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La religiosidad de occidente toca fondo

La religiosidad de occidente toca fondo

¿Qué está pasando en occidente y en especial en Europa? Cargado de historia, de tradición, de cultura y religiones, occidente parece haber tocado fondo en sus valores. El sistema político ha propiciado la hipertrofia de la generación vieja que no deja espacio a la generación joven. Occidente envejece. Este artículo, basado en las ideas del filósofo chileno Luis Ratezo Migliaro, expresa los resultados provisorios de una búsqueda inconclusa sobre cuestiones que muchos hoy consideran fundamentales, y que Arnold Toynbee sostenía que están al centro y en la base de crisis espiritual y social de las civilizaciones. Por María Dolores Prieto Santana.

La religiosidad de occidente toca fondo

No queremos dar sensación de derrotismo. Pero se percibe que occidente, que fue la proa del gran navío del progreso, las culturas y las religiosidades, parece varado en las playas de la historia. Hace un siglo, en 1918, Oswald Spengler hablaba de la decadencia de occidente.

En el siglo XXI, muchos piensan que las respuestas que se han dado a la crisis espiritual en las civilizaciones pasadas no son ya posibles de aceptar en una nueva civilización, cuando la humanidad ha pasado por la experiencia de las ciencias y la crítica de la razón, y se pone en la perspectiva de una ‘sociedad del conocimiento’.

De ahí la necesidad y la urgencia de repensar la situación y encontrarle respuestas nuevas, convincentes o al menos justificables entre personas y sociedades con creencias, religiones, culturas, ideologías diferentes; y que a su vez incluyan e integren las diferentes dimensiones del ser humano y sus diversas fuentes de conocimiento.

Uno de los ensayos que nos ha parecido más clarificador es este: “conocimiento racional, creencias religiosas y conocimiento silencioso” de Luis Razeto Migliaro. Este escrito –del que deseamos informar a los lectores por las perspectivas y tendencias que abre – expresa los resultados provisorios de una búsqueda inconclusa sobre cuestiones que muchos consideran hoy fundamentales, y que Arnold Toynbee sostenía que están al centro y en la base de las civilizaciones occidentales.

Las respuestas que se han dado a la crisis de la religiosidad, de la racionalidad y de la cultura en las civilizaciones pasadas no son ya posibles de aceptar en una nueva civilización, cuando el hombre moderno ha pasado por la experiencia de las ciencias y la crítica de la razón, y se pone en la perspectiva de una ‘sociedad del conocimiento’.

De ahí la necesidad y la urgencia de repensar el papel de las religiones y la racionalidad en occidente y encontrarles respuestas nuevas, convincentes o al menos justificables entre personas y sociedades con creencias, religiones, culturas, ideologías diferentes; y que a su vez incluyan e integren las diferentes dimensiones del ser humano y sus diversas fuentes de conocimiento. Estas respuestas forman parte de la propuesta de Luis Razeto Migliano.

El autor: Luis Razeto Migliaro

¿Quién es el autor de estas reflexiones? Luis Razeto Migliaro es Profesor de Filosofía, Licenciado en Filosofía y Educación, y Magister en Sociología. Nacido en Los Andes, Chile, el 26 de Julio de 1945, de nacionalidad chilena e italiana, vive en Santiago de Chile. Es integrante de las siguientes instituciones, entre otras: Director de la Fundación Solidaridad; Director de la Fundación Habitat para la Humanidad (Chile); Fundador del Instituto para el Estudio de la Cultura y Tecnología Andina.

Sus principales trabajos académicos han sido: 1969-1973. Profesor y Director del Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Técnica del Estado, Chile; 1975-1980. Profesor en la Facoltá di Scienze Statistiche ed Attuariali, Università degli Studi di Roma, Italia; 1978-1980. Investigador del Istituto di Antropologia Culturale, Università degli Studi di Perugia, Italia; 1981-1994. Investigador en el Programa de Economía del Trabajo; Chile; 1995-1999. Profesor Escuela de Ingeniería, Universidad de Chile; 1995-1996. Director Escuela de Economía, Universidad Bolivariana; 1998-2007. Vicerrector Académico de la Universidad Bolivariana (Chile); 2007-2009. Director General de Postgrados, Universidad Bolivariana (Chile); 2008- 2011. Director del Magíster en Economía Solidaria y Desarrollo Sustentable, de la Universidad Bolivariana (Chile); 2002-2011. Profesor del Magíster de Ética Social y Desarrollo, de la Universidad Jesuita Alberto Hurtado (Chile).

El profesor Luis Razeto ha dictado numerosos cursos y conferencias sobre los temas de su especialidad en Universidades, Centros de Estudio y ONGs de Argentina, México, Brasil, Colombia, Venezuela, Uruguay, Perú, Canadá, España, Italia, Alemania, Francia, Bélgica y otros países europeos y latinoamericanos. Ha realizado un vasto trabajo de asesoría y capacitación a organizaciones de economía solidaria, microempresas, programas de desarrollo local y afines, en Chile y en diversos países latinoamericanos. Sus principales obras y trabajos se encuentran disponibles en el sitio www.luisrazeto.net.

