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La extrema derecha avanza en Europa, pero la historia sigue abierta

La extrema derecha avanza en Europa, pero la historia sigue abierta

La crisis financiera de 1929 tuvo consecuencias económicas y sociales que, en Europa, favorecieron la llegada al poder de los regímenes fascistas y el desencadenamiento de la segunda guerra mundial, que costó 60 millones de muertos. La crisis de 2008 está provocando el ascenso de la extrema derecha en Europa. Hay que estar atentos para que la historia no se repita; encontrar una manera de salir de esta situación no basada en la exclusión, el odio y la división, sino en la apertura, la unión y el respeto. Por Philippe Despres (*).

La extrema derecha avanza en Europa, pero la historia sigue abierta

Por primera vez desde la segunda guerra mundial, un líder ultra derechista acaba de ganar unas elecciones importantes. El 24 de Noviembre de 2013, en Eslovaquia, Marian Kotleba, jefe del “Partido del Pueblo-Nuestra Eslovaquia”, se ha convertido, con 55,5% de los votos, en gobernador de la región de Banka Bystrica, una de las más pobres y más pobladas (660.000 habitantes), con una importante minoría gitana.

Cuando era líder de un partido neonazi, ilegalizado en 2006 por ser contrario a la democracia y racista, Kotleba organizaba marchas paramilitares contra los que llamaba “parásitos”, cuyos asentamientos eran “basureros”.

En su campaña electoral prometió a los electores “poner fin al tratamiento preferente e injusto de los parásitos, y no únicamente de los gitanos”. Este gobernador muestra además simpatía hacia el régimen fascista de Jozef Tiso‎ que dirigió Eslovaquia entre 1939 y 1945. Ahora propone adoptar leyes duras contra la inmigración, acabar con las ayudas al tercer mundo y salir de la Unión Europea.

Tendencia general en Europa

Este suceso me parece interesante porque es representativo de una tendencia general en toda Europa. Tenemos todos los ingredientes para llegar a una situación del pasado: países afectados por crisis, en particular las clases medias y bajas; desafección hacia los partidos tradicionales, presencia de minorías de otras culturas; y partidos anti inmigrantes y anti Unión Europea, con líderes carismáticos.

De hecho, estos últimos años, en la radio o en la televisión, al comentar los resultados de las elecciones en un país u otro de Europa, a menudo se ha anunciado el progreso en votos del partido local de extrema derecha.

Desde entonces, he querido saber un poco más sobre el tema. Para hacernos una idea, en las últimas elecciones para el parlamento europeo de 2009, los partidos ultra derechistas han conseguido entre un cinco y un 10% de los votos en Finlandia, Francia, Grecia, Reino Unido, Rumania y Eslovaquia. Y más del 10% en Austria, Bélgica, Bulgaria, Dinamarca, Hungría, Italia y Países Bajos. Dentro de poco, en el mes de Mayo de 2014, tendremos las elecciones europeas. Será interesante ver si se confirma este progreso, y todo indica que ése será el caso.

El complejo mundo de la extrema derecha

En realidad, detrás de la expresión “extrema derecha” hay un mundo complejo y variopinto. Para resumir, se puede decir que ese mundo tiene dos facetas. La primera, la más antigua, la más clásica, incluye partidos o grupúsculos de tradición violenta, antisemitas, xenófobos, que abogan por la vuelta a la autoridad, a la familia, a la nación. En Europa central o del Este pueden recurrir a la herencia nazi.

Esos grupos no tienen muchos miembros. Llaman la atención de vez en cuando con motivo de algunos actos violentos, como cuando profanaron un cementerio judío en Carpentras (Francia, nueve de mayo de 1990); cuando han asesinado a inmigrantes (Alemania, 2000-2006) o con el aumento de ataques a inmigrantes en Grecia (por parte de Aurora Dorada‎ ), que han dejado cientos de víctimas.

Cabe recordar que un militante de Aurora Dorada fue el autor del asesinato a puñaladas del cantante antifascista Pavlos Fyssas el 18 de septiembre pasado, una acción que llevó al gobierno griego a meter en la cárcel a los dirigentes del partido.

