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La monogamia tiene una base genética

Una investigación realizada con ratoncillos ha desvelado que la monogamia puede tener una base genética, ya que la implantación de un único gen de ratones monógamos en el cerebro de ratones promiscuos, consigue cambiar su comportamiento y convertirlos en fieles a sus parejas. Esta investigación podría dar una orientación para explicar por qué algunos seres humanos no se comportan igual que otros en sus relaciones de pareja. Por Vanessa Marsh.

La monogamia tiene una base genética

Investigadores de la Universidad Emory han comprobado que la monogamia animal es genética, ya que manipulando genes de ratones consiguieron que los machos promiscuos se hicieran fieles a su pareja.

En realidad, la manipulación ha consistido en infectarlos con un virus. El virus había sido procesado genéticamente y se le había agregado a su DNA un gen de ratoncillo monógamo.

La solución que contenía estos virus modificados fue inyectada entonces al cerebro de los ratones promiscuos. El virus infectó sus células cerebrales, penetró dentro de ellas y lo implantó en el DNA del ratoncillo promiscuo.

De esta forma, los investigadores transfirieron un único gen del cerebro de un ratón macho monógamo al cerebro de otro ratón de una familia próxima, que se caracteriza por su comportamiento promiscuo. Así descubrieron que el ratón promiscuo abandonaba la poligamia para mantener relaciones exclusivas con una pareja.

Gen de la memoria

El gen transferido mediante el virus es el que codifica la proteína llamada Receptor de Vasopresina. Esta proteína actúa en el Paladium Ventral, una región del cerebro que regula la sensación de premio, y que está directamente relacionada con la memoria.

Los ratoncillos monógamos poseen abundante Receptor de Vasopresina en sus cerebros, por lo que son capaces de recordar a su pareja y los momentos agradables de convivencia con ella.

Sin embargo, los ratoncillos promiscuos simplemente carecen de Receptores de Vasopresina en sus cerebros, por lo que no son capaces de recordar la unión con la hembra.

El experimento, tal como explican sus artífices en la revista Nature, es bastante explícito. Los investigadores estudiaron el comportamiento de dos tipos diferentes de ratones, unos muy sociables y otros con comportamientos más individualistas.

Cerebros diferentes

Se trataba de los así llamados ratoncillos de la pradera y ratoncillos de pantano. Los ratoncillos de la pradera son monógamos, ya que forman parejas para toda la vida y cuando los hijos llegan, el macho los alimenta, los protege y calienta junto con la hembra.

Los ratoncillos del pantano, sin embargo, son promiscuos, ya que el macho se desentiende totalmente del cuidado de las crías y después de fecundar una hembra busca inmediatamente a la siguiente en la lista.

En ambos tipos de ratones, la ubicación en el cerebro del gen receptor de la vasopresina es diferente. Existe una parte del cerebro relacionada con la adicción a las drogas que, en los ratones monógamos, contiene muchos receptores de vasopresina, mientras que en los ratones promiscuos sencillamente no existen.

El experimento consistió en tomar genes receptores de vasopresina de los ratones monógamos e implantarlos en la misma zona del cerebro de ratones promiscuos.

El resultado comprobado es que esos animales crearon a partir del trasplante genético lazos afectivos con su pareja, cuando este comportamiento no era habitual entre ellos.

Relaciones humanas

El experimento ha despertado gran interés por el significado que pueda aportar a las relaciones humanas, donde la infidelidad afecta a entre un 15% y un 75% de las parejas estables, según diversos estudios.

Lo que queda de manifiesto con este experimento es que la variación de un único gen puede modificar comportamientos sociales complejos, y más concretamente que el gen receptor de vasopresina está implicado en la unión afectiva de las parejas.

Si pretendemos extrapolar el resultado a las relaciones humanas, descubrimos que la variación de genes apreciada en estas dos familias de ratones puede ser similar a las variaciones que se aprecian en los seres humanos.

Para los autores, aún expresando la lógica cautela, esta investigación podría dar una orientación para explicar por qué algunos seres humanos no se comportan igual que otros en sus relaciones de pareja.

Nueva luz

La investigación podría explicar asimismo algunos trastornos de comportamiento como el autismo, en el cual podría estar implicado este gen, o influir asimismo en la timidez o en la extraversión.

Eso no quiere decir que el descubrimiento pueda aplicarse a las relaciones humanas, si bien deja de manifiesto que los lazos sociales tienen una base genética.

El experimento viene a arrojar nueva luz para el estudio de las relaciones humanas, ya que algunos comportamientos no podrán ser considerados en el futuro como meras expresiones de la sicología, sino también como reflejo de la arquitectura genética de las personas.

Cada vez queda más patente en el conocimiento de la especie humana que somos criaturas con rasgos físicos y sociales codificados en nuestros genes, lo que no significa que no podamos asumir con responsabilidad comportamientos que pensamos son los más adecuados, como la fidelidad a la pareja.

Muchos de nuestros comportamientos son el resultado de la evolución, de la que hemos extraído una serie de valores que respetamos, muchas veces inconscientemente, porque hemos aprendido que son buenos para la evolución de nuestra especie. La genética parece registrar este aprendizaje, según podría desprenderse del descubrimiento del gen de la fidelidad.

Vanessa Marsh

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