alguna manera se asemejan más a Dios que es puro espíritu, donde se encuentra toda la información posible.

La enseñanza bíblica de que todo el hombre ha sido creado a imagen de Dios se puede interpretar como si el hombre es la especie más capaz de manejar información de tipo espiritual. Dios se hace visible en la creación si uno contempla el mundo con los ojos de la fe. El que pretenda buscar sólo evidencias científicas no puede ver a Dios actuando en el mundo. La información transciende sus aspectos materiales y pone de manifiesto que la dimensión más importante del Universo es la espiritual. Así la creación parece transcendente, que es la plenitud del poder creativo espiritual. En esta ascensión de la evolución a niveles más elevados de realidad espiritual está implicada una pequeña parte del universo: la mayor parte de este ha alcanzado un status final de radiación de fondo, y en cuanto al resto, la mayor parte va camino de convertirse en estrellas muertas.

Cuarto parámetro de la evolución: la libertad

Siguiendo las propiedades que más configuran los grados de ser que aparecen en todos los parámetros de la evolución, Schmitz-Moormann describe el papel que la libertad ha jugado en la diversificación de los seres en la evolución, de modo que ha perfeccionado su ser, ha enriquecido su voluntad y aumentado su libertad. Al admitir la libertad en la evolución debemos reemplazar la causalidad determinista por una libertad que es estadística.

Aunque estos dos términos aparecen contradictorios por ser la condición estadística propia de los sistemas determinísticos. La prueba de la existencia de la libertad no se puede darse científicamente, porque no se puede probar con una la libertad estadística que sea real la libertad que se presenta como una acción que es básicamente indeterminada en la forma objetiva. Se conocen rasgos de la libertad en las etapas primitivas de animales y el hombre. Pero tampoco se puede probar su origen y su influjo poderoso en la historia del hombre. También en los animales hay un cierto comportamiento que asemeja la libertad y que se produce como una respuesta de los instintos. Poco a poco la ciencia fue abandonando el mecanismo determinista para moverse a un terreno más flexible para aclarar su independencia de las respuestas animales y humanas.

Por tanto sólo aparecen nuevos ámbitos de libertad dentro de un entorno que parece estar determinado por la media estadística. En el Universo evolutivo la libertad no constituye una realidad ideal. Es algo dado en el mundo real, incluso experimental, pero no aparece nunca empíricamente como una libertad absoluta. Cuanto más ha evolucionado un elemento, más amplio es el espectro de sus posibilidades. Sin embargo, existe un delicado equilibrio entre las propias estructuras de apoyo y el vector de libertad al que estas estructuras sirven de apoyo. Hablar de libertad no quiere decir que desaparezcan los grados de determinismo que siempre se mantienen.

La libertad es también un regalo para la vida social tal como se puede apreciar en la autonomía humana y su conciliación social. Pero puede ser también un peligro. «Del mismo modo que una sobredosis de libertad individual puede ser destructiva para la sociedad, también pueden resultar destructivas las estructuras que son demasiado rígidas». Trasladándonos a las sociedades religiosas, las Iglesias deben actuar con estabilidad dentro de sus tradiciones, pero necesitan previamente adaptar su estructura a la realidad evolutiva. Por lo tanto, las Iglesias tendrán que dejar más espacio a la libertad y al cambio permitiendo que las ideas y las nuevas propuestas de comportamiento sean examinados antes de proclamar un anatemas precipitados.

La teoría de la evolución y la teología de la creación

Hemos analizado los parámetros que dirigen el proceso de la evolución: la unión, la conciencia, la información y la libertad. Estos mismos parámetros se pueden encontrar en una teología de la creación. Es decir, estos mismos parámetros de carácter experimental se pueden aplicar a la teología para entender el mecanismo que regula el proceso del acto de la creación. La finalidad de la creación revela una intención clara, que consiste en una intención explícita del Creador en la creación para hacer todo a su imagen y semejanza. La pregunta de cómo actúa Dios en la creación va a ser dominante en los teólogos modernos después del Concilio Vaticano II. La respuesta que estos teólogos han adoptado viene dada por los datos que la astronomía ofrece sobre los primeros instantes del origen del universo.

La creación entendida como llamada de Dios al Ser («creatio appellata») se desarrolla por un sólo acto del Creador. La idea básica es que el Universo es llamado a salir de la nada hacia el ser en devenir. El proceso de este llegar a ser o devenir es la respuesta de la creaturas. No hay un acto inicial seguido de una manipulación de aquello que compone el Universo. El acto que produjo el inicio del proceso y el acto que mantiene el proceso en marcha son la misma llamada de Dios. Dios no crea estructuras preparadas, ya hechas, sino que produce las estructuras y elementos más simples que pasan a formar estructuras más complejas por unión. Más aún, Dios no está presionando los elementos más simples para que se unan. La dinámica de la unión está dada en las cosas mismas, en un modo semejante cómo las tres Personas de la Trinidad se unen libremente para formar una sola realidad .

A partir de esta realidad de Dios que se nos revela como trino y uno, construye Schmitz-Moormann una metafísica de la unión, que pierde su carácter estático, y desarrolla el concepto de ser como “llegar a ser”. Aunque una filosofía del ser en devenir está todavía por hacer, sabemos, por la teoria de la evolución, que esta metafisica debe incluir términos como teoría del devenir, del ser que se hace y que no acepta definiciones fijas. De esas definiciones habrá que escoger aquellas que reflejen las propiedades metafísicas de la unión. El principio de la unión se cumple en la Trinidad cristiana en grado infinito, porque toda la actividad entre las tres Personas se realiza en el amor y porque la unión entre las tres Personas ha de realizarse en el amor. La unión que revela la fe cristiana es así congruente con la unidad cósmica que describe la ciencia.

Miguel Lorente Páramo es Catedrático Emérito de Física Teórica de la Universidad de Oviedo y Miembro de la Cátedra CTR

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