La matanza de 78 personas por parte del noruego Anders Behring Breivik (Oslo, 22 de Julio 2011) también entra dentro de esta tenebrosa lista. Breivik había sido militante del Partido del Progreso (a menudo tildado como “de extrema derecha”), pero lo dejó porque a su juicio era demasiado blando. Este partido lamentó lo sucedido y consiguió el 16,3% de los votos en las últimas elecciones de Noruega, el mes de septiembre pasado.

La segunda faceta de la extrema derecha europea podría definirse como “populista”. Sus partidos desconfían de las élites, de un sistema que traiciona los intereses del pueblo y de instituciones o esferas de influencia internacionales. Su doctrina es simple contiene elementos de anti-intelectualismo.

Nostálgicos del pasado, abogan por la vuelta a valores profundos o por una recuperación nacional. El nacionalismo está muy presente en la ideología de estos partidos. Lo vemos solo con mirar a sus nombres: Partido Nacional Demócrata en Alemania, Partido Nacional Británico, Partido Nacional Esloveno, Partido Nacional Eslovaco, Frente Nacional francés, Movimiento Nacional de Polonia, Partido de los Auténticos Finlandeses.

En Bélgica, el Vlaams Belang‎, además de estar en contra de la inmigración, aboga por la independencia de Flandes. Todos pugnan ahora por aparecer presentables, recomendables, usando a los partidos tipo neonazis como potenciadores, de los cuales no quieren saber nada. Participan en las elecciones, a veces en gobiernos. Esa variante es la que está en progreso constante.

Votantes dirigidos por el miedo

¿Quién vota a estos partidos? Mayoritariamente gente procedente de las clases populares, modestas y con bajo nivel de cualificación y de educación; pequeños comerciantes, agricultores. Más hombres que mujeres. Pero ahora cada vez más gente de clase media también les apoya.

¿Por qué les votan? Porque se sienten cada vez más inseguros, temen perder el empleo, si no lo han perdido ya; ven que sube la precariedad en todas las partes, se desarticulan los logros sociales y el derecho al trabajo; los pobres se empobrecen y los ricos se enriquecen… El estado-providencia ya no cumple con sus promesas.

Asimismo, temen ser el blanco de la delincuencia, de los robos, de agresiones físicas. Hay que decir que los telediarios se hacen generosamente eco de todos los sucesos violentos. La gente se siente abandonada por el Estado. “¿Donde está la policía?”

También tiene miedo a perder la identidad nacional y europea frente a la inmigración, sobre todo frente al Islam. Se rechaza el multiculturalismo.

Entretanto, se difunde la idea de que la delincuencia y la inmigración van juntas. En Escandinavia y en Suiza, naciones relativamente poco afectadas por la crisis, ese es el miedo principal. En Suiza, el partido populista UDC (Unión Democrática del Centro) es el que más diputados tiene en el parlamento -54 de los 200 escaños- y participa en el gobierno con uno de los siete ministros (Consejeros federales).

La UDC difundió hace un tiempo un cartel que enseñaba unas ovejas blancas echando fuera de Suiza a una oveja negra. Fue el origen del referéndum “de los minaretes” en el cual 57,5% de los votantes apoyaron la propuesta de prohibir en la Constitución la erección de minaretes en las mezquitas que se construyan en el país helvético. Durante la campaña pegaron carteles de minaretes amenazantes cual misiles, y de mujeres con burka.

Ya tienen el chivo expiatorio. Los inmigrantes quitan los puestos de trabajo a los nacionales, timan al estado de bienestar, en particular a la Seguridad Social, porque tienen más hijos que los europeos, se enferman más a menudo, cobran el paro…

Desde este miedo y esa actitud, los votantes ven que los partidos tradicionales, sean de derecha o de izquierda, no han conseguido acabar con su sensación de malestar y de inseguridad. Entonces se orientan hacia los extremos. Pocos hacia la extrema izquierda, muchos hacia la extrema derecha.

Populismo y demagogia

Otra cosa que observo y que me parece preocupante es la banalización de las ideas de la ultra derecha. Cuando en Febrero de 2000, el partido ultraderechista austriaco FPÖ‎ llego al poder con la derecha, se produjo en toda Europa un clamor de protesta, y los 14 socios de Austria en la UE de entonces tomaron medidas de sanción.

