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Las tradiciones religiosas del siglo XXI intentan armonizar el pluralismo social

Hace un siglo, el 23 de abril de 1616, falleció en la ciudad de Córdoba el que quiso llamarse a sí mismo Garcilaso Inca de la Vega. Nacido en el Cuzco de madre princesa inca y padre español, vivió siempre la angustia de la dualidad. Mestizo y español, de cultura inca y castellana. En noviembre de 2015, la ciudad de Montilla, donde residió muchos años, dedicó unas jornadas a su memoria. Sus Comentarios Reales son un intento de reconciliar en sí mismo su dualidad. El fenómeno de la dualidad persiste aún en las tradiciones religiosas del siglo XXI. Por Leandro Sequeiros.

Las tradiciones religiosas del siglo XXI intentan armonizar el pluralismo social

Las tradiciones religiosas en el siglo XXI intentan armonizar en el seno de las culturas y de los individuos el pluralismo social de las sociedades modernas.

Si durante el siglo XX uno de los problemas fue la integración de lo natural y de lo sobrenatural en el interior de las teologías, el problema en el siglo XXI parece apuntar en otra dirección.

El fenómeno de los refugiados de países lejanos en occidente unido al hecho de la inmigración masiva, va configurando sociedades complejas cultural y religiosamente. 

En una sociedad multicultural como la nuestra, uno de los fenómenos que están presentes en las tradiciones culturales y religiosas se ha denominado como “dualismo”.

Aunque ese concepto alude a la existencia simultánea de dos tendencias culturales, políticas, sociales, religiosas, psicológicas aparentemente contrapuestas e irreconciliables que afectan a la vida individual o colectiva, aquí nos vamos a referir a él en un sentido restringido.
 
Garcilaso Inca de la Vega: contexto histórico 
 
Dentro de las tendencias de las religiones, entendemos aquí como dualidad el intento de integración de dos tradiciones religiosas en la vida de un ser humano. En este caso, nos vamos a referir a los intentos de superación psicológica de la dualidad cultural, afectiva y religiosa de un hombre del siglo XVI y XVII, Garcilaso Inca de la Vega (1539-1616) que vivió desde su infancia la angustia de no poder integrar suficientemente dos culturas vivas en el interior de su corazón. Mestizo y español, de cultura inca y castellana intentó durante toda su vida asimilar la fractura interior.

Gómez Suárez de Figueroa, apodado Inca Garcilaso de la Vega (nacido en el Cuzco, entonces Gobernación de Nueva Castilla, el 12 de abril de 1539 y fallecido en España, en la ciudad de Córdoba el 23 de abril de 1616), ha pasado a la historia como un escritor e historiador peruano de ascendencia española e inca.

Los historiadores lo suelen considerar como el «primer mestizo biológico y espiritual de América». En otras palabras, es el primer mestizo racial y cultural de América que intentó asumir y conciliar sus dos herencias culturales: la indígena americana y la castellana, alcanzando al mismo tiempo gran renombre intelectual.

El escritor peruano Luis Alberto Sánchez lo describe como el «primer mestizo de personalidad y ascendencia universales que parió América». Se le conoce también como el «príncipe de los escritores del Nuevo Mundo», pues su obra literaria, que se ubica en el período del Renacimiento, se destaca por un gran dominio y manejo de la lengua castellana, tal como lo han reconocido críticos como Menéndez y Pelayo, Ricardo Rojas, Raúl Porras Barrenechea y José de la Riva Agüero y Osma.

 Mario Vargas Llosa le reconoce también dotes de consumado narrador, destacando su prosa bella y elegante. Temporalmente se le ubica en la época de los cronistas post toledanos (es decir, de la etapa posterior al gobierno del virrey Francisco de Toledo), durante el período colonial (fines del siglo XVI e inicios del siglo XVII).

Desde el punto de vista estrictamente historiográfico, su obra tuvo mucha influencia en los historiadores peruanos hasta fines del siglo XIX, cuando surgieron críticos que empezaron a cuestionar la veracidad de sus informaciones. Su padre fue sobrino del célebre poeta Garcilaso de la Vega del Siglo de Oro de España, por lo que el Inca Garcilaso de la Vega sería sobrino-nieto por parte de la familia de su padre del famoso poeta renacentista.

En su obra cumbre, los Comentarios Reales de los Incas , publicada en Lisboa, en 1609, el Inca Garcilaso de la Vega expuso la historia, cultura y costumbres de los Incas y otros pueblos del antiguo Perú, libro que luego del levantamiento de Túpac Amaru II sería prohibido por la Corona española en todas sus colonias de América, al considerarla sediciosa y peligrosa para sus intereses, pues alentaba el recuerdo de los incas. Esta prohibición rigió desde 1781, aunque la obra se siguió imprimiendo en España.

Otras obras importantes del Inca Garcilaso son La Florida del Inca (Lisboa, 1605), que es un relato de la conquista española de Florida; y la Segunda parte de los Comentarios Reales, más conocida como Historia General del Perú (Córdoba, 1617), publicada póstumamente, donde el autor trata sobre la conquista del Perú y el inicio del Virreinato. Con ocasión del centenario de su fallecimiento en 1616, han sido numerosas las referencias a su figura durante estos meses.
           
Un estudio clásico sobre la dualidad de Garcilaso Inca de la Vega se debe al hispanista  Marc L. Nash. Su estudio sobre la dualidad de Garcilaso Inca de la Vega y cómo esta dualidad se refleja en su obra inmortal de 1609, Los Comentarios Reales es un clásico para el conocimiento de la dualidad cultural. Nash ha investigado el reflejo de esta dualidad recorriendo históricamente al Inca Garcilaso, empezando con su nacimiento en 1539 en el Cuzco, y terminando con su muerte en Córdoba en 1616.

La doble condición conflictiva del Inca empieza desde antes de su nacimiento, ya que su madre era una princesa Inca, hija de Huallpa Túpac, y su padre, un conquistador español, quien estaba aliado con Gonzalo Pizarro, el que se rebela contra el monarca y se nombra Procurador General del Perú. El resultado es una guerra civil en el Perú de dos bandos, los pizarristas contra los almagristas.
 
