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Matteo Ricci, un modelo para el encuentro de la civilización europea y china

Matteo Ricci, un modelo para el encuentro de la civilización europea y china

En mayo de 2010 se cumplirán 400 años del fallecimiento en Pekín de Matteo Ricci. Fue el primer europeo al que el Emperador de China concedió un terreno para su enterramiento. En su cultura significa la adqusición de la ciudadanía. Matteo Ricchi (cuyo nombre chino es Li Madou) pasó 28 años en China. Casi la mitad de su vida. Había sido alumno del astrónomo y matemático jesuita Christophorus Clavius en el Colegio Romano. Ricci aprendió la lengua china y se hizo uno de ellos, tradujo los Elementos de Euclides y su mapamundi llegó hasta el mismo Emperador. Las ciencias (sobre todo, la astronomía y las matemáticas) fueron las llaves que le abrieron las impenetrables puertas de China. Un año antes del centenario, ha comenzado la celebración. Estamos iniciando el Año de Ricci que culminará el 11 de mayo de 2010. Por Leandro Sequeiros.

Matteo Ricci, un modelo para el encuentro de la civilización europea y china

El 11 de mayo de 1610 fallecía en Pekín el padre Matteo Ricci. En mayo de 2010 se cumplirán 400 años. Por eso, un año antes los jesuitas han iniciado la celebración del llamado “Año de Matteo Ricci”. El 17 de mayo de 2009 dieron comienzo en Macerata, su ciudad natal, los actos. La conmemoración tendrá lugar también en otras partes del mundo. El 6 de mayo de este año se había hecho pública una carta del Papa Benedicto XVI al Obispo de Macerata, Claudio Giuliodori, en la que el Papa subraya «la profunda fe y el extraordinario talento cultural y científico» que durante largos años alimentaron los esfuerzos de Ricci para establecer un diálogo entre Occidente y Oriente, al mismo tiempo que se empeñaba en una profunda inculturación del Evangelio en la vida y cultura del gran pueblo chino. Algunas ciudades chinas han dedicado calles a su nombre.

2010: el año de Matteo Ricci

El testimonio de Ricci continúa siendo hoy un modelo para el encuentro de la civilización europea y china. Por eso, el 18 de junio se presentó en Roma un DVD titulado Matteo Ricci, un jesuita en el Reino del Dragón, de Gjon Kolndrekaj. Es una reconstrucción de los momentos más importantes del misionero jesuita, de sus descubrimientos y los esfuerzos «que lo han hecho protagonista del diálogo entre fe y cultura», en palabras del autor. Muchas escenas del documental han sido filmadas durante un reciente viaje del autor a China. Las entrevistas que se incluyen en el documental sitúan a Ricci en su época y al mismo tiempo subrayan su actualidad. El DVD va acompañado de un libro, profusamente ilustrado, que traza la biografía de Ricci, no exenta de dificultades por su audacia en inculturar el evangelio en el mundo chino.

Cuando Ricci murió, la misión de China contaba con ocho misioneros y ocho jesuitas chinos, que trabajaban en cuatro comunidades y un puesto misional. Había también unos 25.000 cristianos. Con todo derecho le han honrado los chinos, como «el hombre sabio de occidente», e historiadores de renombre mundial, como el profesor Wolfgang Franke, le han considerado «el puente cultural más sobresaliente de todos los tiempos entre China y Occidente».

Pero no se trata aquí de debatir una cuestión geopolítica, sino rastrear históricamente el conflicto social, cultural, epistemológico e ideológico de la llegada de la Ciencia occidental a China en los siglos XVI y XVII. Este ha sido el tema de la excelente tesis doctoral de José Antonio Cervera (Ciencia Misionera en Oriente. Los misioneros españoles como vía para los intercambios científicos y culturales entre el extremo Oriente y Europa en los siglos XVI y XVII. Cuadernos de Historia de la Ciencia, número 12, Universidad de Zaragoza, 2001, 579 pág., a la que este trabajo se referirá con frecuencia.

La vida de Matteo Ricci (1552-1610) se sale de lo común. Por ello, se han escrito novelas inspiradas en su aventura increíble en el siglo XVI y se presenta como un paradigma del intento de la Compañía de Jesús de apostolado científico.

Una biografía de novela

Matteo Ricci nace en Macerata (en la costa Adriática de Italia), el 6 de octubre de 1552. En 1561 comienza a asistir como alumno al Colegio de los jesuitas de su ciudad natal. En 1568 parte para Roma para estudiar la carrera de Derecho. En 1571 ingresa como novicio en la Compañía de Jesús. Tenía 19 años. En 1572 es destinado a Florencia para estudiar humanidades y entre 1573 y 1577 vive en Roma donde estudia en el prestigioso Colegio Romano. Allí se forma en ciencias con el famoso físico jesuita Christophorus Clavius.