Medidas por cierto levantadas pocos meses después, sin que hubiera cambiado nada. Ahora el extremismo político, tintado de nacionalismo y xenofobia, ha dejado de ser tabú y los partidos de extrema derecha comparten poder a nivel regional o nacional en varios países sin que nadie se ofenda. En los debates políticos, una buena parte de los temas los ponen ellos. Son muy buenos comunicantes y dominan las nuevas tecnologías y el uso de las redes sociales.

Es más: Los partidos tradicionales, sobre todo los de derechas, intentando limitar la fuga de votos, adoptan temas populistas y demagógicos, se dejan contaminar por el discurso de los radicales y toman ideas y elementos de su programa, en particular sobre la inmigración y los valores nacionales.

En Hungría, el primer ministro Víctor Orban quiere otorgar la nacionalidad húngara a las minorías magiarófonas de Eslovaquia, Rumania, Austria, Croacia, Ucrania y Eslovenia, lo que constituye la mayor reivindicación del partido extremista Jobbik. En Francia, el ex presidente Nicolás Sarkozy creó un… Ministerio de Inmigración y de Identidad Nacional.

La unión de partidos ultraderechistas

Observo también, en vistas a las próximas elecciones europeas de mayo de 2014, una estrategia de unión a nivel europeo de partidos ultraderechistas. Los protagonistas son Geert Wilders, jefe del partido neerlandés PVV (Partido para la Libertad) y Marine Le Pen, presidenta del FN (Frente Nacional) de Francia.

El PVV estima que, si seguimos así, la mitad de la población de los Países Bajos será magrebí en 2050. Marine Le Pen dice: “Quizás deberíamos hacer campaña juntos. Es importante que el elector vea que no estamos aislados, que en todos los países europeos, movimientos patrióticos comparables son activos… Luchamos contra una inmigración agobiante y contra la islamización, estamos orgullosos de nuestra cultura y actuamos contra la Europa que promulga reglas que nadie quiere”.

Si, en el mes de mayo que viene, consiguen formar un grupo en el Parlamento Europeo (mínimo 25 eurodiputados de al menos siete países diferentes) tendrán varias ventajas, como son tiempo de palabra, vice-presidencia, participación en comisiones, despachos, colaboradores.

Quieren agrupar todas las corrientes de eurofobia y euroescepticismo y hacer de esas elecciones un voto a favor o en contra de la UE y del euro, otros chivos expiatorios de las dificultades que viven muchos europeos en la actualidad.

La cuestión de la inmigración

A mí me parece contradictorio poner tanto hincapié en ser europeos y querer el fin de la Unión Europea. ¿Qué la Europa que conocemos es poco democrática? Sí. ¿Qué los eurócratas de Bruselas, con su afán de globalización, no resuelven los problemas de muchos europeos? Sí. Pero yo tengo la ingenuidad de creer que, si no construimos una Europa políticamente unida, tenderá a perder voz y voto en los asuntos del planeta.

Quizás los imaginarios “Estados Unidos de Europa”, con los 500 millones de europeos de la UE (7% de la población mundial) todavía puedan existir económicamente y culturalmente frente a los gigantes asiáticos. Tan solo China tiene… ¡800 millones de habitantes más! E India, en 2050, tendrá 300 millones más que China. Pero ningún país europeo solo por su cuenta podría dar la talla. Y acabaríamos siendo meros satélites de los nuevos imperios.

Tampoco creo que parar la inmigración sea una buena idea, económicamente hablando. De todas formas, aunque se construyera una alambrada electrificada alrededor de la UE, no se podría impedir que los hombres y las mujeres que no tienen nada que perder en su país se desvelen para entrar. Hasta que no se haga una reflexión seria a nivel internacional sobre las causas de la inmigración (bastante fácil) y sobre los remedios para acabarse con ella (bastante más difícil) seguirán viniendo miles y miles de personas.

Yo tengo una solución. Simple, ingenua, utópica y que hará sonreír: que los países “ricos” inviertan de manera masiva en los países “pobres”, eso sí, los que hayan acabado con la corrupción, hasta que sus habitantes tengan una vida digna y no les apetezca nada dejar sus hogares.

Ojo, cuando digo invertir, no quiero decir invertir para ganar dinero, sino invertir para que otros ganen dinero. Y aunque eso suponga una pérdida del sacrosanto “poder adquisitivo” de los “ricos”. ¡Ya os había dicho que sería difícil! Después de todo, ¿qué merito tengo yo por haber nacido en Europa y no en Bangladesh o Eritrea?

