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La Teología de la Ciencia, nueva propuesta para la comprensión del mundo

La relación de la ciencia física con la teología es el tema de la ponencia de la cuarta sesión de la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión, del 12 de mayo, desarrollada por Javier Monserrat. Según esta ponencia, la ciencia ha producido resultados globales relevantes sobre los que se ha construido la teología de la ciencia. Esta rama de la teología no niega que la imagen científica del mundo pueda conducir a posiciones ateas o agnósticas. Tampoco impone razonamientos filosófico-teológicos, ni pretende que sus reflexiones sean “científicas”, si bien sus argumentos son “verosímiles”. Para Monserrat, la teología de la ciencia está siendo la ocasión histórica que nos lleva a entender algo que estaba ya en la esencia más antigua de la revelación y de la teología cristiana: la teología de la kénosis. Por Guillermo Armengol.

La Teología de la Ciencia, nueva propuesta para la comprensión del mundo

Javier Monserrat considera, en el documento marco de la ponencia titulada Ciencia Física y Teología, presentada en el seminario abierto de la Cátedra CTR (12.5.06), que la teología de la ciencia (TdC) no sería otra cosa que la teología construida desde la imagen del universo en la ciencia moderna. Juan Pablo II, en la carta a Coyne, director del Observatorio Vaticano se refiere incluso a que la labor a realizar ante la nueva cultura científica es semejante a la que en su tiempo hizo Santo Tomás asimilando a Aristóteles.

La TdC no tiene pretensiones apologéticas en el sentido hoy superado de “demostraciones” de lo religioso por la ciencia. En otras palabras, la TdC no niega la posibilidad legítima de que la imagen del mundo en la ciencia moderna conduzca a posiciones ateas o agnósticas. Quedaría así abierta la posibilidad de interpretar el mundo sin Dios. La TdC no impone a nadie razonamientos filosófico-teológicos, ni pretende que sus reflexiones sean “científicas” (sino filosófico-teológicas construidas a partir de resultados, eso sí, estrictamente científicos). Sus argumentos son “verosímiles” en el sentido de que están racionalmente bien construidos, pero su valoración depende de la capacidad de juicio personal libre de cada individuo.

La imagen del universo en la ciencia

La ciencia ha producido resultados globales relevantes en orden a una posible TdC. Monserrat destaca los siguientes puntos que pueden seguirse directamente en su conferencia:

1) Epistemología de la ciencia: una ciencia hipotética, abierta y crítica. 2) La materia: la inconsistencia de la materia germinal (mecánica cuántica). 3) Un universo funcionalmente flexible y abierto (indeterminación y caos). 4) Un universo de autosuficiencia, estabilidad o consistencia problemática (cosmología del origen y fin del universo). 5) Un universo de sorprendente racionalidad físico-cosmológica (un universo antrópico de posible explicación naturalista o teísta). 6) Un universo de sorprendente racionalidad biológica (el orden biológico ante el naturalismo y el intelligent design). 7) Un universo que produce sorprendentemente el psiquismo (emergentismo y neurología cuántica). 8) Un universo dinámico, evolutivo, abierto y autocreador (un universo en proceso abierto autocreador por coordinación evolutiva de determinación, de necesidad, de indeterminación, de azar y de caos).

Teología de la ciencia

Pero ¿a qué modo de interpretar el cristianismo lleva hoy la imagen del mundo en la ciencia? ¿Cuál es la teología de la ciencia de la ciencia moderna? Monserrat destaca los perfiles de una TdC.

Un Dios fundamento del ser. La filosofía teísta de la ciencia considera que hay argumentos de verosimilitud (no imposibles) para pensar que Dios fuera el fundamento autosuficiente y necesario del ser en un universo altamente problemático en cuanto a su suficiencia consistente.

Un Dios creador. La hipótesis de Dios como fundamento del ser real conduce a la hipótesis de que el universo debiera haber sido constituido en el ser por creación. El tema del Dios creador es un contenido básico de la fe cristiana.

Un universo de ontología divina. ¿Cómo se hizo la creación? La teología cristiana siempre ha defendido la creación ex nihilo, de la nada. El mundo nació de la ontología divina, desde dentro del ser de la divinidad. Puede entenderse a San Pablo al decir que en Dios existimos, nos movemos y somos. En ese fondo holístico del universo aparecería aquella imagen de Dios propuesta ya por Newton en el siglo XVII como el sensorium divinitatis, hoy favorecida por los resultados de la ciencia.

Un Dios panenteísta. La ciencia, pues, interpretada al modo teísta, conduciría a una síntesis pantenteísta que ilumina la idea del Dios de la teología como el fondo ontológico omnipresente de toda la realidad.