Ricci siente la vocación a trabajar como misionero en Asia y allí es destinado. En 1577 se traslada a Coimbra, donde estudia portugués y comienza sus estudios de Teología. En 1578 zarpa de Lisboa junto con otros 13 jesuitas. Llega a Goa en septiembre de ese año y continúa allí sus estudios de Teología, mientras enseña latín y griego.

En 1580 (con 28 años) es ordenado sacerdote en Cochín (actualmente, Kochi, en el estado indio de Kerala). En 1582 parte de Goa y llega a Macao el 7 de agosto. Inmediatamente se pone en la dura tarea de aprender la lengua china. Finalmente, Guo Yingping, gobernador general de las provincias de Guangdong y Guangxi, concedió en 1583 permiso a Ricci y a otro jesuita, el padre Michele Ruggieri para instalarse en Zhaoquing, al oeste a Guangzhou. Ricci tiene 31 años. Emprende ahora una larga marcha la capital, Pekín. No lo logrará hasta 1589.

En la residencia jesuita de Zhaoquing, Ricci tenía expuesto un mapa del mundo. Este mapa suscitaba gran interés entre sus visitantes. Por sugerencia de éstos, lo copió, tradujo los nombres de los lugares al chino y lo hizo imprimir en 1584. Es la primera edición del famoso Mapamundi, Mappamondo o Yudi Shanhai quantu. También eran admirados por los chinos los relojes europeos, los prismas venecianos, los cuadros y libros occidentales, entonces desconocidos en China. Este contacto logró la conversión de unas setenta personas. Posiblemente para entonces, Ricci había adoptado ya su nombre chino: Li Madou.

Pero en 1589 se nombra un nuevo gobernador general, que ordena a los jesuitas que se vayan de su provincia. Pero en lugar de regresar a Macao, Ricci logró autorización del nuevo gobernador para establecerse en la parte norte de la provincia de Guangdong. De este modo, los jesuitas se trasladaron a Shaozhou. En este lugar, encontraron más facilidades, adquirieron una casa y construyeron una iglesia. Para inculturarse en la nueva situación adoptaron los ropajes de los monjes budistas.

Atraído por la fama de que los jesuitas eran expertos en alquimia, un joven llamado Qu Rukui pidió estudiar bajo la guía de Ricci, que lo instruyó en matemáticas, astronomía y en la religión cristiana. Atraídos por la sabiduría de los occidentales, muchos chinos instruidos se acercaron para acceder a su sabiduría. Más tarde, Qu se hizo cristiano.

De monjes a letrados

Al caer en la cuenta hacia 1590 de que el rango social de los monjes era inferior al de los letrados o gente instruida, los jesuitas adoptaron el vestido de los letrados, y como ellos, se dejaron crecer el pelo y la barba. Para entonces, Ricci dominaba ya la lengua china, y tradujo los Cuatro Libros de Confucio al latín, y los tituló Tetrabiblon sinense de moribus (el manuscrito se conserva en los archivos de la Compañía de Jesús en Roma). Igualmente, Ricci ideó el primer sistema para transcribir, en letras romanas, el idioma chino. Estos dos logros de por sí, justifican el reconocer a Ricci como padre de la sinología occidental.

En 1592, la residencia de los jesuitas es atacada y Ricci fue herido en un pie, que le dejará cojo para toda la vida. Con la idea de que para convertir a China a la fe cristiana deberían convertirse primero el Emperador y las clases dirigentes, Ricci abandonó Shaozhou y viaja en 1595 a Nanking/Nankín, esperando seguir hasta Pekín. Al no poderse quedar allí por la invasión japonesa de Corea, una zona dependiente de China, Ricci continuó hasta Nanchang, donde obtuvo permiso de residencia.

En Nangchang publicó en 1595 su primer libro en chino, Jiaoyoulun (Sobre la Amistad). También tradujo al chino y editó en 1596 su pequeño Tratado sobre Mnemotecnia (en chino, Xiguo jifa) para satisfacer a los visitantes que deseaban saber cómo cultivaban la memoria los occidentales.

La larga marcha de Ricci hacia Pekín

En 1598, Wang Hunghui, ministro de ritos de Nankín, se percató de que el saber astronómico y matemático de los occidentales podría ayudar a mejorar el calendario chino. Para ello, se ofreció a escoltar a Ricci y a su compañero jesuita, Lázaro Cattaneo, hasta Pekín. Durante el viaje, Cattaneo, que era músico, había logrado captar la variedad de tonos usados por los chinos al hablar y ayudó a Ricci a preparar un diccionario chino, Vocabularium sinicum, ordine alphabetico europeorum more concinnatum et per accentus suos digestu, en el que se consignaban los cinco tonos y las aspiraciones de las palabras usadas en el lenguaje oficial. Por desgracia, esta obra no se ha conservado.