El Inca Garcilaso en España
 
Al morir su padre en 1559  el Inca Garcilaso viaja a España y trata de obtener la herencia paterna ante el rey y el Consejo de Indias, pero se le negó porque su padre había sido partidario de Pizarro. El Inca Garcilaso intenta volver al Perú pero no le es posible porque el virrey Toledo ejecutó al último Inca, Túpac Amaru. Luego, Toledo siguió una dura política de represión contra todos los miembros de la realeza incaica, inclusivo los mestizos hijos de los conquistadores de linaje como Garcilaso, a quienes deportó fuera del reino para siempre.

Garcilaso, al verse sin patria, se establece en Montilla y luego en la ciudad de Córdoba hasta su muerte. En 1563, rechaza su nombre original, Gómez Suárez de Figueroa, y toma el apellido familiar, Garcilaso de la Vega,  ya su padre era pariente del poeta, e inicia una nueva vida.

Poco después, se alistó como soldado, y en 1568, ya como capitán, lucha contra la rebelión morisca de las Alpujarras. Al enterarse de la muerte de su madre, en 1571, el Inca deja las armas, y decide dedicarse a una labor humanística. Inicia así su nueva vocación y destino al tomar el prototipo del caballero renacentista, hombre de armas y letras.

El Inca Garcilaso se convierte en el primer gran escritor mestizo sudamericano, el polémico filósofo historiador del Perú. En 1600, ya a los 60 años de edad, se hace sacerdote, y nueve años después, escribirá la primera parte de Comentarios Reales de los Incas obra que lo inmortalizará, y la segunda parte, Historia General del Perú. La termina en 1613, tres años antes de su muerte sin verla publicada en 1617.

Cuatro perspectivas de la dualidad
 
El trabajo de investigación de   Marc L. Nash ya citado sobre la dualidad de Garcilaso Inca de la Vega nos ofrece pistas muy interesantes sobre la experiencia religiosa del Inca Garcilaso y su conflicto interior. El autor recorre el camino espiritual del Inca Garcilaso a través de cuatro pasos:
 

  1. su condición conflictiva de identidad como mestizo
  2. el conflicto religioso que le rompe interiormente: la cruz y el Sol, Cristo y Viracocha
  3. historiografía: Garcilaso y otros cronistas
  4. historia y literatura, historia y ficción

 
1) Su condición conflictiva

Dentro de esta categoría, hablaré de su doble cultura y raza ya que Garcilaso es descendiente de un conquistador aristócrata, y de una princesa indígena que pertenece al más alto linaje del “hijo del sol”. Aquí veremos cuán profundo es el amor a su tierra natal y a su mestizaje.

Su linaje afectó su percepción de la historia y de la sociedad de su época. Su padre, el Capitán Sebastián Garcilaso de la Vega pertenecía a la más ilustre nobleza castellana, y su madre, Isabel Chimpu Ocllo, era nieta de Túpac Yupanqui y sobrina de Huayna Cápac, emperador del Tahuantinsuyo. Su linaje ya era distinguido en la letras españolas en las que figuraban los nombres de parientes suyos, como el gran poeta Gómez Manrique, Jorge Manrique, el inmortal autor de las Coplas a la muerte del Maestre Don Rodrigo y el gran poeta del Renacimiento español, Garcilaso de la Vega.

El Inca siendo hijo natural ilegitimo, fue bautizado con apellidos ilustres. El Inca Garcilaso recibió el nombre del poeta toledano por la rama materna de su padre y también el de Gómez Suárez de Figueroa que usó en su infancia y lo deja en 1563 al iniciar su nueva vida en España. Durante este periodo, asume el título de Inca en honor a su indigenismo y estirpe real (‘Inca’ era para la realeza y no para el pueblo). El Inca Garcilaso personifica el mestizaje con orgullo al añadirle a su título el nombre del padre y del poeta toledano. Sus narraciones pueden interpretarse como un intento de resolver estas cuestiones de identidad.

Él mismo recordó en sus Comentarios Reales que fue educado por Juan de Alcobaza, en compañía de los hijos mestizos de otros conquistadores, entre ellos, los hijos de Francisco y de Gonzalo Pizarro. Más tarde, un canónigo, Juan de Cuellar les enseñó gramática y latín, deseando hacer de todos ellos futuros estudiantes de Salamanca.
Durante su primeros años de desarrolló permaneció a la vera de su madre quién le inculcó y lo ligó a la cultura incaica. El ambiente incaico y los recuerdos cercanos de la grandeza imperial influyeron en su desarrollo al igual que su educación española. En la casa paterna, donde la madre ocupaba un puesto principal y atendía a los amigos del Capitán, se presentaban también los parientes maternos, el «Inca viejo» de sus relatos.

En estos años tan importantes, rodeado de la comunidad indígena por su rango materno donde conocería las fábulas historiales de sus antepasados: en su memoria quedaran grabadas las imágenes de Paulu Inca y a Titu Auquí, hijos del emperador Hayna Cápac y todo por tradición oral: «en este tiempo tuve noticias de todo lo que vamos escribiendo porque en mis niñeces me contaban sus historias, como cuentan las fábulas a los niños. Después, en edad más crecida me dieron larga noticia de sus leyes y gobiernos».

Así el joven Garcilaso aprende sobre su linaje y del origen del Cuzco: «estas y otras semejantes pláticas tenían los Incas y Pallas en sus visitas, y con la memoria del bien perdido siempre acababan su conversación en lágrimas y llanto diciendo: trocósenos el reinar en vasallaje, etc. En estas pláticas, yo como muchacho, entraba y salía muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba de las oír, como huelgan los tales de oír fábulas» (I, I, cap. XV). Aquellas conversaciones familiares que comenzaban añorando las instituciones de los hechos de los Incas, terminaban generalmente de un modo melancólico y con la frase desengañada: «trocósenos el reinar en vasallaje».

Garcilaso, a la vez, tuvo mucha influencia de su padre. Aprendió a montar a caballo, a herrar y a jugar cañas y sortijas. En el hogar paterno, conoció a casi todos los sobrevivientes de la Conquista y actores de las guerras civiles, de los que dirá más tarde en su crónica, «a quién yo conocí».

Por estos días, se produjo la rebelión de Francisco Hernández Girón y el joven Garcilaso ayudó a su padre a escapar. La emoción de la guerra civil recogida en ésta y las anteriores guerras, las refleja más Garcilaso en la segunda parte de los Comentarios Reales. Su padre fue partidario de Francisco Pizarro a quien sirvió con fidelidad en la batalla de Albancay y de quien recibió como premio la región de Buenaventura. Más tarde, en las guerras civiles, el Capitán Garcilaso acompañó al rebelde Gonzalo en la batalla de Huarina, a quien salvó dándole su caballo Salinillas.