En 2009 fue reconocido por DANSOCIAL de Colombia con la Medalla Adán Puerto, «en reconocimiento a su consagración a la investigación y al estudio, dedicación, mérito, servicio y apoyo al sector de la economía solidaria en Colombia y en el mundo», y «considerando que propuso el término economía solidaria para atender necesidades esenciales en la búsqueda y construcción de una economía alternativa, generando concepción del desarrollo a favor del ser humano desde los criterios de justicia y solidaridad».

En su opinión, “la civilización occidental moderna fue fundada en la afirmación del poder de la razón y en las capacidades propias de las ciencias positivas, que aplican el análisis racional a los distintos campos de la experiencia humana. Para surgir y asentar esta civilización, sus creadores debieron efectuar una crítica implacable de las religiones, que habían sido el soporte intelectual y moral de la civilización medieval que se encontraba entonces en crisis y decadencia. Sucede ahora, en la actual fase declinante y de crisis orgánica de la civilización moderna, que es la razón la que se encuentra sometida a fuerte crítica y desprestigio, al atribuírsele la responsabilidad de muchos males que se hacen evidentes en el marco de la civilización moderna. En efecto, se responsabiliza a la razón de las injusticias económicas de un capitalismo que fue postulado como la economía racionalmente fundada, y también de las opresiones, fanatismos ideológicos y guerras derivadas de los estatismos que postulan que el Estado es la expresión racional del orden social”.

La crítica y el desapego a la razón

La modernidad líquida de Bauman describe la crisis de la sociedad del conocimiento. De modo paralelo, para el profesor Luis Razeto, la cultura de la posmodernidad ha llevado a la quiebra de la confianza en la racionalidad. En su ensayo, puede observarse que esta crítica y desprestigio que se hace hoy de la razón, es en cierto modo análoga a la que en su tiempo se hizo de las religiones en cuanto fundamento del orden moral y social.

Se pasa por la criba de la razón el supuesto fundamento intelectual y moral del Medioevo, poniendo en evidencia los males que se observaban en aquellas sociedades que sostenían instituciones injustas y bárbaras diciendo fundarse en verdades religiosas. En aquél contexto se veía al Poder asociado a la religión y por eso se criticaba a ésta, y en el contexto actual se observa al Poder asociado a la razón y se critica a ésta.

“Pero el hecho que en un caso los poderosos se apropiaran de la razón y la subordinaran a sus intereses, – escribe Razeto – y en el otro fuese la religión la que subordinaran e instrumentalizaran, no nos permite sacar conclusiones válidas sobre los verdaderos alcances, el sentido y las potencialidades de la razón y de la religión consideradas en sí mismas. Pues tanto la razón como las religiones han acompañado la historia humana desde sus comienzos, y muestran méritos propios que son independientes de las formas y de las aplicaciones a que han dado lugar en el medioevo y en la modernidad”.

Hoy, cuando la civilización moderna, y los resabios de civilizaciones medievales que aún permanecen, se encuentran en una crisis y decadencia tales que amenazan incluso el avance civilizatorio general de la humanidad, se hace indispensable volver a considerar tanto a la razón como a las religiones, para descubrir lo que puedan significar y aportar en el tránsito hacia una nueva y superior civilización y en la construcción de ella. Pues toda civilización requiere construir sus propios soportes intelectuales y morales; y esto, obviamente, en ningún caso puede partir de cero, sino implicar un avance sobre lo ya realizado, experimentado y creado por la humanidad en su larga historia y en su arduo y complejo proceso civilizatorio.

¿Hay algo que se pueda rescatar de la razón y de las tradiciones religiosas?

En el punto de partida de esta reflexión, está la situación real del mundo de los valores y su inadecuación práctica para ser ejemplar en la nueva sociedad occidental. En esta reflexión el autor es crítico con la realidad. Pero no es derrotista. Se pregunta si hay algo importante que rescatar tanto de la razón como de las religiones, algo que merece la pena de ser conservado para lanzarse hacia el futuro. Y se esfuerza por identificarlo con el mayor rigor y precisión de que pueda ser capaz.

I. Las potencialidades y los límites del conocimiento racional

¿Qué es posible rescatar del aparente naufragio de los intentos de construir marcos de referencia racionales? Establecer, pues, el marco general de la racionalidad, nos ayuda a detectar los límites de este intento. De acuerdo con los planteamientos de los filósofos del conocimiento, la razón (el intelecto racional humano) tiene pretensiones de universalidad, en un triple sentido: 1. Que sus conocimientos trascienden la individualidad del sujeto y pueden proponerse y ser aceptados como verdaderos por todas las inteligencias o las mentes racionales; 2. Que puede examinar críticamente y juzgar la verdad de toda experiencia cognitiva; 3. Que puede acceder, en su propio nivel de abstracción, al conocimiento de todas las realidades de las que tengamos alguna experiencia o noción, en la más amplia diversidad de sus elementos y de sus formas, y en la más íntima unidad de lo que existe.

Esto hace que la razón se proponga como el criterio último de discernimiento y de juicio respecto a la verdad de cualquier experiencia y conocimiento que podamos tener, en los más variados campos de la realidad y del saber. Estamos, pues, dentro del marco de los intentos de la modernidad, Pero al mismo tiempo, la pretensión de universalidad que es propia del conocimiento racional, hace que a la razón le resulten inaceptables las ideas y concepciones contradictorias, o de las que se afirme que sean verdaderas solamente para algunos hombres y no para otros. (Veremos más adelante que esto se convertirá en un criterio esencial de discernimiento a la hora de someter las religiones a la crítica y el análisis racional).