Los viajeros llegaron a Pekín el 7 de septiembre de 1598. Debido a que los chinos desconfiaban de todos los extranjeros, se negaron a recibir a los misioneros. Wang les aconsejó que volviesen a Nankín, a donde llegaron en 1599. Muchos funcionarios eruditos visitaron a Ricci y Cattaneo en su residencia de Nankín. Uno de ellos, el eminente sabio Li Zhi, escribió a un amigo sobre Ricci: “Ya puede hablar nuestra lengua con fluidez, escribe nuestros caracteres y se comporta según nuestras normas de conducta. Produce una impresión imborrable: interiormente refinado y por fuera de una gran franqueza. Entre todos mis conocidos, no sé de nadie que se le pueda comparar”.

Cuando se presentó una segunda ocasión de viajar a Pekín, Ricci la aprovechó sin vacilar. Pero cuando iban de camino, Ricci y sus compañeros (Diego de Pantoja y el hermano jesuita Zhong Mingren), fueron detenidos en Linqing durante casi medio año, por orden del director de impuestos. Incluso se les confiscaron algunos de los regalos destinados al Emperador. Más tarde, llamados a la capital, llegaron el 24 de enero de 1601.

El Emperador Wan Li quedó encantado con los regalos (entre los que había dos relojes, tres pinturas al óleo, un clavicordio, prismas venecianos y el Theatrum Orbis Terrarum de Ortellius) y dio orden de que los misioneros se hospedasen en el palacio y enseñasen a los eunucos a reparar los relojes y a tocar el clavicordio.

Después pasaron a vivir en la residencia destinada a los diplomáticos extranjeros. Allí recibían muchas visitas, entre ellas viajeros de Asia central. Por ello, Ricci llegó a la conclusión de que el Cathay de Marco Polo era sólo otro nombre para China. Esta información la envió Ricci a sus compañeros jesuitas de la India y Europa, y llegó a su vez a la embajada del jesuita misionero de Cathay Bento de Goes (1592-1607), que confirmó la exactitud de lo dicho por Ricci.

Matteo Ricci, un modelo para el encuentro de la civilización europea y china

El Catecismo de Ricci

En 1603 aparece la primera edición del catecismo redactado por Matteo Ricci, Tianzhu shiyi (El verdadero significado del Señor del Cielo), que sirvió para las primeras conversiones. En 1604, cuando la misión de China se hizo independiente de la provincia jesuítica de Japón, Ricci fue su primer superior. Su método de inculturación, sin embargo, encontró oposición dentro y fuera de la Compañía de Jesús. Debido a que la oposición se traducía muchas veces en escritos, Ricci se vio forzado a defenderse y publicar en 1609, poco antes de morir, su Correspondencia Apologéntica (Bianxue yidu). La desaprobación de su método creció después de su muerte y, al fin, se llegó a la controversia de los Ritos Chinos, de los que ya se ha hablado antes.

Durante los más de 25 años que permaneció en China, Ricci compuso unos veinte libros, científicos y no científicos. Cinco de sus obras científicas se conservan en su totalidad, copiadas en el Siku quanshu (Gran Enciclopedia de las Cuatro Tesorerías), que contiene 36.000 juan (volúmenes chinos). El título colectivo de las cinco obras de Ricci es Qiankun tiyi (Tratado sobre el cielo y la tierra).

En 1607 es publicada la traducción al chino de los primeros seis libros de los Elementos de Euclides, llevada a cabo por Ricci y por su alumno Qu Rukui (también transcrito como Xu Guangqi), de nombre Pablo. De sus obras no científicas, cinco han recibido reseñas en su Siku quanshu zongmu tiyao (Reseñas compendiadas de la bibliografía general de la Gran Enciclopedia de las Cuatro Tesorerías).

La tensión y el cansancio a lo largo de los años debilitaron la salud de Ricci que murió en Pekín a los cincuenta y siete años de edad, el 11 de mayo de 1610. Accediendo a los deseos de los compañeros jesuitas, el Emperador les permitió enterrarlo a las afueras de la puerta oriental de la ciudad de Pekín. El lugar, conocido como Zhalaer, fue entregado en el siglo XIX al cuidado de los hermanos Maristas. Pero cuando la rebelión de los boxers (en 1900) el enterramiento fue destruido y luego reconstruido. Durante la Revolución Cultural de Mao (en 1966), la sepultura fue destruida por segunda vez, aunque ha sido parcialmente restaurada. Los obispos chinos que asistieron al Concilio Vaticano II pidieron en 1963, por unanimidad, que el Papa introdujese la causa de beatificación de Matteo Ricci.

La llegada de los primeros jesuitas a China

Ya en 1307, unos misioneros evangelizaron la región de Pekín y fundaron una diócesis. Eran los tiempos de la dinastía mongola Yuan (1271-1368), tolerantes con otras religiones. Pero en 1368 los Ming se hicieron con el poder.