Una de las características más saltantes del Inca Garcilaso, quizás su esencia indígena, es la timidez. Ella le hace vacilar largos años antes de emprender sus obras históricas. Pero su timidez, en parte, se debe a su rebeldía reprimida, a su resentimiento por la postergación de su obra, a su bastardía, mestizaje, y a su conciencia íntima de su propio valor.
 
Los “Comentarios Reales”

En los Comentarios Reales abundan las alusiones a la injusticia de los reyes, a la privanza de los aduladores y a las virtudes y pureza de sangre que deben de tener los que mandan. En su época, existía aún más fuerte que hoy el menosprecio hacia los mestizos.

Garcilaso no renuncia a ninguna herencia; de manera muy consciente, se posesionará de ellas para hacer del mestizaje una categoría orgullosa: «a los hijos de español y de india, o de indio o de española nos llamaban mestizos por decir que somos mezclados de ambas naciones: fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en Indias y por ser nombre impuesto por nuestros padres, y por su significado me lo llamo yo a boca llena y me honro con él» declara en sus Comentarios Reales de los Incas. El Inca Garcilaso está orgulloso de sus dos herencias inevitables, la indígena y la española.

De manera desafiante y visionaria, el Inca reclama y se honra con el distintivo de mestizo, de tan poco prestigio social en aquellos momentos—y todavía hoy-, pues significaba reivindicar una mezcla de ambas naciones y una nueva raza. El Inca Garcilaso no es sólo uno de los primeros mestizos americanos sino que es, espiritualmente, el primer peruano. En él se funden las dos razas antagónicas de la Conquista.

Su primera adversidad fue quizás cuando su padre rechaza a su madre por una más joven al recibir órdenes de contraer matrimonio o perder sus posesiones. El capitán prefirió hacerlo con mujer española, Luisa Martel, por prescripción real, a fin de conservar su encomienda, y se separó de la princesa inca, casándola a su vez con un español de baja condición. Esto, quizás, fue el primer dolor y sentimiento del joven Garcilaso quien continuó viviendo al lado del padre y de la madrastra, la cual tenía fama de mujer hostil, calculadora y fría.

El Inca, en el Perú, experto jinetero ante el asombro de sus parientes indios, cuando aprendía latín y toda su aspiración se hallaba puesta en ir alguna vez a la Universidad de Salamanca. El joven mestizo se sentía más ligado a la raza de su padre y el padre, a la vez, mostró interés por situar a su hijo en el seno de la tradición española. Su padre deseó convertir a los nobles incaicos al cristianismo, y para ello facilitó la congregación y el contacto de ellos en su casa. Sus aspiraciones más hondas le llevaban a España.

Ya en España, palpó de cerca las distancias que le separaban materialmente y espiritualmente de su tierra natal. Volvió con enternecida nostalgia a refugiarse en el Cuzco de su infancia y a sentir con más intensidad la grandeza incaica y a relacionarse con los indígenas. Aquí vemos su doble cultura, español en el Perú, indígena en España, su contradictorio dilema, que lo hacía, se ha dicho, por conveniencia. Garcilaso se sentía indígena en la primera parte de sus Comentarios Reales de los Incas y español en la segunda, pero su obra es una reconciliación entre las dos razas. Por eso puso en el título su doble destino: «el Inca Garcilaso de la Vega, natural del Cuzco y capitán de Su Majestad.»

Reforzando esta síntesis, dirá que él «se llama mestizo a boca llena y se honra con él», y afirmará, en la Dedicatoria a Felipe II de los Diálogos de Amor que escribe para deleite de indios y españoles, «porque de ambas naciones tengo prendas.» Me parece absurdo explicar a Garcilaso en pro de una u otra, ya que él se considera una mezcla de las dos razas y culturas, un verdadero mestizo a toda honra.
 
Las dos etapas de la vida de Garcilaso en España

La vida de Garcilaso en España tiene dos etapas. En la primera etapa, se dedica a la carrera de las armas y sirve al rey en empresas guerreras obteniendo el título de capitán de Su Majestad que menciona en la portada de sus obras. Combate en la guerra contra los moros en las Alpujarras, bajo las órdenes de don Juan de Austria y asiste a campañas en Italia donde aprende la lengua toscana para traducir más tarde a León Hebreo al castellano.

En esta etapa, Garcilaso intenta obtener alguna retribución por los servicios de su padre y la restitución de unas tierras pertenecientes a la ñusta princesa Isabel, su madre. Sus intentos son rechazados por el licenciado Castro quien había leído la historia de El Palentino en que se contaba el lance del caballo Salinillas en la batalla de Huarina, y consideraba al padre de Garcilaso como traidor. Por esta época, intentó regresar al Perú.

La segunda etapa de su estancia en España la dedica a las letras y a Dios. En Sevilla y en Córdoba frecuenta amistades literarias y perfecciona sus conocimientos humanísticos. El Inca Garcilaso trasladó los restos de su padre a la iglesia de San Isidoro. En estos momentos, parece que sus propósitos de volver al Perú se habían desvanecido por completo. Se retira a Córdoba donde viste el hábito de clérigo, contradictorio con lo de armas y guerras.

Quizás estratégicamente le sirvió para quitar dudas acerca de su devoción católica ya que podría cuestionarse por los escritos defensivos de lo incaico y su estirpe, incluso lo religioso y el casual sincretismo de las dos fes, que era común en aquellos tiempos. El resto de su vida lo dedica a la lectura, a la oración y al recogimiento nostálgico de sus recuerdos. En Córdoba, ya a los 60 años, escribe sus dos obras inmortales, Historia de la Florida y los Comentarios Reales de los Incas. Muere a finales de abril de 1616, en Córdoba, y está enterrado en la Capilla de las Ánimas de la mezquita árabe.
 
El amor a su tierra natal para Garcilaso, como para sus parientes cuzqueños, le hace pensar que la civilización comenzó con los Incas. En el Cuzco sólo se guardaban las tradiciones que Garcilaso nos ha transmitido. Para completarlas, se usan fuentes imparciales como las de Cieza o Toledo que descubrieron y exageraron, quizás, aspectos de la vida incaica ocultados por la nobleza nominadora del Cuzco.