Pero la razón humana encuentra sus límites propios: a) en las experiencias cognitivas sobre las cuales elabora sus juicios; b) en las ‘formas’ de conocer que le son propias y que puede emplear; y c) en los medios de que dispone para contener y expresar los conocimientos que alcanza.

En efecto, la razón elabora y genera conocimientos a partir de las informaciones que le son proporcionadas por otras experiencias cognitivas, que básicamente son: a) las que le llegan desde los sentidos y la percepción, o sea la experiencia empírica de la realidad material, y b) las que recibe por la intuición interior de los fenómenos de la conciencia, o sea la experiencia fenomenológica de la conciencia auto-consciente.

El valor de la capacidad reflexiva humana

De ambas fuentes, – según nuestro autor – y de cualquier otro tipo de experiencia cognitiva que pueda tener el sujeto, la razón recoge los ‘materiales’ que le sirven de base y fundamento en sus propias elaboraciones cognoscitivas. Con ellas, mediante sus propios procesos de abstracción, de análisis y de síntesis, despliega un tercer tipo de experiencia cognitiva: el conocimiento racional, que es distinto del conocimiento empírico y del conocimiento fenomenológico, sobre los que la razón trabaja y a los cuales se mantiene de algún modo siempre conectada.

El hecho de operar inevitablemente sobre la base de informaciones y experiencias que no tienen su origen en la razón misma, sino que le llegan desde la percepción empírica de los sentidos, o bien desde la fenomenología interior y subjetiva de la conciencia individual, implica que la razón no pueda alcanzar conocimientos que puedan considerarse absolutos (no sujetos a ninguna forma de duda o de condicionamiento de su verdad), ni que versen sobre realidades absolutas (que se refieran realidades que pudieran ser totalmente independientes y no relacionadas al mundo empírico y fenomenológico).

Los materiales del conocimiento

Además, los alcances del conocimiento racional – del conocimiento elaborado por la razón – están delimitados no solamente por las experiencias cognitivas de las que se nutre, sino también por los medios o elementos cognitivos mediante los cuales el conocimiento racional puede expresarse. Estos son, básicamente, de cuatro tipos que distinguimos analíticamente, pero que en el proceder concreto de la razón cognoscente se combinan y articulan en elaboraciones complejas:

a) Conceptos, en base a los cuales se formulan ideas, afirmaciones y razonamientos, y con ellos discursos, análisis y síntesis, hipótesis y teorías, disciplinas científicas y sistemas filosóficos.

b) Números, en base a los cuales se formulan operaciones aritméticas y cálculos algebraicos, ecuaciones, algoritmos y sistemas matemáticos.

c) Figuras geométricas, en base a las cuales se construyen gráficos, teoremas, topografías y sistemas geométricos.

d) Símbolos, en base a los cuales se elaboran metáforas, representaciones simbólicas, poesías y obras de arte.

Operando conjunta y simultáneamente con los conceptos, números, figuras y símbolos, y mediante sus complejas construcciones conceptuales, geométricas, matemáticas y artísticas, los seres humanos comprendemos la realidad, la cuantificamos, la representamos, la significamos y le encontramos sentido. Todo ello en procesos que se despliegan individual y socialmente, dando lugar a un mundo cultural, específicamente humano, distinto al mundo material pero relacionado con éste. Así mismo, guiados por el conocimiento que aplicamos a la solución de problemas y que guía nuestro accionar, construimos economía, política, educación, sociedad, historia, civilizaciones.

La crisis actual de la cultura de la racionalidad

“En ese mundo cultural en el que vivimos, actuamos, atendemos nuestras necesidades, nos relacionamos y nos damos normas de convivencia, siendo resultado de la aplicación del conocimiento en todas sus formas y expresiones, no disponemos de mejores medios para orientamos que el mismo complejo de conocimientos empíricos, fenomenológicos y racionales, que vamos aprendiendo, elaborando, renovando y expandiendo”, continúa el profesor Razeto.

Estamos empleando el término ‘conocimientos’ para referirnos a todas esas experiencias cognitivas, incluidas las elaboraciones que resultan del operar de la razón sobre la base de las experiencias empíricas y fenomenológicas; pero ello no significa que se trate necesariamente de conocimientos verdaderos y ciertos. Se trata más bien de ‘creencias’ que aceptamos con mayor o menor convicción, más o menos justificadas racionalmente, y más o menos aproximadas a las realidades sobre las que versan.

Debemos asumir y reconocer, en tal sentido, que el complejo mundo de conocimientos que experimentamos y en el cual vivimos, con todas las elaboraciones culturales y las construcciones económicas, políticas y sociales que llegamos a formar, es un mundo humano incierto, impreciso, a menudo ambiguo, siempre abierto a nuevos descubrimientos y aproximaciones a un conocimiento más amplio, profundo y certero.

Superar la incertidumbre

Pero la razón humana trata de superar la incertidumbre y la ambigüedad, y ha desarrollado sus propias exigencias de coherencia y consistencia, y métodos y normas bastante rigurosas de justificación y validación del conocimiento. Aplicadas éstas diferenciadamente a las informaciones provenientes de la experiencia empírica y de la experiencia fenomenológica, se da lugar a dos formas perfeccionadas de conocimiento racional: el conocimiento científico (elaboración racional del conocimiento empírico), y el conocimiento filosófico (elaboración racional del conocimiento fenomenológico).