Un Logos divino diseñador. Hoy en día la ciencia moderna ha constatado lo que antes llamábamos una sorprendente racionalidad físico-cosmológica y biológica que han dado lugar a lo que en este momento son la interpretación teísta del principio antrópico y del intelligent design. La presencia del logos divino en la creación hay que verla no en las estados intermedios (lo que los escolásticos llamaban “causas segundas”) sino en el diseño global cósmico de todo el proceso con su teleología intrínseca. En esto mismo han insistido científicos como William Stoeger del Observatorio Vaticano o teólogos como John Haught de Georgetown.

Diseño evolutivo de un universo abierto y autónomo. Un teísmo evolutivo que procede en su desarrollo por factores deterministas, por necesidad, por indeterminismo, por azar y por caos. El universo es un universo abierto, flexible y autónomo que ilumina la forma del proceso creador: un universo autónomo para la libertad.

Un universo en que la acción divina es posible y verosímil. En un mundo abierto, indeterminista, caótico, flexible tanto en lo microfísico-cuántico como en lo macrofísico-clásico, la actuación divina no sería por ello mismo inverosímil.

Una ontología monista del mundo psicobiofísico. El proceso de la creación desde lo físico inicial a lo biopsíquico puede verse así como proceso de emergencia de las propiedades ontológicas que acercan el mundo a la divinidad que lo crea. Esta visión de la ciencia enriquece así la idea cristiana de creación ex nihilo desde la ontología divina.

Una ontología monista del alma humana. El hombre como nivel de emergencia superior sería así creado evolutivamente como posible objeto de la interpelación divina interior entendida como lo que en teología cristiana se llama la Gracia del Espíritu. Esta nueva antropología sería compatible con los grandes principios de la tradición cristiana que no imponen el dualismo, sino una idea de la persona humana abierta a Dios.

El hombre como co-creador creado. Dios ha creado así el mundo para la libertad. La voluntad divina es aceptar la actividad cocreadora de la humanidad, orientando con su actividad incondicionadamente libre la transformación dinámica del mundo y de la historia humana.

Una razón provisoria ante un universo enigmático. La filosofía y la teología se construyeron desde la seguridad y el dogmatismo. Hoy deben aprender a orientarse hacia las epistemologías críticas e ilustradas de nuestra cultura y desde ellas proceder a reinterpretar enriquecedoramente muchos enfoques propios de la teología y de la moral.

La ambivalencia interpretativa de un universo enigmático. El universo y la ciencia no imponen la idea de Dios. El teísmo actual no pretende imponerse a nadie; pero debe respetarse la verosimilitud argumentativa de su posición. No tener este respeto sería difícilmente compatible con los principios de la epistemología moderna de la ciencia y con el espíritu crítico, ilustrado, intelectualmente tolerante de nuestra cultura.

La Teología de la Ciencia, nueva propuesta para la comprensión del mundo

Teología de la kénosis como teología de la ciencia

¿A qué tipo de teología de la ciencia conduce hoy la imagen del universo en la ciencia? Monserrat considera que la teología no se reduce a la teología de la ciencia. Pero esta lleva a una teología de la kénosis; es decir, conduce a la teología de la kénosis como pieza esencial y básica de nuestra interpretación o hermenéutica actual del cristianismo.

Primero: el hombre y la naturaleza de su conocimiento. La ciencia ofrece hoy una imagen del hombre en el marco del paradigma evolutivo. ¿Cuál es la verdad humana? ¿Qué es últimamente el universo? La respuesta debe construirse por el esfuerzo de la razón, describiendo los hechos constatables y haciendo inferencias racionales críticas y revisables.

Segundo: el enigma real, dos posibilidades de interpretación última. Se muestra, pues, un universo enigmático que, al someterse a un escrutinio filosófico apoyado en la ciencia, conduce a dos posibles hipótesis de interpretación última: una interpretación teísta y una interpretación atea o agnóstica, es decir, puramente mundana, sin Dios. ¿Es posible negar que una de estas hipótesis no sea posible? Ciertamente es muy difícil, a no ser que retrocedamos hacia el dogmatismo filosófico teísta o ateísta del siglo XIX y abandonemos el criticismo ilustrado tolerante de nuestra cultura. El teísmo tiene hoy argumentos de verosimilitud para su hipótesis; pero el ateísmo o agnosticismo también los tienen para la suya. En realidad es hoy la misma descripción sociológica la que muestra estas dos hipótesis como viables. A ellas está hoy abierto el hombre ordinario de nuestra cultura. La ciencia nos lleva a entenderlo así.

Tercero: el sentido del ocultamiento divino. El hombre, pues, estaría abierto al enigma de lo real y a la posibilidad de las dos hipótesis, Dios y la pura mundanidad sin Dios. En definitiva, en esta situación, Dios no estaría impuesto necesariamente por las condiciones objetivas, ya que siempre estaría abierta la posibilidad de una hipótesis puramente mundana. Monserrat advierte que, aunque el hombre se inclinara hacia una interpretación religiosa, lo haría admitiendo que el Dios real mantiene en último término su silencio en la creación (ha creado el mundo de tal manera que es posible interpretarlo sin Dios). Aunque la naturaleza permite, pues, la hipótesis de Dios (con argumentos de verosimilitud), no hay una seguridad racional absoluta de su existencia y el Dios real, de existir, está oculto y en silencio. La ciencia describe este mundo enigmático.