Garcilaso que vivió dentro de ese espíritu de nobleza, no acepta ninguna contribución esencial de otros pueblos a la civilización del Incario, o del Imperio Inca. En su obra, se muestra su desprecio hacia los pueblos antecedentes de los Incas y para las tribus contemporáneas bajo el dominio del Imperio Incaico. De otras tribus como los costeños Tumpis, los de Pasau o los Carangues, la región del Quito, habla con desprecio racial. Dice que eran «poco mejores que bestias mansas y otros muchas peores que fieras bravas».

De los Chirihuanas añade que «viven como bestias y peores, porque no llegó a ellos la doctrina y enseñanza de los reyes Incas». Acepta para estos indígenas todos los cargos que rechaza para los Incas: reconoce que practicaban sacrificios humanos, que comían carne humana, aún la de sus propios hijos y que practicaban vicios contra natura. Garcilaso, insiste en llamarlos «bestias» cada vez que los menciona. Al ver a los indígenas de la región Pasau, en su ida a España, reafirma, «eran peores que bestias». En otra parte, da la opinión de Huayna Cápac sobre los Pasau: «sería perdido el trabajo que en ellos se emplease».

Es triste que la nobleza incaica, incluyendo a Garcilaso, no tuviera la caridad humanitaria o cristiana como la de Bartolomé de Las Casas. Resulta problemático que él se considere peruano a pesar de que su peruanidad era exclusivamente el territorio chico del Cuzco imperial. Lo demás, lo que rodeaba al Cuzco, Garcilaso lo despreciaba y lo rechazaba con vehemencia. Por eso, no entiendo porque él es tan alabado como el primer peruano que “representa” el espíritu ideal de dicha nación. Me parece que su estrato social aristocrático de ambas naciones lo ciega para estar defendiendo lo indigenista.

En su Historia de la Florida, declara: «me precio muy mucho de ser hijo de conquistadores del Perú de cuyas armas y trabajos ha redundado tanta honra y provecho en España». El Inca Garcilaso está orgulloso de pertenecer y tener sangre conquistadora española, la raza que acabó con su utópico Cuzco y cultura. Su juicio sobre Francisco Pizarro está lleno de simpatía y admiración por el conquistador.

Su retrato, lleno de alabanzas, austeridad y nobleza, se distancia mucho de la descripción monstruosa que brindan los historiadores anglosajones del siglo XIX. Garcilaso recoge testimonios directos de los conquistadores del Cuzco que conocieron y trataron a Pizarro y lo muestra como un ser humano cariñoso, en contradicción abierta con los retratos vulgares, como hombre fiel a su palabra y como hombre de gran verdad. Sus múltiples elogios a los conquistadores españoles, constituyen un dilema dual y contradictorio con la primera parte de sus Comentarios Reales. La primera parte es más que todo una añoranza nostálgica del Cuzco que era y ya no es por causa precisamente de esa sangre española conquistadora que aprecia y honra.

Al estar separado de su tierra natal por tantos años, volvió con enternecida nostalgia a refugiarse en el Cuzco de su infancia y a sentir, con más intensidad, su hermandad con los indígenas, y los recuerdos de la grandeza incaica como visto en su dedicatoria de la segunda parte de los Comentarios Reales: «a los indios, mestizos y criollos de los reinos y provincias del grande y riquísimo imperio del Perú, el Inca Garcilaso de la Vega, su hermano, compatriota y paisano, salud y felicidad».

Las tradiciones religiosas del siglo XXI intentan armonizar el pluralismo social

2) Religión: Cruz y Sol, Cristo y Viracocha

De su preocupación religiosa, quizás para reforzar su autenticidad católica, tenemos como prueba el haber recibido sus órdenes de clérigo ya a la edad de 60 años en 1600, y la compra de una capilla en la mezquita-catedral, a la que dotó para su entierro. En 1605, publicó su Historia de la Florida, conocida como La Florida del Inca. Aparece en esta obra un sincretismo con mentalidad cristiana en defensa del catolicismo y la universalidad, propio de la España Imperial del siglo XVI.

Es característica de sus narraciones la costumbre de silenciar todo aquello que pudiera carecer de ejemplaridad, así como el colorido de su prosa y la aceptación de la religiosidad cuzqueña. Garcilaso, al escribir con mentalidad hispano-europea y católica atribuye lo negativo escrito por los otros cronistas sobre la religión peruana a los otros pueblos, a las tribus enemigas como los de la costa y las de Quito (Tumpis, Pasau, Carangues, Chiriguanas), pero jamás a los Incas cuzqueños descendientes de Manco Cápac.

La tendencia ponderativa y conflictiva de Garcilaso se revela en muchos otros aspectos, como la religión. Garcilaso se empeñó en demostrar el monoteísmo incaico y la creencia entre los Incas en la idea de Dios invisible, creador y todopoderoso. Negó y contradijo a otros cronistas de renombre, sobre el politeísmo y la superstición incaica y sobre todo los sacrificios humanos atestiguados por cronistas indígenas y españoles.

Cieza de León atribuye el origen incaico a un hombre blanco llegado de lejanos países y llamado Viracocha. Garcilaso y la mayoría de los otros cronistas, consignan que el primer monarca Inca fue» Manco Cápac; si bien Garcilaso lo hace hijo del sol y procedente con su hermana y esposa Mama Ocllo, del lago Titicaca, contradiciendo a los otros historiadores que dicen que era originario del Cuzco. Según Garcilaso, Manco Cápac se deshizo de sus tres hermanos varones y llega a ser el primer Inti (Sol). Para adorar al Inti, Sinchi Rocca, construyó el famoso templo del Sol de Coricancha y la institución de las Vírgenes del Sol.

Durante el reinado de Huaina Cápac, llegaron los españoles por primera vez al Perú (la isla Gorgona y bahía de San Mateo) sin poner pie adentro ya que Pizarro regresó a Panamá. Al morir Huaina Cápac en 1526, subió al trono Huáscar quien es derrotado poco después por su hermano Atahualpa, y se apoderó del Cuzco. Como es sabido, en el reinado de Atahualpa, llegó Pizarro, y con aquel príncipe puede decirse que acaba la historia religiosa de los Incas, hijos del Inti (Sol).

El Sapa Inca o soberano, se consideraba descendiente del Sol y por esto se le llama Inti, aunque los demás Incas se tenían también por hijos del Sol. Este Inca celebraba los ritos más solemnes de la religión; llevaba en la frente una faja de lana, adornada de dos plumas, emblema de su autoridad, que le era impuesta en su coronación por el gran sacerdote del Sol. Sus esposas legítimas tenían que pertenecer al clan Inca, y aún a la rama reinante, y el heredero había de ser un hijo de su hermana mayor, la cual llevaba el título de Coya o Mama Ocllo «la madre tierra». Se veía al Inca como un ser divino que no moría sino que era llamado a descansar por su padre el Sol.