Poco después, los extranjeros ya no eran bien vistos. Los Ming no aislaron completamente su imperio, tal como a veces se dice. No obstante, sus contactos se limitaron como mucho al comercio: una gran parte de la plata que los portugueses y los españoles ganaban en las colonias americanas la entregaban a cambio de productos chinos de lujo en occidente: sedas, perfumes, etc.

Las noticias sobre China llegaron a San Ignacio a Roma en las cartas de Francisco Javier. En 1549 escribía desde Kagoshima, en Japón, insistiendo en la necesidad de aprender las lenguas para evangelizar. Más adelante, en 1552 escribe a San Ignacio advirtiendo de la necesidad de aprender la cultura para poder traducir a sus categorías los conceptos del cristianismo.

Pero Francisco Javier notó enseguida que la cultura de Japón provenía del gran continente chino. Y comenzó a tener deseo, que no abandonaría hasta la muerte, de predicar en este país. Si se convertía China (escribe en Cochín en 1552) pronto se convertirían los japoneses. Y escribe: “La tierra de la China está cerca de Japón y (…) de la China les fueron llevadas las sectas que tienen. Es la China una tierra muy grande, pacífica, sin tener guerras ningunas; tierra de mucha justicia, según lo escriben los portugueses que en ella están; es de más justicia que ninguna de la cristiandad”. Javier se quedó a las puertas de China. Pero quien recogió el reto fue Alexandro Valignano (1539-1606). Partió de Lisboa en 1574 y llegó a Macao en 1577.

Los jesuitas llegaron a Extremo Oriente, como el resto de las órdenes religiosas, a finales del siglo XVI. Hay que tener en cuenta la situación social, política y cultural que vivía China en aquellos momentos. Pero cuando los jesuitas llegaron a China en 1582, ya no existía allí ninguna comunidad cristiana. Por otra parte, parece ser que los emperadores de finales del siglo XVI descuidaban cada vez más sus deberes y el aparato estatal se estaba derrumbando. Muchos intelectuales chinos criticaban el escaso conocimiento de los soberanos para resolver problemas prácticos. Por eso, los sabios chinos mostraban gran interés por la investigación en agricultura, en geografía, en astronomía, en matemáticas o en botánica.

Y esos saberes los ofrecían algunos misioneros. En este tiempo, tuvo mucho poder político el mandarín Chang Chü-Cheng (1525-1582) que fue uno de los hombres de más talento en la administración. Durante su ejercicio, la corrupción disminuyó y el pueblo fue tratado con más justicia. Cuando muere, China es un país próspero y financieramente saludable. Desde el punto de vista cultural, en China se inicia un período de apertura hacia el secretismo científico, filosófico y religioso. El año de su muerte coincide con la llegada de Ricci a China y tuvo la perspicacia de aprovechar esta tendencia al sincretismo para tratar de mostrar a los chinos que el cristianismo y el confucianismo, básicamente, eran doctrinas muy semejantes.

Con todo, los chinos no se lo ponían nada fácil a los extranjeros. Las autoridades permitieron sólo esporádicamente que los primeros jesuitas Alessandro Valignano y Michele Ruggieri (1543-1607) tuvieran algún trato con la población. Sólo cuando Ruggieri, en 1582, comenzó a instruir a todos los misioneros –entre ellos al recién llegado Ricci – en la lengua y la cultura chinas, pudo establecer la orden una residencia en Zhaoquing. Con todo, esta ciudad estaba situada al sur del imperio, lejos del centro de poder político de Pekín. Tuvieron que transcurrir aún veinte años para que los jesuitas obtuvieran el permiso para establecerse en la capital.

Ricci, en la encrucijada cultural y científica del siglo XVI

Cuando los españoles, los italianos y los portugueses del siglo XVI se lanzaron a descubrir tierras nuevas, no podían adivinar que la influencia europea se concentraría en América mucho más que en Asia durante los siguientes siglos. China, por su tamaño y por las ideas míticas que circulaban sobre ella, era deseada por portugueses y españoles. Éstos llegaron a Filipinas como etapa intermedia en su objetivo de establecerse en el continente. No pudieron llevar a cabo su proyecto pero convirtieron Filipinas en colonia española en Oriente durante varios siglos.

Junto con los comerciantes, los soldados y los aventureros, había otro tipo de personas que dejaron Europa para marchar a lejanas tierras de ultramar: son los misioneros. Guiados por el deseo de extender el evangelio por todo el mundo, acometieron proezas increíbles para la época llegando a lugares donde otros muchos no pudieron acceder. Entre estos misioneros que salieron de su país para difundir su fe, los había de muy diferentes órdenes religiosas, aunque pueden clasificarse en dos grupos principales: el de los miembros de la Compañía de Jesús (que llevaron sobre todo una labor cultural y científica) y el grupo de los “frailes”, entre los que los más importantes, al menos en lo que se refiere a su relación con Filipinas y China, serían los dominicos, los franciscanos y los agustinos (que practicaban métodos tradicionales de conversión a la fe).

