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Partición de Palestina: del Estado binacional de hecho al de derecho

Hoy es el día de la solidaridad con el pueblo palestino, que conmemora el acuerdo de la ONU de 1947 de dividir Palestina en dos Estados. Si bien el Estado de Israel se constituyó en 1948, el Estado Palestino dista todavía de ser una realidad. Sobre el terreno existe hoy un solo Estado, en el que una parte de la población goza de todos los derechos de ciudadanía y la otra está excluida de los mismos. La única solución es la de un solo Estado democrático y binacional, de todos sus ciudadanos, independientemente de su condición étnica o confesional. Es cuestión de tiempo que esta iniciativa gane cada día mayores adhesiones. Por José Abu-Tarbush (*)

Partición de Palestina: del Estado binacional de hecho al de derecho

Se conmemora hoy, 29 de noviembre, el día internacional de solidaridad con el pueblo palestino. Semejante efeméride fue apadrinada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1977, en reconocimiento de la injusticia histórica que se había cometido en Palestina el 29 de noviembre de 1947. En esta fecha se adoptó la resolución 181 (II) de Partición de Palestina en dos Estados: uno judío, creado en 1948 sobre buena parte del territorio reservado para el Estado palestino y la expulsión de la mayoría de la población indígena de sus hogares y tierras en dicho espacio; y otro árabe-palestino, que hasta el momento no ha logrado materializarse y, muy probablemente, tampoco lo logre en un futuro próximo.
 
Más allá de su proclamación por el Consejo Nacional Palestino (15 de noviembre de 1988), de su ingreso en la ONU como Estado observador no miembro (29 de noviembre de 2012), y de su creciente reconocimiento internacional por otros Estados (hasta 138 en 2016), el Estado palestino dista de ser una realidad. Semejante diagnóstico no responde a una visión pesimista acerca de la resolución del conflicto sobre la base de los dos Estados, sino a una inexorable realidad, asentada en la férrea negativa de la clase dirigente israelí a poner fin a la ocupación de los territorios palestinos conquistados durante la guerra de 1967; y en su oposición a que cristalice un Estado palestino en dichos territorios.
 
Esta misma realidad es reforzada cotidianamente sobre el terreno por la conocida política israelí de hechos consumados, de la que tantos réditos ha extraído a lo largo de los años. Así, la incesante escalada colonial de los territorios palestinos deja sin base material significativa alguna la implementación de un Estado palestino que, a estas alturas, es más virtual que real. El propio secretario de Estado norteamericano, John Kerry, reconocía hace unos años atrás que, de seguir esa dinámica colonizadora, la solución de los dos Estados no se podría implementar, prolongaría el conflicto y advertía a Israel de que podría derivar en un Estado del apartheid o ante la tesitura de un solo Estado binacional.
 
No decía nada nuevo o que no se supiera antes, pero que lo dijera Kerry otorgaba una autoridad y resonancia a lo que se viene diagnosticando desde hace tiempo. Esto es, que la resolución del conflicto sobre la base de los dos Estados ha fracasado. Por tanto, la única solución que resta por explorar es la de un solo Estado democrático y binacional, de todos sus ciudadanos, independientemente de su condición étnica o confesional. El problema para su adopción procede del mismo círculo de poder israelí que se opone tanto a la solución de los dos Estados como a la de un solo Estado democrático.
 
Dos sensibilidades
 
En la actual clase dirigente israelí existen al menos dos sensibilidades diferentes sobre cómo abordar este tema. Sus discrepancias son de orden más táctico que estratégico, ubicadas a medio camino entre la ideología neosionista y el marketing político.  Una, representada por el actual ministro de Educación y líder del derechista partido nacional-religioso La Casa Judía, Naftali Bennett, es partidaria de acabar con el actual statu quo y legalizar la ocupación, anexionándose las áreas C (que comprende el 60 por cierto de los territorios ocupados) y relegando a los palestinos a una mera autonomía administrativa en las minúsculas, fragmentadas y aisladas áreas A (ciudades) y B (aldeas). Con este propósito ha pedido al nuevo presidente electo, Donald Trump,  que Estados Unidos abandone definitivamente la opción de los dos Estados.
 
La otra,  articulada por el actual primer ministro Netanyahu, es partidaria de mantener la ficción del proceso de paz y la vaga ilusión de un remoto Estado palestino. En un clara estrategia dilatoria,  persiste en ganar tiempo con objeto de aliviar la presión diplomática sobre Israel y transformar la realidad demográfica sobre el terreno mediante la constante expansión y colonización. Ninguna de estas  dos corrientes acepta el fin de la ocupación y la creación de un Estado palestino. Una la rechaza abiertamente en la teoría y en la práctica; y otra la admite hipotéticamente en el discurso, pero la niega de manera sistemática en los hechos.
 
Incluso el ex primer ministro israelí, Ehud Barak (1999-2001), ha acusado a Netanyahu de no tener ningún interés en la solución de los dos Estados y de conducir irremediablemente el país hacia la opción de un solo Estado, que no será democrático o bien no será de predominio judío. En efecto, Bennett y Netanyahu están pensando en la primera opción, de un solo Estado con dos sistemas a semejanza de la Sudáfrica del apartheid. De hecho, la realidad existente sobre el terreno entre el mar Mediterráneo y el río Jordán es la de un solo Estado, en el que una parte de la población goza de todos los derechos de ciudadanía y la otra está excluida de los mismos.

Opción inviable
 
Para transformar esa realidad binacional de hecho en un Estado binacional de derecho y democrático convendría asumir de una vez por todas la inviabilidad de la opción de los dos Estados. Pese a que esta opción es la que mayor respaldo y reconocimiento político y jurídico posee en la sociedad internacional, no es menos cierto que poco o nada efectivo se ha hecho para implementarla. Más allá de las declaraciones más o menos bienintencionadas y rimbombantes en esta materia, la política exterior de muchos Estados es igualmente cómplice de la ocupación israelí: desde la venta de armamento hasta el comercio con las colonias en los territorios ocupados.
 
En esta misma línea, cabe advertir cómo un creciente número de hombres y mujeres de Palestina, tanto bajo la ocupación como en la diáspora, se muestran partidarios de reivindicar la ciudadanía de pleno derecho para todos los habitantes. Consideran que es la resolución más viable y justa; y que el reconocimiento y el respeto de los derechos humanos, civiles y políticos deben ser iguales para todas las personas que viven en dicha tierra; no sólo para una parte por su condición étnica o confesional. De ahí su apuesta por los métodos de lucha no violenta y de resistencia civil en cooperación con otros sectores de la sociedad israelí. Es cuestión de tiempo que esta iniciativa gane cada día mayores adhesiones para que la actual e irreversible realidad binacional, segregacionista y excluyente, se transforme en otra democrática e integradora.
 
(*) José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna. Editor del blog Panorama Mundial en Tendencias21.
 

RedacciónT21

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