Garcilaso, ya sea por conveniencia o quizás por temor a la Inquisición, sincretiza las dos creencias: la cuzqueña con la católica, y el Sol siendo el Dios cristiano que los llamaba a descansar en su reino, el Paraíso. Las almas de los muertos había de traspasar un puente realizado con cabellos sobre un lago profundo hasta la llamada, “casa de los muertos”.

Los peruanos practicaban el totemismo, que coexistió con la religión del Sol. Los tótems más comunes eran el cóndor, la serpiente, el puma, el jaguar, el perro, los ríos, los lagos, entre muchos otros. Cada clan, cada tribu, y cada provincia tenía su tótem. La religión principal era el culto del sol (Inti) a quién se le construían numerosos templos, el principal era el de Coricancha. Seguíanle en importancia la Luna (Quilla), hermana y esposa del sol, llamada frecuentemente Coya (reina). Coya se adoraba y en Coricancha había una sala con su imagen de plata. La imagen de la «madre Tierra», Colla-Quilla, es, según Garcilaso la mismísima madre de Cristo, la Virgen María. En la segunda parte de los Comentarios Reales de los Inca, la dedicatoria es en honor a la Virgen María:

«Dedicación del libro y dedicatoria del autor a la gloriosísima Virgen María, nuestra señora, hija, madre y esposa virginal de su Creador, suprema princesa de las criaturas, el Inca Garcilaso de la Vega su indigno ciervo, adoración de hiperdulía». Toda la primera parte de los Comentarios fueron escritos en tribute a la raza materna y es notable señalar que Garcilaso logró incorporar en la dedicatoria de la segunda parte, escrita en defensa de su padre, a su madre, ya que ella como princesa del más alto linaje del Sol, de cierta forma, llegaría a representar a Mama Oclla y por extensión, la madre del Creador. A esta pareja celeste seguían como servidores suyos el trueno, el relámpago, los planetas, las estrellas, las constelaciones, la madre Tierra, el fuego, y otros dioses domésticos.

Al lado de estos dioses antropomorfos, había otros más abstractos y lo extraño es que ninguna de estas leyendas es de origen quechua. El más conocido es Pachacamac, creador del mundo, animador de todas las criaturas, invisible y cuya representación formal está prohibida. El centro de su culto estaba en la región de los yuncas, cerca de la costa. Otras divinidades espirituales eran Viracocha, el Supremo de los cuzqueños, identificándose asimismo con Tonapa o Cun de los aymaras, que a veces se confunde con Viracocha o Pachacamac.

Había un sacerdote, pariente próximo del Inca, que vivía en Coricancha, no comía carne ni bebía nada más que agua. Hablaba directamente con la divinidad y nombraba los historiógrafos encargados de conservar los hechos notables en el quipu.

Este sacerdote era seguido por un cuerpo de diez más, y todos vivían en Coricancha: explicaban los oráculos, predecían el porvenir, recibían una especie de confesión, y, por último, ayudaba en los sacrificios o en la limpieza de los templos. Había claustros de «monjes» sin comunicación, mortificándose, y la mayoría de ellos, castrados. Una de las particularidades más notables de la religión incaica era la institución de las Vírgenes del Sol, que eran reclutadas y encerradas en conventos, y si perdían la virginidad eran enterradas vivas, a no ser que no hubiese prueba de su delito, pues entonces se consideraba que su estado era obra del Sol.

Tenían el bautismo o imposición de nombre en el que cortaban el pelo del niño. Se creía también que las almas de la gente del pueblo se encarnaban en cuerpos de animales. A los Sapas Incas, se les daba sepultura sentados en una silla de oro, y enterraban vivas a sus mujeres, y pasado algún tiempo, estas eran embalsamadas, y la momia del Inca se transportaba al Coricancha. La momificación alcanzó un desarrollo insospechado en el Cuzco.

Del desarrollo de las concepciones religiosas de los Incas surge la idea de que el territorio es propiedad de la dinastía y, en consecuencia, del estado. Así como el sol venía a ser en el cielo el jefe de todos los dioses, el Inca, hijo del Sol, era el jefe de todos los jefes de naciones y tribus. Se impone una religión nacional y conocerá una duración de cerca de cuatro siglos hasta la predicación del cristianismo con la conquista española.

La posición histórica de Garcilaso no es contraria a la de Pizarro y de la Conquista española, que justifica la necesidad de atraer a los infieles a Cristo, a quienes «perecían en las tinieblas de la gentilidad e idolatría tan bárbara y bestial» (Proemio). Alaba en su libro las ventajas que en el orden espiritual reportó la Conquista. En su Historia de la Florida dice: «Dios por su misericordia eligió a los españoles para que predicasen su evangelio en el nuevo mundo».

La parte fastidiosa y absurda de que los Incas no combatieron a los españoles porque creyeron que eran mensajeros del Dios Viracocha, según la profecía del Inca Huayna Cápac y de que al verlos llegar se echaron a llorar por el término irremisible de su Imperio, en mi opinión es bastante ingenua para la mentalidad incaica. Los Incas eran supersticiosos, pero el impacto inicial causado por la aparición del hombre blanco fue momentáneo. Hay pruebas de que los Incas se recuperaron y de que consideraron muy pronto, casi desde el comienzo, a los falsos «viracochas» como mortales que venían con propósitos nefastos.

3) Historiografía: Garcilaso vs. otros cronistas

El propósito de los Comentarios Reales, según el propio Inca Garcilaso, fue el intento de aclarar graves malos entendidos por causa de la incomprensión del quechua por parte de los cronistas españoles: «por no entender el idioma que se le daba, o por no entenderse al otro, por la dificultad del lenguaje; que el español piensa que sabe más de él, ignora de diez partes las nueve, por las muchas cosas que un mismo vocablo significa, y por las diferentes pronunciaciones que una misma dicción tiene para muy diferentes significaciones por no haber referentes europeos».

Es valioso señalar aquí el grave problema que significó nombrar hechos o cosas que nunca se pronunciaron en castellano. Por ejemplo, como describir el sabor de la guayaba, los macomas, los mameyes, las maltas, las anonas, los mamoncillos, el chicozapote, entre muchos más.