De este modo el intelecto racional despliega capacidades cognitivas de valor incalculable. No obstante, atendiendo a los ‘instrumentos’ que tiene el conocimiento racional para expresarse y comunicarse, debemos concluir que ella no tiene las capacidades que serían necesarias para referirse con precisión y rigor a supuestas realidades trascendentes al mundo empírico y fenomenológico, que no puedan ser contenidas en conceptos, números, figuras geométricas y símbolos.

Así, la incertidumbre es un estado mental que parece inevitable, al tiempo que constituye una condición que torna particularmente difícil la existencia humana. La incertidumbre resulta especialmente problemática, y se torna incluso insoportable en ocasiones, cuando se trata de las cuestiones más profundas y existenciales del ser, del sentido de la vida, del por qué del sufrimiento, de la muerte, etc.

Sobre tales cuestiones existenciales la razón encuentra en la experiencia fenomenológica de la conciencia autoconsciente elementos que le sirven para elaborar respuestas razonables, argumentadas, filosóficas; pero las bases cognitivas sobre las que trabaja la razón no son suficientes para asegurarle que sus conclusiones sean verdaderas y de validez universal, por la simple razón de que la conciencia autoconsciente es inevitablemente subjetiva, y los contenidos cognitivos de la experiencia fenomenológica no son contrastables de la manera en que lo son las experiencias empíricas.

De este modo, los interrogantes existenciales parecieran exigir de la razón ir más allá de su alcance natural, o requerir otras fuentes de información, más allá de las que proporcionan las experiencias empíricas y fenomenológicas con las que trabaja normalmente.

II. Las creencias religiosas ante el juicio de la razón

En resumen: para nuestro autor, en la sociedad actual de occidente, en la que las certezas de licúan, las creencias son vulnerables. Es aquí, frente a tales cuestiones ‘radicales’, cuando se hacen presentes las religiones, proporcionando respuestas que la razón no se muestra capaz de encontrar por sí sola. En efecto, las creencias religiosas, religiones proveen a los individuos y a las sociedades, creencias que dan lugar a las certezas que nuestra psicología parece necesitar, respecto a las preguntas fundamentales sobre la existencia de Dios, sobre la vida después de la muerte, sobre el sentido y el valor del sufrimiento, etc.

Pero ante tales creencias y supuestas certezas la razón que todo lo interroga y juzga no permanece impasible, sino que se inquieta y se pregunta: ¿Son las religiones y sus creencias un recurso desesperado de los hombres, que individual y/o socialmente inventamos respuestas a problemas cuya carencia de conocimientos ciertos nos resultan insoportables?, ¿o podemos aceptar que sean las respuestas verdaderas que nos provee un Dios que todo lo sabe?

Para responder a ello el intelecto racional no tiene otro modo de proceder que someter a examen la experiencia religiosa. Así, observa y analiza cómo en la historia de la humanidad se han presentado y se han sucedido diversas religiones, surgiendo en distintas épocas y en diferentes lugares del mundo. Muchas de ellas mantienen plena vigencia cultural y social, en cuanto tienen muchos fieles que participan vitalmente en sus creencias, en sus normas, en sus estructuras y en sus rituales.

La razón crítica interroga a las religiones

La razón se interroga: ¿podemos creer en las religiones? ¿En todas ellas, o en alguna de ellas en particular? La razón se inquieta especialmente ante el hecho que adherir a una u otra religión no parece tener sino motivos culturales, ideológicos, tanto social como históricamente determinados. Esto no puede dejar de inquietarla, pues está en la naturaleza de la razón no aceptar como verdadero nada que no responda con éxito a la exigencia de universalidad que exige a todo conocimiento que somete a juicio. Por ello, es fundamental preguntarse por lo que las religiones tengan en común, y por lo que explique sus diferencias.

Sometidas a análisis histórico las religiones muestran tener varios elementos en común, siendo los principales los siguientes:
– El ser fundadas por un hombre de muy elevada condición moral, que vivió de modo ejemplar y con plena coherencia con lo que enseña, y que sostiene tener enseñanzas que dar a la humanidad, sea por haber recibido una revelación divina, sea por haber alcanzado una iluminación que le ha permitido acceder a una sabiduría especial.
– La afirmación de que esa sabiduría o mensaje divino se encuentra expresado o recogido en libros, considerados sagrados, escritos por el propio fundador o por discípulos igualmente inspirados.
– El dar continuidad al mensaje recibido por el fundador, a través de algunos discípulos directos, que tienden a precisar las enseñanzas del fundador y se encargan de su difusión.
– El generar un amplio cuerpo de creencias y de normas o consejos morales que suscitan la fe y la adhesión incondicional de sus fieles.
– El generar en su desarrollo histórico, testimonios de vida espiritual, intelectual y moral notables por su consistencia y santidad.
– El dar lugar, al difundirse socialmente, a procesos civilizatorios que marcan las grandes direcciones seguidas por la humanidad en su evolución.

Respeto y crítica de las tradiciones religiosas

Como consecuencia del estudio y análisis histórico de las religiones la razón puede asumir una actitud de respeto profundo por ellas y por los efectos que la experiencia religiosa genera en los individuos y en las sociedades; pero no puede extraer ninguna conclusión sobre la verdad de sus contenidos cognitivos. Se le hace necesario a la razón, entrar al análisis de las creencias y normas o consejos de vida que proponen las religiosas, examinándolas en su propio y específico mérito.