Ciencia occidental, cultura y religiones

El misionero que personaliza este nuevo método de evangelización a través del estudio de la lengua y de la cultura chinas y del uso de la ciencia europea fue el jesuita Matteo Ricci. Tras él, otros jesuitas científicos fueron a la misión de China. Su trabajo, especialmente en la reforma del calendario, les dio un gran prestigio en la corte china. Aunque soportaron períodos de persecución, siempre supieron superar las situaciones difíciles y a finales del siglo XVII consiguieron lo que tanto habían deseado: un edicto imperial que les daba libertad para predicar la fe cristiana en todo el imperio y para que todo el que quisiera pudiera hacerse cristiano. Pero mientras esto sucedía, al mismo tiempo, se agudizó el problema que finalmente destruyó la misión de China y que había comenzado varias décadas antes. Este problema es la Controversia de los Ritos Chinos.

No fue tan sólo una controversia especulativa, sino que en ella se mezclaron diversas causas que envenenaron toda la cuestión, aunque hubiese buena voluntad por ambos bandos: el conflicto de método apostólico entre diversas órdenes, el conflicto de diversos Institutos Misioneros, el conflicto de rivalidades nacionales, además del conflicto creado por la institución de los Vicarios Apostólicos, que pugnaba entonces con el antiguo régimen de Patronato; el conflicto entre las potencias coloniales; y por fin la mala voluntad y luchas de los jansenistas.

La controversia sobre los Ritos Chinos y la inculturación

La raíz de la controversia puede hallarse en el diverso método de evangelización seguido por unos y otros. Con los jesuitas, la inculturación, el estudio de la lengua china, el uso de la ciencia y, sobre todo, el gran respeto por la cultura china, se adelantaron a su tiempo. La Iglesia Católica consiguió un gran prestigio en China gracias a los jesuitas. Los jesuitas querían seguir su propio método apostólico basado en una prudente adaptación misionera, que tendía a aprovechar cuanto hubiera de aprovechable en los pueblos de misión, y que podría quedar condensado en esta doble función; adaptar lo nuestro a lo suyo, y adoptar lo suyo en lo nuestro, siempre que pudiera ser integrado en el cristianismo. Con respecto al caso de China, puede reducirse a estos tres puntos principales: 1) el nombre o vocablo con el que debería designarse a Dios; 2) los honores tributados a Confucio; 3) los honores tributados a los antepasados difuntos.

El exceso de inculturación de los jesuitas, es decir, el respeto y la asimilación de los rituales sociales de China y la reelaboración de los contenidos de la fe en los contextos culturales les trajeron problemas. En la liturgia católica, los jesuitas aceptaron muchos de sus rituales, lo que provocó la sospecha y la alarma de las jerarquías eclesiásticas. Los jesuitas en China eran de ideas avanzadas y mentalidad abierta. Pero la Controversia sobre los Ritos Chinos que se desarrolló entre los misioneros católicos, llegó a Roma y se dio por terminada con las disposiciones dictadas por Benedicto XIV en 1742. Sólo en 1939 la Sagrada Congregación de Propaganda Fide levantaba el juramento que pesaba sobre los misioneros, y daba como lícitas algunas ceremonias, consideradas civiles, en honor de Confucio y de los antepasados difuntos.

Matteo Ricci, un modelo para el encuentro de la civilización europea y china

Inculturación

No es fácil encontrar una definición satisfactoria de este concepto que va tomando cuerpo en teoría de las culturas y su aplicación al diálogo y al encuentro entre ciencia y religiones. En este trabajo se han aceptado las reflexiones que el que fue padre General de la Compañía de Jesús, Pedro Arrupe, escribió hace más de 30 años. En su carta Sobre la Inculturación de 14 de mayo de 1978, escribe estas palabras valientes: “La inculturación es la encarnación de la vida y mensaje cristianos en un área cultural concreta, de tal manera que esa experiencia no sólo llegue a expresarse con los elementos propios de la cultura en cuestión (lo que no sería más que una superficial adaptación), sino que se convierta en el principio inspirador, normativo y unificador que transforme y re-cree esa cultura, originando así “una nueva creación”.

Y en el documento de trabajo que se adjunta a la carta, leemos: “entendemos por inculturación el esfuerzo que hace la Iglesia por presentar el mensaje y valores del Evangelio encarnados en formas y términos propios de cada cultura, de modo que la fe y la vivencia cristiana de cada Iglesia local se inserte, del modo más íntimo y profundo posible, en el propio marco cultural”.