Garcilaso había leído las crónicas españolas sobre el Perú de Gómara, de Zárate, y de Cieza, del padre Acosta y las ha hallado cortas para su apasionada admiración y se queja de los relatos que dan sobre el Imperio de sus mayores. «Escríbela tan cortamente, que aún las muy notorias las entiendo mal» declara disgustado y promete escribir, «sólo para servir de comento, para declarar y ampliar muchas cosas que ellos asomaron a decir y las dejaron imperfectas, por haberles faltado relación entera».

Garcilaso hace la misma protesta sobre los duros e incomprensivos juicios de los cronistas para juzgar la conducta de los conquistadores, sin medir la enormidad de sus esfuerzos y penalidades, y sin respetar sus servicios y hazañas. Se indigna contra Gómara por las cosas tan bajas que recoge contra Pizarro y contra el Palentino, que infamó la memoria de su padre, atribuyéndole deslealtad al rey. Garcilaso es muy duro con Gómora por su falta de respeto a los hombres que habían servido tanto a España. En algunas parte parece contestar a las injurias de Oviedo contra el padre de los Pizarro:

“Oh descendencia de los Pizarro bendíganle las gentes de siglo en siglo por padre y madre de tales hijos y la fama engrandezca el nombre de Sancho Martínez de Añasco Pizarro, padre de Diego Hernández Pizarro antecesor de todos estos heroicos varones».

Para relatar como él lo siente el Imperio de los Incas y la conquista española escribe sus Comentarios Reales de los Incas, «para dar a conocer al Universo nuestra patria, gente y nación». Garcilaso, llevado de un ardor polémico junto a los detractores del Imperio prorrumpe en la abalanza viril cuando dice lleno de indignación contra Gómara: «en toda la gentilidad no ha habido gente más varonil que tanto se haya preciado de cosas de hombres como los Incas, ni que tanto aborreciesen las cosas mas mujeriles».

La relación del descubrimiento y la Conquista del Perú, según varios críticos, es la parte menos amena y original de Garcilaso. El Inca Garcilaso no tuvo testigos que le refrescasen los hechos ni recuerdos directos como en sus remembranzas del Cuzco. Los hechos históricos, sin olvidar que el Inca empezó a relatarlos de memoria en su vejez a los 60 años, debieron haberse desvanecido en su memoria. Los escritos de Garcilaso están llenos de textos ajenos, mereciendo bien el título de Comentarios, ya que son comentarios que «solo sirve de comento».

Reproduce textos de Gómara, de Zárate, de Palentino o del padre Acosta que ni siquiera fueron testigos presenciales sino de segunda mano y se abraza al relato inverosímil del padre Valera sobre los hechos de Cajamarca.

Hablando de la originalidad de las obras de Garcilaso, otros han dicho que se apropió de la traducción de León Hebreo sin saber italiano, arrebató a Gonzalo Silvestre la paternidad de la Historia de la Florida que éste le dictó y en cuanto a los Comentarios Reales de los Incas, son la apropiación o la copia de la obra del padre jesuita Blas Valera, cuyos fragmentos confiesa Garcilaso haber utilizado en algunos de sus capítulos sobre los Incas.

No se cree que Garcilaso recibió únicamente papeles truncos del jesuita Valera, salvados del saqueo de Cádiz por los ingleses en 1586 y entregados a Garcilaso en Córdoba por el padre Maldonado de Torres ya que los ingleses antes del saqueo dejaron salir de Cádiz, a las mujeres y a los jesuitas. Garcilaso disfrutó íntegramente los manuscritos de Valera que cita copiando capítulos enteros y otras veces copió sin escrúpulos entremezclados con sus propios escritos, muy difícil de separar ambos. Esto, para muchos, explica el por qué Garcilaso pudo emprender a los 60 años obras literarias históricas que antes, cuando la mente es más aguda, no pudo realizar.

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4) Historia vs. Literatura, historia y ficción

Dentro de esta categoría veremos la autenticidad, la autoridad y el crédito del Inca como historiador. También, la cuestión de la validez de las correcciones de Garcilaso acerca de otros cronistas americanos. Haré mención de la ciudad imperial del Cuzco descrita por Garcilaso y veremos qué tan fidedignas son estas descripciones incaicas.

En la primera parte de los Comentarios Reales de los Incas, Garcilaso quiso darnos su versión del Imperio Incaico. En su ida a España en 1560, Garcilaso recorrió la sierra central, la pampa de Villacuri, vio la ciudad de Lima, la isla de la Gorgona, donde estuvo a punto de naufragar, pasó por el istmo y Cartagena de Indias y desembarco en Lisboa. Estos recorridos topográficos, con toda la belleza de su flora y fauna, Garcilaso los narró, impulsado por el ritmo de sus recuerdos. Garcilaso se puso a escribir 50 años después de haber dejado el Cuzco y a relatar la historia y las tradiciones del pueblo incaico que siendo niño había escuchado de sus parientes maternos.

Sobre el valor de los testimonios: «además de habérmelo dicho los indios, alcancé y vi por mis ojos muchas partes de aquella idolatría, sus fiestas y supersticiones, que aún en mis tiempos, hasta los doce o trece años de mi edad, no se habían acabado del todo. Yo nací ocho años después que los españoles ganaron mi tierra, y como lo he dicho, me crié en ella hasta los veinte años, y así vi muchas cosas de las que hacían los indios en aquella su gentilidad, las cuales contaré, diciendo que las vi».

Garcilaso, descendiente directo de los Incas, conocía efectivamente el quechua, por haberlo aprendido desde niño. El mismo, decía orgullosamente, que «lo había mamado en la leche materna». Las narraciones del Inca, a diferencia de los demás cronistas, no es como dijo Menéndez Pelayo, una fantasía utópica, semejante a la Utopía de Tomás Moro, sino que es la tradición viviente de sus antepasados, recogida por el Inca en su infancia de labios de sus parientes viejos y trasladada en la bruma de los recuerdos y de la lejanía, en su vejez nostálgica en Córdoba.

Se ha dicho que en esta crónica, de manera utópica, idealizó en exceso el pasado, lo cual resulta explicable por su carácter humanista, renacentista, por lo que ello tiene de utópico. Muchos, sobre todo en el siglo XIX, han llamado la versión escrita por el Inca Garcilaso como falsa, parcial o engañosa, con tendencias imaginativas y novelescas. Otros han desbaratado esas interpretaciones y han establecido que Garcilaso recogió la tradición cuzqueña imperial, naturalmente llenas de las hazañas y defensora de sus actos y costumbres.