Entrando al estudio y análisis de los contenidos cognitivos de las religiones, lo primero que aparece es la necesidad de distinguir entre dos tipos de religiones, que proponemos distinguir como ‘religiones de creencias’ y ‘religiones de saberes’.

Religiones de creencias y religiones de saberes

Las primeras son aquellas que sostienen originarse en una revelación divina que enseña un conjunto de verdades que deben ser aceptadas por fe. Entre ellas destacan el zoroastrismo, el hinduísmo, el judaísmo, el cristianismo, el islamismo y el bahaísmo. Las que llamamos ‘religiones de saberes’ – entre las cuales podemos considerar el budismo, el confucianismo y (si se quiere) el esoterismo -, más que religiones propiamente tales son filosofías o concepciones morales que afirman ‘caminos de sabiduría’ conducentes a la vida virtuosa personal y a un orden social justo, mediante la aplicación de ciertas doctrinas metafísicas, principios morales universales y prácticas o ejercicios rituales y espirituales.

Entre las muchas y variadas afirmaciones que proponen las religiones ‘de creencias’ (que son las que al intelecto racional interesa considerar por sus contenidos cognitivos propuestos como ‘verdades de fe), hay una primera que está en la base de todas las otras, y que está presente en el origen de todas las demás creencias religiosas, las que sólo por aquella afirmación primera pueden ser justificadas. Es la idea de que Dios quiere dar a conocer a los hombres un conjunto de ‘verdades esenciales’, que la pura inteligencia humana no sería capaz de fundamentar de modo racional o científico, pero que serían fundamentales para la vida humana buena y virtuosa.

¿Cuáles serían esas creencias o ‘verdades esenciales’ que estas religiones comparten y enseñan? Básicamente éstas:
1. La afirmación de que Dios existe, y que es un Ser personal que está cercano a nosotros, que nos ama entrañablemente, y que está dispuesto a escuchar nuestras oraciones.
2. La afirmación de que el ser humano no es puramente material sino un ser de naturaleza esencialmente espiritual.
3. La afirmación de que la vida humana no termina con la muerte del cuerpo, sino que se proyecta más allá, hacia alguna forma de existencia eterna, distinta y superior.
4. La afirmación de que el destino de los hombres en esta tierra y en el más allá, está ligado a su vida práctica, en correspondencia con cierta ética especial en que sobresalen el amor a Dios y a los semejantes, la fraternidad universal, el vivir virtuoso y conforme a valores superiores.
5. La afirmación de que podemos ser mejores de lo que somos, o que nuestra naturaleza puede tener un desarrollo y evolución personal que implica un camino de creciente perfección.
6. La afirmación de que ese camino es el de las virtudes, la oración, el desprendimiento y el amor al prójimo.

Repensar las creencias desde otra cultura

Todas estas creencias son, sin duda alguna, mensajes esperanzadores, que tal vez todos quisiéramos creer, porque son todas ‘buenas noticias’. Pero el hecho de que trascienden nuestra experiencia cotidiana y el alcance de nuestra percepción y de nuestra razón, hace que no podamos alcanzar por nosotros mismos la certeza de que sean verdaderas, que no lo podamos probar de modo rotundo y tal de llevarnos a creer en esas afirmaciones con la fuerza de convicción que sería necesaria para guiarnos por ellas en nuestra vida, en nuestras acciones, en nuestros pensamientos, en nuestras emociones y en nuestros comportamientos personales y colectivos.

Por eso, frente a estas afirmaciones, o sea frente a las religiones o respecto a alguna de ellas, podemos creer o no creer que sean verdaderas. La gran mayoría de los creyentes religiosos han creído y creen en esas afirmaciones de manera ciega, haciendo respecto a ellas los que suelen llamarse ‘actos de fe’. Pero la razón no se conforma tan fácilmente, asumiendo que los seres humanos estamos dotados de una propia y natural capacidad de intelección y conocimiento de la realidad. Y también de una conciencia que nos permite guiarnos éticamente en nuestro actuar y vivir.

Estamos provistos de una capacidad cognoscitiva poderosa, de la posibilidad de tener experiencias cognitivas reales, y de una razón capaz de juzgar la validez de lo que experimentamos y pensamos y creemos, incluidas las experiencias y creencias religiosas. Construimos filosofías y elaboramos ciencias, nos damos normas de comportamiento y leyes de conducta individual y social, empleando nuestras propias capacidades intelectuales y morales. Los humanos tenemos facultades cognitivas y creativas, capaces de llegarnos a la verdad, a la belleza, a la bondad y a la unidad.

Con tales facultades somos capaces de preguntarnos, y de indagar en torno a las preguntas cuyas respuestas nos ofrecen las religiones: si existe Dios, si el hombre tiene una dimensión espiritual y un destino que trasciende a la muerte, por cuáles normas y formas de conducta debemos guiarnos para avanzar en nuestra perfección personal y social, etc.