Matteo Ricci, un modelo para el encuentro de la civilización europea y china

La gran intuición de Matteo Ricci: el diálogo y la armonía entre la ciencia y la fe cristiana

La gran intuición de Matteo Ricci, y por la que ha pasado a la historia como paradigma del encuentro entre la ciencia y la religión en China, es que la ciencia puede ser un medio poderoso para la propagación de la fe.

Ya Valignano era consciente de que en una sociedad culta como la china, la estrategia habría de ser la de intentar una adaptación, inculturación, aculturación, enculturación o inmersión cultural. Con todos estos términos se quería expresar la necesidad de volcar en otros moldes lingüísticos y culturales los contenidos de la fe cristiana. Pero en ese tiempo era una tarea muy difícil. La teología occidental cristiana se había expresado en un lenguaje filosófico que implicaba un modo de pensar la realidad, de desarrollar los procesos lógicos de la mente y utilizar unos símbolos que eran incomprensibles en China. ¿Era posible desnudar culturalmente la teología occidental para reelaborarle un ropaje que la hiciera comprensible?

Tal vez es la misma pregunta que en la actualidad se hacen científicos, filósofos y teólogos que intentan encontrar plataformas comunes de diálogo entre ciencia y religión. Ricci, en este proceso, fue un adelantado. Y, con las salvedades culturales y teológicas anacrónicas, señala un camino de presencia inculturada en las culturas y las ciencias.

El primer paso que Ricci y los jesuitas dieron en China es el de aprender la lengua. Francisco Javier acudió a intérpretes. Pero era muy complicado traducir no solo las palabras sino los procesos mentales. Y el segundo paso, necesario, fue conocer y valorar la cultura china: el complejo sistema social que constituía la base de la cohesión del imperio.

El tercer paso de la estrategia de Ricci era este: dado que China era un país muy centralizado en el que el emperador y sus mandarines ostentaban un gran poder, si se accediese a la conversión de la cabeza, el resto del pueblo seguiría los pasos de sus dirigentes, a los que se tenía una gran veneración.

El cuarto paso consistió en elegir una estrategia para llegar a las clases dirigentes del país. Ricci lo tuvo muy claro: el modo de acceder a las clases dirigentes era ofreciendo algo que no tenían: el saber de la ciencia de occidente. Una ciencia que, incluso, podría solucionar problemas políticos y económicos del país, como era la confección de mapas, el uso de la astronomía para elaborar un calendario, entrenar la mente para recordar muchos conceptos mediante métodos mnemotécnicos.

En sexto lugar, el plan de Ricci pretendía que si se controlaba el conocimiento científico se podría controlar también la educación. Sabemos que desde el principio, junto con la tarea misional, el otro gran objetivo de los jesuitas en China fue la creación de una red de colegios, tal como habían hecho en Europa con mucho éxito.

Como señala Jami los jesuitas no consideraban los conocimientos científicos chinos como una fuente de la que Europa pudiera aprender algo. Si ciertos conocimientos les parecían interesantes para ser transmitidos, eran más bien algunas técnicas o curiosidades, no un sistema de saber. Al fin y al cabo, Ricci y los suyos buscaban aparecer en China como portadores de un saber que mostraría la superioridad de su religión.

La formación científica de Ricci estuvo fuertemente influida por Christophorus Clavius (1537-1612), figura destacada de la astronomía y de las matemáticas en el entorno del Colegio Romano. Clavius fue maestro de matemáticas de Ricci durantew cuatro años y siempre mantuvieron una estrecha relación. Clavius insistía en sus clases que la exploración del mundo natural podía ayudar a reflexionar sobre el mundo espiritual; para él, era esencial que los estudiantes comprendieran que las ciencias eran a la vez útiles, y necesarias para el correcto entendimiento de la filosofía.

Ricci se dio cuenta del valor que los conocimientos científicos podían tener para la evangelización de China. En una carta fechada el 15 de febrero de 1609 al compañero jesuita Francesco Pasio, dice lo siguiente: “… porque no he hecho otra cosa que enseñar algo de matemáticas y cosmografía (…) que han servido para abrir los ojos a los chinos que estaban ciegos; y si esto lo decimos de las ciencias naturales y de las matemáticas, ¿qué diremos de aquellos conocimientos más abstractos, como son la física matemática, la teología y lo sobrenatural?”

Pero Ricci iba más allá. Intentaba mostrar que la imagen del mundo que presentaba el budismo era anticientífica, mientras que la que presentaba el cristianismo era compatible con los datos científicos.

El mapamundi de Ricci

La publicación del mapamundi en lengua china abrió muchas puertas a Ricci y a los jesuitas. Por vez primera, se describe en China la Tierra como un planeta redondo, aunque hay discusión entre los expertos sobre si se le adelantó el dominico Juan Cobo en Filipinas con su obra de 1593. Dentro de la cartografía china marcó un punto de inflexión muy importante, sobre todo en cuanto al conocimiento de los chinos del resto del mundo. Así, en la primera mitad del siglo XIX, los intelectuales chinos que querían escribir sobre países extranjeros, tenían que utilizar los trabajos cartográficos escritos en chino por los jesuitas dos siglos antes.