Garcilaso omite naturalmente revoluciones, guerras, traiciones, cobardías, crueldades, actos de barbarie, propios de un Imperio indígena. Garcilaso ha pasado por tres etapas: la de los quipucamayos del Imperio, que omitieron todos los hechos dañinos o desfavorables, al recoger su historia cortesana; la de los parientes de Garcilaso, después de la Conquista, suavizando la realidad y haciéndola aparecer menos dura de lo que fue la Conquista española; la deformación natural proveniente del temperamento sentimental nostálgico de Garcilaso que embelleció lo incaico desde la lejanía de sus recuerdos.

Dos argumentos claves salen de la versión de Garcilaso: primero, el de la gran antigüedad del Imperio Incaico y su formación gradual, y segundo, el del gobierno suave y paternal de los Incas y su conquista, más por persuasión que por las armas. Según Garcilaso, el Imperio empieza desde los primeros Incas, con Lloque Yupanqui y sus expediciones al Collao, para otros cronistas, la expansión imperial fue obra de Viracocha o de Túpac Yupanqui.

Lo que existió antes de Pachacutec fue una confederación gobernada por los Incas del Cuzco. En cuanto al argumento de la conquista pacífica y persuasiva, no hay duda de que los parientes incaicos de Garcilaso se guardaron de contarle muchas de las crudezas de la guerra entre los Incas y de la supervivencia de muchas de las costumbres que ellos impusieron a los pueblos de la costa. El mismo Garcilaso hace referencia de las crueldades entre Huáscar y Atahualpa. Dice el Inca:

Diego de Fernández, en la Historia del Perú, parte segunda, libro tercero, capítulo quinto, toca brevemente la tiranía de Atahualpa y parte de sus crueldades, por estas palabras, que son sacadas a la letra: «Fueron por el camino conquistando caciques e indios, poniéndolo todo debajo el mando y servidumbre de Atahualpa, y como Guáscar tuvo noticias de esto y de lo que venían haciendo, aderezose luego y salió del Cuzco y vínose para Quipaypan (que es una legua del Cuzco), donde se dio la batalla; y aunque Guáscar tenía mucha gente, al fin fue vencido y preso. Murió mucha gente de ambas partes, y fue tanta que se dice por cosa cierta serían más de ciento cincuenta mil indios; después que entraron con la victoria en el Cuzco, mataron mucha gente, hombres y mujeres y niños; porque todos aquellos que declaraban por servidores de Guáscar los mataban, y buscaron todos los hijos que Guáscar tenía y los mataron; y asimismo las mujeres que decían de él preñadas; y una mujer de Guáscar, que se llamaba Mama Uárcay, puso tan buena diligencia que se escapó con una hija de Guáscar, llamada Coya Cuxi Uárcay, que ahora es mujer de Xayre Topa Inga, que es de quien habemos hecho mención principalmente en esta historia».

A través de la historia, críticos e historiadores como Montesinos dicen que «hablaba de memoria» y que recogía patrañas y falacias, dando rienda suelta a su sentimiento nostálgico por el poco tiempo pre-incaico. Oliva le reprocha haber aceptado «fabulas y cuentos de viejas» y otros, como Tschudi de haber olvidado el quechua y afirma que ningún historiador podría tomar en serio la primera parte de los Comentario Reales». El literato inglés Ticknor, dice que se había inventado a Manco Cápac y a Mama Ocllo, y trató unilateralmente de presentar a los Incas bajo el aspecto más ventajoso. Ticknor, en su Historia de la Literatura Española, hace este juicio sobre los Comentarios Reales: “es un libro lleno de chismografías y de cuentos, escrito en estilo difuso y en el que el autor habla continuamente de sí mismo”. Menéndez y Pelayo le trató de historiador anovelado.

Más tarde, fue necesaria la vigorosa y autorizada voz de Riba Agüero, para restablecer los valores artísticos y la sinceridad histórica de Garcilaso. Hoy en día, no cabe duda de la buena fe del cronista peruano. En lo relativo a los Incas, que es donde más se le acusa, se puede decir que recogía fiel y emocionalmente las tradiciones de la nobleza cuzqueña a la que pertenecía. Todo lo que el Inca quería y realizó fue trazar la historia del grandioso Imperio de sus antepasados. Para lograrlo, recurrió con veneración a todos los recuerdos de su infancia y se informó larga y pacientemente.

Garcilaso, por lo menos para la segunda parte de sus Comentarios Reales, buscó todos los nombres y minuciosos detalles durante largos años en su memoria. Consultó y comparó crónicas—Cieza, Acosta, Zárate, el Palentino, Gómara—escribió cartas a sus antiguos condiscípulos e interrogó a todos los que venían del Perú o sabían algo de él, como señala en sus Comentarios Reales. Indígenas y canónicos venidos del Perú a Córdoba le refrescaban un dato, o cartas de sus compañeros «que me escriben del Perú…» que le confirmaban o aclaraban recuerdos.

Sobre los métodos mas eficaces para recopilar información, el Inca dice: «Luego me propuse escribir esta historia, escribí a los condiscípulos de escuela y gramática, encargándoles que cada uno me ayudase con la relación que pudiese haber de las particulares conquistas que los Incas hicieron de las provincias de sus madres; porque cada provincia tiene sus cuentas y nudos (quipus) con sus historias, anales, y la tradición de ellas; y por eso retiene mejor lo que en ella pasó que lo que pasó en la ajena.»

Garcilaso: historia, imaginación, creatividad

La vaguedad y presunta credulidad de Garcilaso proviene de la historia que recoge transmitida por simple tradición oral o el indicio verificable de los quipus. A menudo, el mismo Garcilaso reconoce la inseguridad y confusión de la tradición incaica: «no se puede decir con certidumbre cual de los Incas hizo tal o cual ley», y por eso todas se le atribuyeron a Manco Cápac.

Garcilaso distinguió su condición de historiador documentando, entre la verdad y la fábula, su intuición del pasado le enseñaba que ambas eran necesarias para la reconstrucción del espíritu de un pueblo y de una época. Recoge las leyendas o fábulas como él las llama, sabiendo que son invención popular y por lo tanto historia anímica de su raza y cuestiona a los historiadores españoles por no «haber mamado en la leche aquestas fábulas y verdades como yo las mamé». Esta, sin duda, es la formula histórica de Garcilaso, hecha de intuición y de datos, en la que la fábula tiene su sitio al lado de la verdad y con el mismo título que ésta. Hay que reconocer que ambas versiones son tan necesarias para la captación del espíritu incaico como para el hallazgo de la verdad y que de ambas se teje la trama de la historia.