Por ello, el hombre en el mundo debe entenderse como un ser abierto a dos grandes preguntas finales en torno a Dios. La primera: ¿es real un Dios que ha creado el mundo pero permanece oculto y en silencio? Y la segunda: ¿el Dios oculto tiene una voluntad de relación con el hombre y liberación de la historia? En último término se trata de una única pregunta: ¿es real un Dios oculto y liberador? Cuando el hombre es religioso, aunque no sea cristiano, toma siempre una posición positiva ante estas preguntas: la religiosidad natural se funda en la apertura a un Dios salvador por encima o a pesar de su ocultamiento y su silencio. El hombre religioso cree que el ocultamiento divino tiene el sentido de crear un mundo en que sea posible la libertad humana. La libertad y dignidad que él mismo está advirtiendo en la propia experiencia vital, entendiendo que se abre o se cierra a Dios desde el uso de su libertad humana.

Cuarto: la hermenéutica del Misterio de Cristo. El cristianismo está fundado en la experiencia religiosa de Israel que culmina en el Misterio de Cristo: el Misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo. El patrimonium fidei cristiano, y la misma teología cristiana, ha considerado siempre que en este Misterio de Cristo Dios ha realizado y manifestado ante los hombres el sentido de su plan salvador: el plan divino en la creación del mundo y en la salvación liberadora de la historia humana; es decir, de los hombres en su individualidad personal. Por tanto, si el hombre en el mundo es el que hemos descrito (abierto existencialmente a las preguntas por el Dios oculto y liberador), entonces derivamos lógicamente a una determinada forma de entender, desde nuestra experiencia humana, la hermenéutica del Misterio de Cristo (una forma de entender qué ha hecho y qué nos ha revelado Dios en el Misterio de Cristo). La Muerte de Cristo (sabiendo que Cristo es una persona divina) se entiende como una confirmación y respuesta a la pregunta por el Dios oculto: es real la existencia de un Dios que acepta la kénosis, el anonadamiento, la ocultación, de su Divinidad ante el mundo para constituir la historia libre de los hombres, asumiendo íntegramente el uso humano de la libertad. La Resurrección de Cristo se entiende como la realización anticipada en Cristo y el anuncio de una futura intervención liberadora de la Divinidad para salvar la historia humana. La resurrección nos dice, en efecto, que la pregunta por el Dios liberador tiene respuesta positiva: Dios pasa por el momento del ocultamiento, de la kénosis en la muerte de Cristo, pero su plan final es la liberación de los hombres en congruencia con el uso de su libertad en la historia.

Teología de la kénosis, una teología de la libertad. El texto bíblico básico en la teología de la kénosis está en San Pablo a los Filipenses. Es el himno que reza: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se vació de sí mismo (kénosis) tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Fil. 2, 5-11). Este texto ha sido aplicado tradicionalmente a la cristología; es decir, interpretado como referido a Cristo, en la kénosis de su encarnación y de su muerte en cruz. Sin embargo, la teología de la kénosis, asumiendo la interpretación en sentido cristológico, la proyecta a Dios mismo y habla de la kénosis de Dios en la creación. Dios al crear el mundo habría admitido la kénosis de su presencia impositiva, de la presencia de la gloria de su Divinidad, para manifestarse en la forma del mundo; esto es lo que significa la kénosis de Cristo que, en definitiva, es la kénosis misma de Dios, al ser Cristo de condición divina. Dios, al crear, habría admitido su ocultamiento, su kénosis, haciendo posible la libertad humana en un mundo enigmático, pero con la intención última de glorificar el sacrificio de Cristo por la libertad humana y proceder a la salvación liberadora de la humanidad.

Ocasión histórica

Para Monserrat, la TdC está siendo la ocasión histórica que nos lleva a entender algo que estaba ya en la esencia más antigua de la revelación y de la teología cristiana: la teología de la kénosis. Lo es al mostrarnos que vivimos en un universo enigmático, oscuro, en que el sentido final podría ser Dios, pero podría ser también el puro mundo. La ciencia conduce a entender que el Dios real, el Dios cristiano, es un Dios accesible a la libertad humana, pero es un Dios oculto que permanece en silencio por kénosis o anonadamiento de la manifestación gloriosa de su Divinidad ante el mundo. Así, el Dios del cristianismo es el Dios de la libertad: el Dios que crea la libertad humana, la sostiene y la respeta. Y, por ello mismo, el cristianismo es la religión de la libertad.

Artículo elaborado por Guillermo Armengol, de la Cátedra CTR, a partir del documento marco para la Cuarta Sesión General del seminario abierto del 12.5.06, presentado por Javier Monserrat con el título Ciencia Física y Teología.

Guillermo Armengol

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