En el ángulo superior derecho del mapa de Ricci, existe una ilustración que representa la esfera del mundo, el sistema cosmológico de Ricci (Carta dei quattro elemento e dei Nove cieli), y al lado un texto (Nozioni generali di cosmografía e di geografia). En el lado izquierdo del mapa, otro texto describe la Distanza e grandeza comparata tra il globo terrestre e i pianeti dei Nove Cieli). Entre estos dos textos y el dibujo, están contenidas las ideas principales de la cosmología de Ricci, tomadas de las que estaban en boga entre la intelectualidad eclesial europea de la época. El sistema del mundo de Ricci es el geocéntrico de Tolomeo y contiene nueve esferas concéntricas alrededor de la Tierra inmóvil. Las siete interiores representan las órbitas de los planetas, de la luna y del Sol, mientras que el octavo cielo es el de las constelaciones y el noveno que corresponde al primer motor (primo mobile).

Ricci, introductor en China del Teorema de Pitágoras. La traducción de los Elementos de Euclides

En el siglo XVII, el Teorema de Pitágoras era bien conocido por los sabios de occidente. Pero no en China. Llevarlo allí fue uno de los méritos de Matteo Ricci. Su alumno Qu Rukui (o Xu Guangqi) presentó en 1603 al prefecto de Shangai, para poder efectuar unos cálculos acerca del curso de un río, un método que compaginaba el procedimiento tradicional chino con el Teorema de Pitágoras. Con ello dio a conocer por primera vez en China la fórmula griega.

Pero la obra que hizo más famoso a Ricci fue la traducción al chino de los seis primeros libros de los Elementos de Euclides, realizada junto a su alumno Qu Rukui (o Xu Guangqi). Algunos autores opinan que la traducción se hizo para persuadir a los chinos de la superioridad de la ciencia occidental y por tanto, de la superioridad de la religión cristiana respecto al budismo. En 1604, Qu Rukui (o Xu Guangqi) pasa los exámenes y llega al más alto grado del mandarinato, el grado jin shi. Ese mismo año se hizo cristiano y empezó una ingente tarea misionera con Ricci. En 1606 se pusieron a traducir la obra de Euclides al chino, deteniéndose en el libro sexto por indicación de Ricci. La obra se imprimió en 1607, con el título Elementos de Geometría (Jihe yuanben), y al igual que el mapamundi de unos años antes, dio a Ricci un gran prestigio. Uno de los honores más grandes es que se le concedió un terreno para su mausoleo cuando muriese, la primera vez que se concedía a un extranjero, y que suponía el reconocimiento de la nacionalidad china.

La traducción de los primeros seis libros de los Elementos de Euclides estuvo precedida de dos prólogos. Uno escrito por Matteo Ricci y otro por Qu Rukui (o Xu Guangqi). La versión de los Elementos de Euclides introducida en China insistía sobre todo en los aspectos prácticos, que son lo que más interesaban a los chinos: medición de áreas, volúmenes, etc, dejando de lado las cuestiones más especulativas.

Como se ha dicho, la traducción de los Elementos no se completó, sino que se llevó a cabo solo hasta el libro VI. Tardaría mucho tiempo en terminarse de traducir. Los libros VII al XIII fueron traducidos (y no por casualidad) por los misioneros protestantes que llegaron a China. Alexander Wylie, con la ayuda del matemático chino Li Shanlan, los publicó, con el título de Continuación de los Elementos de Geometría (Xu juhe yuanben) en 1857.

El gran prestigio en China de Matteo Ricci

Los conocimientos y habilidades de Matteo Ricci para saber transmitir y admirar con la ciencia occidental aprendida sobre todo en el Colegio Romano con Clavius, le granjearon una gran fama en la corte del Emperador. Veamos algunos textos de la época, que se traducen aquí al castellano por vez primera. En una carta escrita el 28 de octubre de 1595 en Nanchang, podemos leer:

“Se había esparcido por aquí una fama de que yo sabía hacer plata de plata viva [el mercurio]; y aquí hay millares de hombres que se dedican a esto y en esto consumen la vida y sus haberes con mucho fasto, sin que hasta ahora haya nadie que lo sepa hacer. Y este rumor es como entre nosotros el de los alquimistas de la quintaesencia, y muchos venían para aprender esta ciencia, que se considera entre ellos como cosa de hombres santos; y cuanto más digo que yo en esta materia soy “sicut asinus ad liram” [en latín, diríamos: como el burro que tocó la flauta por casualidad], tanto menos me creen; tanto [más] que yo tengo fama de que sabía hacer relojes y que entendía muy bien las cosas de las matemáticas. Y es verdad que para ellos puedo decir que soy otro Tolomeo; porque no saben nada, hacen relojes sólo inclinados, es decir, equinocciales [relojes de sol], pero no se inclinan sino a razón de 36 grados, pensando que todo el mundo es de 36 grados de altura, ni más ni menos”.