Y al fin y al cabo, no sería sino una justa compensación después de más de un siglo de saqueo de las riquezas de países colonizados de una forma u otra por los europeos. Además creo que sería una buena oportunidad para replantearnos nuestro modelo de sociedad, revisar lo bien fundado del crecimiento económico ilimitado y mirar si no podríamos vivir mejor con menos y sin hipotecar el porvenir del planeta. Estoy convencido de que todos saldríamos ganando.

El falso cristianismo de la extrema derecha

Ahora, como simple ser humano, me da mucha pena ver que cada vez más gente se muestra poco generosa, poco abierta a los demás y tan abierta a discursos simplistas de odio y de rechazo. Hace unos dos mil años, un maestro espiritual quiso traernos una buena noticia, la de amar a los demás, en particular a los más humildes, los más pobres, los más desfavorecidos.

Dos mil años después, ¿Qué ha sido de su enseñanza? Es verdad que lo que acabamos de ver no es nada nuevo. Durante esos dos mil años, la Europa “cristiana” ha acumulado una cantidad de barbaridades en las que no se veía el amor ni por asomo. Sin embargo, me gustaría pensar que podríamos los europeos vivir cada vez más desde el corazón.

Por eso, antes de terminar, quisiera rendir homenaje al actual Papa Francisco. ¿Quién se acuerda de que, por su primer viaje oficial fuera de Roma el 8 de Julio de 2013, visito la isla de Lampedusa donde tantos inmigrantes han perdido la vida en su intento de entrar en Europa? (Aproximadamente 25.000 en los últimos 20 años)

Estrechó las manos de unos inmigrantes irregulares y luego dijo entre otras cosas: «Nos hemos acostumbrados al sufrimiento de los otros, no nos afecta, no nos interesa, no es cosa nuestra»…»Pidamos al Señor que nos de la gracia de llorar por nuestra indiferencia, por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio económicas a nivel mundial que abren el camino a dramas como estos”.

Menos de tres meses después, ocurrió la tragedia que tuvo tanta repercusión mediática porque, de los más de 500 ocupantes de una barcaza que intentaba alcanzar la isla, murieron más de 300. Otra vez, en una visita a un centro de acogida de refugiados en Roma el papa dijo: “Cada uno de ustedes trae una riqueza humana y religiosa, una riqueza para acogerla, y no para temerla. Muchos de ustedes son musulmanes, de otras religiones; han venido de diferentes países, de situaciones diversas. ¡No debemos tener miedo de las diferencias! La fraternidad nos hace descubrir que son un tesoro. ¡Son un regalo para todos! ¡Vivamos la fraternidad!”

También declaró: “Los conventos vacíos no le sirven a la Iglesia para transformarlos en albergues y ganar dinero. Los conventos vacíos no son nuestros, son para la carne de Cristo, que son los refugiados.” Esas declaraciones del Papa Francisco las podríamos recordar a los que, dentro de la extrema derecha, recurren a la identidad “cristiana” de Europa.

Unión para salir de la crisis

Como bien sabemos, la crisis financiera de 1929 tuvo consecuencias económicas y sociales que, en Europa, favorecieron la llegada al poder de los regímenes fascistas y el desencadenamiento de la segunda guerra mundial.

Trajo una montaña de muertos (aproximativamente 60 millones, la mayoría civiles, cuatro veces más que durante la primera guerra mundial) y un abismo de sufrimiento no mensurable. A raíz de la crisis financiera de 2008, podríamos preguntarnos, y de hecho algunos lo hacen: ¿estamos asistiendo a un movimiento parecido? Yo creo que no.

El mundo ha cambiado mucho y la historia no tiene por qué repetirse. Sin embargo, hay que estar atentos y proponer, cada uno en su sitio y con su estilo propio, una manera de salir de la crisis que no esté basada en la exclusión, el odio y la división, sino en la apertura, el respeto y la unión.

Observación: Seis países de la UE parecen inmunizados, de momento, contra el aumento de los partidos de extrema derecha: Chipre, España, Estonia, Irlanda, Luxemburgo y Portugal.

(*) Philippe Despres es profesor de secundaria y miembro del grupo +étika.

RedacciónT21

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