Sin embargo, siendo el objeto propio del intelecto y de la razón humana la realidad empírica y fenomenológica, y procediendo a conocer mediante el empleo de conceptos, números, figuras y símbolos, la razón ha de asumir y declarar que no está capacitada para dar respuestas ciertas a preguntas esenciales referidas a supuestas realidades que trasciendan las experiencias empíricas y fenomenológicas, y que no puedan ser cabalmente representadas mediante las formas conceptuales, numéricas, geométricas y simbólicas.

Así queda fuera de su alcance darnos certezas sobre cuestiones fundamentales como las de Dios, del espíritu, de la vida después de la muerte, etc. No las puede afirmar pero tampoco las puede negar.

III. ‘Conocimiento silencioso’, creencias religiosas y juicio racional

Pero no termina aquí la indagación racional, pues el análisis que el intelecto hace de las religiones no se limita a los contenidos de las creencias que ellas proponen. En efecto, el estudio de las religiones nos hace conocer la existencia de un tipo de experiencia cognitiva muy especial, diferentes a la experiencia empírica y a la experiencia fenomenológica sobre las que la razón trabaja habitualmente.

En efecto, en el contexto del estudio de las religiones, sea de creencias como de sabiduría www.luisrazeto.net/content/conocimiento-racional-creencias-religiosas-y-conocimiento-silencioso, sabemos y verificamos racionalmente que ha habido y hay personas que sostienen haber tenido experiencias cognitivas llamadas místicas y espirituales, y que serían de naturaleza diferente a las experiencias empíricas, fenomenológicas y racionales.

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Recuperar la dimensión de la mística

Tales experiencias místicas y espirituales, si bien suelen presentarse en contextos religiosos, se muestran como independientes de las creencias religiones que pueden o no profesar quienes las experimentan. Ellos sostienen, en particular, que a tales experiencias se puede acceder mediante la ejercitación de las propias facultades espirituales del individuo, tales como la meditación, la purificación mental, el desprendimiento de todo apego a lo material, la superación consciente del yo mental individual, etc.

Otros místicos afirman que tales experiencias, si bien preparadas por estos procesos de purificación y por ejercicios ascéticos, finalmente ocurren al modo de una iluminación interior que se recibe como un don del que no se es merecedor.

Es interesante e importante el hecho que los místicos afirman que esas experiencias espirituales conducen a un conocimiento que trasciende nuestras capacidades cognitivas habituales, incluida la razón. J. Amando Robles, connotado investigador de las experiencias místicas se refiere a ellas como ‘conocimiento silencioso’, en razón de que lo que se conoce en ellas no puede ser adecuadamente expresado con palabras, números, figuras ni símbolos, de modo que sus contenidos cognitivos no podrían ser comunicados racionalmente sino de manera muy imperfecta.

Afirman también numerosos místicos que tales experiencias espirituales instalan al sujeto en un campo de sabiduría tal que para él se convierten en certezas las mismas supuestas ‘verdades esenciales’ que enuncian las religiones de creencias, o sea, que hay un Dios que nos ama, que somos seres esencialmente espirituales que trascendemos la materia y la muerte, que podemos alcanzar perfecciones crecientes, que el amor es el camino a seguir y la meta a alcanzar, que nos corresponde vivir conforme a elevadas virtudes y valores, etc. La diferencia respecto a las creencias religiosas, es que los místicos accederían a esas convicciones no como simples creencias recibidas desde otros, sino como consecuencia del conocimiento experiencial directo que les proporciona certeza, y con ella -aseguran los místicos- felicidad suprema.

El conocimiento silencioso

El considerar las experiencias espirituales y el ‘conocimiento silencioso’ como un tipo de experiencia cognitiva al alcance natural de los seres humanos lleva al intelecto racional a un nuevo y paradójico cuestionamiento de las religiones.

En efecto, la razón puede legítimamente preguntarse: ¿si tenemos capacidades y experiencias cognitivas que pueden llevarnos a las afirmaciones que las religiones ‘revelan’, y si existe ese camino abierto y disponible de la mística y la espiritualidad, al que los seres humanos podemos acceder y que nos permite alcanzar las mismas verdades que trasmiten las religiones, ¿por qué éstas? ¿Por qué habría Dios generado religiones, interviniendo en la historia humana para enseñarnos verdades que, sin embargo, podemos alcanzar mediante nuestro intelecto y conciencia, que son capaces de acceder a las experiencias espirituales del conocimiento silencioso?

Pues el acceso posible mediante experiencias cognitivas directas pondría en cuestión la creencia base que dijimos que está en el origen de las religiones, a saber, la idea de que Dios quiere dar a conocer a los hombres un conjunto de verdades esenciales que el conocimiento humano no sería capaz de alcanzar por sí mismo, pero que serían esenciales para la vida humana buena y virtuosa.

Reflotar las tradiciones religiosas

Ante tal observación, de acuerdo con el profesor Razeto, se podría responder racionalmente en favor de las religiones argumentando en tres direcciones:

Un primer argumento sería que Dios revela lo que podemos alcanzar por nosotros mismos, porque no todas las personas pueden seguir el camino de la búsqueda espiritual. Entonces, como quiere que todos podamos acceder a esas verdades, las pone al alcance de todos mediante las religiones. Dios las facilita y regala a todos, por distintos medios, sin necesidad de que seamos sabios, ascetas y místicos.