Y en otra carta, escrita en la misma fecha y en el mismo lugar, Ricci enumera de forma explícita las cinco principales razones que le dan prestigio en China:

“No podría decir la extraordinaria concurrencia que tengo en esta ciudad, cosa que atribuyo a cinco causas. La primera es [el hecho] de ver a un extranjero, cosa insólita, y más todavía que sepa la lengua y la ciencia, las costumbres y ceremonias del país. La segunda es la fama que se ha esparcido de que de plata viva [mercurio] sabemos hacer plata buena, y muchos venían para aprender esta ciencia que es una cosa muy estimada entre ellos; y cuanto más afirmo que no sé nada de esta materia, tanto menos lo creen. La tercera [razón] es [el hecho de] saberse que yo tengo un arte de [desarrollo de la] memoria tal que, con sólo leer una vez cuatrocientas o quinientas palabras, se me quedaban tan fijas en la memoria que podía recitarlas al derecho y al revés con mucha facilidad. La cuarta [razón] es la fama que he adquirido entre ellos en cosas de matemáticas; y en verdad me parece que entre ellos soy un Tolomeo (…) Los académicos y otras personas doctas sienten placer en oir las causas de [esa] apariencia, y desean que yo enseñe alguna cosa de matemáticas, como pienso hacer, si me quedo aquí. La quinta [razón] es por el deseo que muchos muestran de escuchar las cosas [que tocan a] su salvación, tanto que, de rodillas, me lo suplican; y los mismos académicos, que no creen en la inmortalidad del alma, dicen que nuestra ley es verdadera por los discursos que he tenido con ellos, tras los cuales, sin contradecir, se hunden hasta el suelo y me dan las gracias por la buena doctrina que les he enseñado”.

Como puede verse, sólo la última razón se refiere al discurso religioso, que en principio es lo que más interesaba a los misioneros jesuitas. Otra cita significativa de la fama que llegó a tener Ricci en China se puede encontrar en una carta que escribe en portugués el jesuita Alfonso Vagnoni, desde Nankín, en 1605:

“Es increíble el crédito que tiene con los chinos el padre Matteo Ricci, y más visitado es por los grandes y estimado por todo el reino de China, por lo cual se han difundido algunos libros, muy curiosos, que él ha compuesto en la misma lengua china. De modo que todos, o la mayor parte de los mandarines, que vienen de fuera a Pekín, o que parten para diversas provincias, van primero a visitarlo y quieren llevarse consigo alguna obra suya. Piensan y dicen que no puede haber en Europa otro hombre como él. Y cuando los nuestros les dicen que hay otros todavía más doctos, no se lo pueden creer (….) El hecho de estar él en aquella corte hace que todos los mandarines que vienen a gobernar a estas provincias muestran gran respeto a nuestros padres que se encuentran en ellas, y que les traigan cartas del mismo padre Ricci, y que les vengan a visitar por respeto hacia él”.

El sabio de Occidente

La mejor conclusión de este trabajo es un párrafo del mensaje de Juan Pablo II, el 24 de octubre de 2001, con ocasión del Congreso internacional celebrado en Roma para conmemorar los 400 años de la llegada de Matteo Ricci a Pekín:

“La misma China, desde hace cuatro siglos, tiene en alta consideración a Li Madou, «el sabio de Occidente», como fue designado y se suele llamar incluso hoy al padre Matteo Ricci. Desde un punto de vista histórico y cultural, como pionero, fue un valioso eslabón de unión entre Occidente y Oriente, entre la cultura europea del Renacimiento y la cultura de China, así como, recíprocamente, entre la antigua y elevada civilización china y el mundo europeo”.

Y continúa: “Como ya destaqué, con íntima convicción, al dirigirme a los participantes en el Congreso internacional de estudio sobre Matteo Ricci, organizado con ocasión del IV centenario de su llegada a China (1582-1982), tuvo un mérito especial en la obra de inculturación: elaboró la terminología china de la teología y la liturgia católica, creando así las condiciones para dar a conocer a Cristo y encarnar su mensaje evangélico y la Iglesia en el marco de la cultura china (cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 1982, p. 6). El padre Matteo Ricci de tal modo se hizo «chino con los chinos» que se convirtió en un verdadero sinólogo, en el sentido cultural y espiritual más profundo del término, puesto que en su persona supo realizar una extraordinaria armonía interior entre el sacerdote y el estudioso, entre el católico y el orientalista, entre el italiano y el chino”.

Leandro Sequeiros es Catedrático de Paleontología, profesor en la Facultad de Teología de Granada y asesor de la Cátedra CTR

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