Garcilaso cultiva una forma histórica que concede valor a las creaciones poéticas y a las concepciones mágicas del alma popular: «digo llanamente las fábulas historiales que en mis niñeces oí a los míos», lo que ha guardado en la memoria para narrarlo después. En respeto a la reconstrucción histórica, el Inca relata: «Sólo sirve de comento, para declarar y ampliar muchas cosas que ellos asomaron a decir y las dejaron imperfectas por haberles faltado relación entera».

En la segunda parte de los Comentarios Reales, Garcilaso elogia a su padre con la mayor ternura, en gran parte, para defender la memoria paterna de las acusaciones de otros cronistas. Se dijo por mucho tiempo que el joven Garcilaso desheredado y huérfano fue a España a reclamar alguna merced por los servicios de un padre injusto y despiadado. Se ha comprobado lo opuesto a estas supuestas acusaciones cuando el Capitán legó a su hijo cuatro mil pesos, para que fuese a estudiar a España intuyendo las disposiciones intelectuales del Inca.

En las opiniones de Garcilaso sobre las guerras civiles hay una contradicción evidente entorno a los indígenas. Alabama constantemente a Gonzalo, sin embargo, éste quería mantener las encomiendas de trabajo y servidumbre de los indígenas peruanos, debió producir en Garcilaso las mismas críticas del fraile Bartolomé de Las Casas. Garcilaso, sin embargo simpatiza con la causa de Gonzalo. En otras partes de su obra, defiende los derechos de su padre y de los encomenderos del Perú. A su vez, defiende a los conquistadores de las acusaciones fulminantes de Las Casas al decir que algunos españoles trataban como hijos a los indios.

Su position defensiva de los privilegios de los conquistadores del Perú, entre los que estuvo su padre, se manifiesta no solo en simpatías hacia Francisco y Gonzalo, sino también su condenación de Hernández Girón al decir que pocas veces hubo en el Perú «tiranos tan tiranos». En el relato de ambas revoluciones abundan los recuerdos de su niñez, los apuntes felices sobre la ciudad del Cuzco en la que vivió siendo su padre corregidor.

La segunda parte comprende el descubrimiento, la conquista y las guerras civiles del Perú. El Inca declara que escribe esta parte de su historia «para celebrar las grandezas de los heroicos españoles que con su valor y ciencia militar ganaron para Dios y para su Rey y para sí, aqueste rico Imperio, cuyos nombres dignos de cedro, viven en el libro de la vida y vivirán inmortales en la memoria de los mortales». Frases como ésta se replican en su libro, al igual que la alabanza de su estirpe y su sensibilidad indígena, demostrando la anchura y generosidad de su espíritu peruano.

Lo que más atrae de sus comentarios es la simpatía hacia el Inca y la altiva independencia de sus opiniones, y señala la rebeldía criolla. Garcilaso se atreve, no sólo a disculpar, sino a elogiar a Gonzalo Pizarro y a suavizar su delito de rebelión. La rebeldía contra el rey era un delito de traición, ganándose así el más grande castigo. Garcilaso, sin embargo, sale en defensa del rebelde y levanta los cargos de crueldad y rudeza con que los cronistas le daban y nos dice que Gonzalo era un hombre de ánimo piadoso, ajeno de cautelas y maldades, «el más lindo hombre de a caballo y la mejor lanza que hubo en todas las Indias». Al defender a su padre, por la ayuda que le brindó a Gonzalo en el campo de Huarina dice que es una contienda librada contra el pendón real, y añade que no ha habido victoria tan importante, ni hazaña tan semejante en el mundo. Igual simpatía demuestra por otros rebeldes, como los Contreras, que se alzaron en Tierra Firme y por Francisco de Carvajal cuya memoria defiende y alaba llamándole «aquel bravo soldado y gran capitán».
 
Conclusión

Como historiador, Garcilaso deja al lector perplejo debido a su descripción minuciosa de la cultura incaica 60 años después de abandonar su tierra natal, sin olvidar que los Comentarios Reales de Garcilaso están llenos de mitos, leyendas, y fábulas que recogió por tradición oral.

Sus grandes críticos, como Louis Baudín, lo censuran por utilizar el título de sangre real «Inca» ya que ésta se hereda por la rama masculina. Baudín, a la vez, lo acusa de plagiario del jesuita Blas Valera. El historiador argentino, Roberto Leviller, califica sus Comentarios Reales como «lleno de embustes y errores y mentiras.» José de la Riva-Agüero, lo ve como «el patriarca de la peculiar literatura peruana, y por la celebridad y el sentimiento del indiscutible dominador de nuestra primitiva historia».

Garcilaso representa al espíritu cuzqueño más que a la nación peruana. Definitivamente es «el patriarca de la literatura peruana… y primitivo historiador» del Perú. Encarna la fusión de dos razas formadas en el nuevo Perú. Como el mismo lo dijo, «tengo prendas de ambas»: lealtad y religiosidad, sentimiento caballeresco y patriotismo españoles; gravedad y ternura, timidez y amor cortesano al mundo indígena.

Es considerado el primer peruano mestizo de la historia de la Conquista, entendiendo como tal el producto de las dos razas, pero con predominio de lo español. Los Comentarios Reales constituyen una prolongación española de los descubrimientos y las conquistas, en las fronteras de la historia y de la épica nobleza incaica.

Los Comentarios Reales se podrían verse como una Biblia peruana y a Garcilaso como el más brillante quipu-camayoc que reunió en su obra todas las esencias del arte tradicional y oral y la historia cuzqueña. Como el poema épico de La Araucana de Alonso de Ercilla para Chile, los Comentarios Reales del Inca Garcilaso, recogidos en el Cuzco Imperial, escritos en el rincón de una ciudad andaluza y prohibido en el siglo XVII, por la sugestión de patria y libertad que contenían, del anuncio de una nueva nación mestiza, ayuda y de cierta forma explica su dualidad conflictiva y el vacilo entre lo hispano e incaico.

Bibliografía selecta:

Libros

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Artículos

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Artículo elaborado por Leandro Sequeiros, Catedrático de Paleontología, de la Academia de Ciencias de Zaragoza, miembro de la Cátedra CTR y co-editor de Tendencias21 de las Religiones.

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