Este primer argumento lo enfatizan las religiones que tienden a negarse a someter sus creencias al juicio racional, y resulta poco convincente en cuanto implicaría una suerte de discriminación por parte de un Dios que procede de modo arbitrario, especialmente si va acompañado de la afirmación que la fe es un don que Dios otorga al que quiere y no a todos sin distinción.

Además, al facilitar las respuestas a las cuestiones existenciales, ¿no estaría Dios inhibiendo la búsqueda del conocimiento espiritual y místico? Pues encontrando respuestas en fáciles creencias religiosas, las acuciantes cuestiones existenciales se amortiguan y se apagan. (Y con ello, se estaría también reemplazando la felicidad suprema que proporcionarían las experiencias místicas, por la simple consolación que proveen las creencias religiosas).

Una segunda razón podría ser que, a diferencia de las experiencias místicas y espirituales, el proceso moral y de conocimiento que proponen las religiones no es sólo individual sino comunitario, colectivo u social. En efecto, las religiones crean en torno a esas afirmaciones, vínculos comunitarios, comunidades de fieles que se unen fraternalmente, y que se constituyen como difusores de esas verdades y de esas normas de conducta.

Este argumento es aún más débil que el anterior, en cuanto la comunidad humana se constituye naturalmente y es perfeccionada a través de los procesos culturales y morales resultantes de la creatividad, el conocimiento y la solidaridad de las personas, y por la acción de las instituciones económicas, políticas y educacionales creadas por ellas. No resulta suficientemente justificada por este argumento, la creación y existencia de comunidades específicamente religiosas, distintas y separadas de la comunidad humana común, y supuestamente provistas de conocimientos y poderes especiales.

Una tercera razón sería que las religiones tendrían, debido a la presencia continua en ellas del espíritu de Dios que las revela y por la presencia misteriosa de quien las funda, una fuerza especial, adicional a la simplemente humana y natural capacidad de conocimiento y de perfeccionamiento moral, que facilita el perfeccionamiento individual y la fraternidad universal.

Esta afirmación también forma parte de las creencias religiosas, pero podría considerarse desmentida por la práctica de innumerables creyentes y por la historia misma de las religiones, que han sido protagonistas de dominaciones, guerras, injusticias y pequeñeces que no hablan a favor de sus supuestas potencias perfeccionadoras de los individuos ni de sus energías unificadoras de la especie humana. Además, no sería coherente si cada religión la entendiese como aquella única que indica el camino a la salvación y al perfeccionamiento, constituyéndose de este modo en una forma de dominación de las conciencias y en fuente de sectarismos y conflictos con las otras religiones.

Discernir entre tradiciones religiosas

Además de todo lo anterior, hay un aspecto de las religiones que la razón humana no está dispuesta a aceptar, y es el hecho que ellas afirman numerosas creencias que entran en contradicción unas con otras. Esto plantea la necesidad de discernir entre las religiones, y en ellas entre sus diversas creencias. Si las distintas religiones se contradicen en varias creencias que sostienen, habría que concluir que sólo una de ellas pudiera ser verdadera.

Y si las creencias que sostienen no son coherentes entre sí y presentan contradicciones, sería imprescindible examinar cada creencia en su propio mérito, para ver cuáles puedan ser sus fundamentos y justificación racional. El problema es que, como ya observamos, las creencias religiosas no son demostrables científica ni racionalmente, por lo que tampoco puede la razón indicarnos cual de ellas ofrezca las creencias verdaderas.

Enfrentados al hecho que las religiones presentan creencias contradictorias, y careciendo de criterios racionales para discernir entre ellas, lo razonable es no aceptar o suspender la creencia respecto a todas aquellas afirmaciones en que las religiones difieren o proporcionan respuestas diferentes. De este modo, las únicas creencias religiosas que la razón permitiría aceptar serían aquellas en que todas concuerdan y afirman con igual convicción y certeza. Son las ‘creencias esenciales’ que ya mencionamos, y que son también las mismas que sostienen quienes dicen haber tenido experiencias místicas y espirituales, de modo independiente y aún desde fuera de las religiones.

Pero surge inevitablemente una pregunta: ¿por qué tales creencias supuestamente reveladas, se encuentran en las religiones combinadas con creencias contradictorias? ¿No es este hecho algo que debiera llevarnos a negarlas todas, incluso aquellas en que concuerdan y sostienen al unísono?

Creencias esenciales

Para no llegar a tal conclusión habría que tener alguna explicación razonable de la diversidad de las creencias religiosas, que sea posible de sostener sin que resulten impactadas las ‘creencias esenciales’ que todas comparten, y fundamentalmente la primera: que Dios las ha revelado. Podemos proponer alguna posible y plausible respuesta.

Los antiguos filósofos decían que ‘lo que se recibe se recibe al modo del receptor’ (quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur). Esto significa, si lo aplicamos a las supuestas revelaciones de Dios, que todo aquello en que las religiones difieren y va más allá de las ‘creencias esenciales’, es producto de la mente de los receptores de esas revelaciones, sean ellos profetas fundadores de religiones, sean sus discípulos y seguidores, sean las tradiciones culturales gestadas al interior de las organizaciones e instituciones generadas en el tiempo.

Los límites de las religiones

Pienso – prosigue Razeto- que para los creyentes religiosos es muy importante estar conscientes de las limitaciones que tienen inevitablemente las religiones, todas ellas. Ellas han sido causa de grandes desarrollos humanos, de procesos civilizatorios gigantescos y de desarrollos personales notabilísimos. Pero también han sido causa de grandes conflictos y calamidades. Lo mejor que podemos decir de ellas, es que tendrían de divino y de humano, incluso al nivel de las creencias que proponen. Pues las revelaciones se realizan a través de individuos particulares, y la comprensión y el desarrollo de sus creencias y de sus prácticas queda en manos de los discípulos y de los fieles.
El creyente tendría que aceptar que, si es verdad que Dios se revela, lo haría necesariamente en un lenguaje que tiene todas las limitaciones del lenguaje humano, y lo haría en la historia y en los contextos culturales que limitan y condicionan sus mensajes o enseñanzas.

El mensaje quedaría siempre expresado en un lenguaje que es el propio de la cultura en que aparece y se presenta. Podríamos decir, en este sentido, que todo texto sagrado, si bien puede atribuirse a Dios por quienes creen en él, deberá necesariamente reconocerse la co-autoría del escribiente y de la cultura en que se expresa. (En realidad, todo libro es siempre obra de co-autores, aunque una sola persona haya sido el que empleó la pluma y aparezca solamente un nombre como autor del escrito.) Toda discrepancia, toda contradicción o falsa creencia, deberá ser atribuida a los individuos, y lo mismo será respecto a todo efecto negativo que pueda generarse en base a las creencias religiosas y espirituales.

Los libros sagrados serían obras de co-autores. En ellos se aprecia la cultura del hombre que los escribe y difunde, y que interpreta con su intelecto y sus emociones los mensajes que recibe, y los expresa en la lengua que ha aprendido y que sabe utilizar en cierto grado inevitablemente limitado. Y los mezcla con sus propios mitos, creencias, aspiraciones y deseos. Las limitaciones se refieren y valen también respecto al mensaje mismo supuestamente revelado por medio del fundador religioso.

Porque toda comunicación y todo texto es inevitablemente recibido al modo del receptor, e interpretado por quienes lo leen y comprenden. De este modo, el mensaje queda siempre en manos humanas, y adquiere sentido y contenido y nuevos significados, por las lecturas e interpretaciones que de ellas hacemos. En razón de ello, ninguna persona puede atribuirse poder religioso alguno, y menos disponer de la capacidad de ofrecer la interpretación verdadera de la ‘palabra de Dios’.

Conclusión

¿Qué nos queda, o qué conclusión podemos extraer de todo esto? Pues, en breve síntesis, -propone el profesor Razeto- que respecto a las ‘preguntas existenciales’ y a las ‘verdades esenciales’ sobre la existencia o no existencia de Dios, sobre la naturaleza espiritual o puramente material del ser humano, sobre si tendremos o no vida después de la muerte, sobre el sentido y el valor del sufrimiento, sólo caben tres actitudes (no excluyentes entre sí) que la razón humana podría recomendar:

1. Asumir que las ciencias y filosofías que se construyen sobre la base de las experiencias empíricas y fenomenológicas no han proporcionado respuestas justificadas y convincentes a las ‘cuestiones existenciales’, porque el objeto de ellas permanece fuera de su alcance cognitivo. Es la respuesta legítima del pensador y del científico agnóstico, que prescinde de las ‘verdades esenciales’ que proponen las religiones. Ello no implica que renuncie a interrogarse racionalmente sobre las ‘cuestiones existenciales’ y a buscarles respuestas en el ‘conocimiento silencioso’.

2. Asumiendo que la razón y las ciencias no dan respuestas a las ‘cuestiones existenciales’, aceptar las que llamamos ‘verdades esenciales’ como creencias religiosas, que si bien no son justificadas racionalmente tampoco son contradichas por la razón. Se adhiere por actos de fe, teniendo como fundamento el significado histórico y humano de las religiones; pero por lo mismo se prescinde de afirmar aquellas creencias religiosas particulares en que las religiones difieren entre sí, respecto de las cuales se mantiene la mente abierta a la más amplia diversidad.

Es la respuesta legítima del creyente religioso crítico, que no se limita a creer ciega e ingenuamente en una religión particular, sino que se queda con aquello que todas las religiones pueden sostener aún después de someterse al juicio crítico de la razón. Esta aceptación crítica de las creencias religiosas no debiera inhibirlos, sino más bien incentivarlos, a buscar respuestas mejores en tal vez posibles experiencias espirituales.

3. Buscar respuestas a las ‘preguntas existenciales’ explorando la vía del conocimiento silencioso, espiritual o místico, que podría proporcionar certezas sobre las supuestas ‘verdades esenciales’. Es la respuesta legítima del buscador independiente de la verdad, que no se conforma ni con la prescindencia agnóstica ni con la fe del creyente religioso, sino que mantiene la aspiración a la verdad y a la certeza que pudieran alcanzarse mediante una experiencia espiritual directa.

Nos parece que éstas son -digámoslo también- las actitudes intelectuales que en este terreno puedan inspirar una nueva y superior civilización, que ante las ‘cuestiones existenciales’ debiera ofrecer respuestas nuevas, convincentes o al menos justificables entre personas y sociedades con creencias, culturas, religiones e ideologías diferentes, y que incluyan e integren las múltiples dimensiones de la experiencia humana y sus diversas fuentes de conocimiento.

Artículo elaborado por María Dolores Prieto Santana, antropóloga y educadora.

RedacciónT21

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