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Pierre Teilhard de Chardin muestra que es posible trascender la realidad

Hace cien años, en 1916, Pierre Teilhard de Chardin redacta “Cristo en la Materia. Tres historias a la manera de Benson”. Este ensayo muestra cómo los poetas, los místicos y los soñadores son capaces de sentir y gustar realidades (para ellos) que van más allá de los límites del espacio y del tiempo. Dentro del ámbito cristiano, algunos de los símbolos de la fe, como el de la eucaristía, nos transportan a experiencias que van más allá de lo perceptible. En un mundo culturalmente poco sensible a las experiencias místicas, Teilhard abre horizontes hacia la posibilidad de explorar y experimentar lo que está más allá de los sentidos. Tal vez sea esta una tendencia para el siglo XXI. Por Leandro Sequeiros.

Pierre Teilhard de Chardin muestra que es posible trascender la realidad

 El 14 de octubre de 1916 Pierre Teilhard de Chardin escribió Le Christ dans la Matière. Trois histoires comme Benson (1916d, 12, 112-127), publicado en castellano en Escritos del tiempo de guerra. Es la época más dura de su presencia en el frente de batalla en la primera guerra mundial. Pero a pesar de la dureza y de la crueldad de la batalla, sabe transformar la muerte en vida, la desesperanza en esperanza, la ruda realidad terrestre en experiencia interior trascendente.
 
En este ensayo peculiar nos muestra a un orante que tiene la visión de tres «extensiones» de Cristo, quien en cada una de ellas «sale» del lugar en que se encuentra —un cuadro, una custodia, un portaviáticos— para terminar llenando con su presencia «física» el universo entero. Relato en primera persona, pero un pequeño prólogo nos dice que fue escrito por un amigo muerto en Verdún. Se ha discutido –como veremos- si se trata del mismo Teilhard o de su amigo Jean Boussac, fallecido en el frente unas semanas antes.

El texto de “Cristo en la Materia” fue enviado en diciembre de 1916 a la revista de los jesuitas Études para ser publicado. El director de ésta, su amigo Léonce de Grandmaison, reacciona de manera sorprendente para Teilhard, tal como nos escribe en una de sus cartas: «j’ai reçu un gentil petit accusé de réception de Léonce. “… Cela me paraît de la haute philosophie scientifico-cosmique (si j’ose dire. Dame! on va peut-être trouver cela un peu évolutionniste). Nous verrons…”. On, ce sont les réviseurs qui doivent lire l’article avant qu’il paraisse. (Ce sont sûrement de gens qui sont sympathiques pour moi: mais cela peut ne pas suffire…) Et moi qui croyais avoir été si sage!» (c, 194). «Sache que mon article n’a pas passé aux Études. Au fond cela ne m’étonne pas. Sans parler de choses qui peut-être sont objectivement contestables, il est d’un ton qui eût déconcerté les sages et placides lecteurs de la Revue (c’est surtout ce que les réviseurs ont objecté). Je te montrerai la lettre, très gentille et très juste que m’à écrite Léonce. “Votre lecture, me dit-il est exciting et intéressante à un haut degré. C’est un canevas à penser semé de belles images. Mais pas de tout repos pour nos lecteurs, gens paisibles…”» (c, 196).

Poco después, el 28 de diciembre, dice que le ha llegado una carta «de Léonce, tout a fait bonne et très lumineuse, que je te montrerai aussi. Sans me dissimuler les difficultés de publication sur les questions qui m’intéressent, il m’encourage vivement à “intégrer dans la philosophie chrétienne (même négativement telle, c’est-à-dire compatible avec la vie chrétienne) les résultats, suggestions et interprétations, même hypothétiques qui guident les savants actuels”. Le faire “serait rendre un immense service, tel qu’une vie y serait très bien employée”. Tu vois que je suis, au fond, compris et encouragé. Cela m’excite à préciser davantage mes vues sur la conciliation que j’entrevois entre la passion de la terre et la passion de Dieu sur le terrain de l’effort humain, même naturel» (c, 202).

 Études del 20 de noviembre de 1917 publicará La Nostalgie du Front (1917c, 12, 229-241), suprimiéndole entero el último párrafo. Comienza el calvario de la publicación de sus escritos, provocado, ¡tantas veces!, por los cuidados y diplomacias, obligadas o no, sencillas o rebuscadas, de sus propios amigos jesuitas. Y, sin embargo, Teilhard les será siempre de una fidelidad infatigable: «Je pense envoyer d’abord la chose [1919a, 12, 399-414] au P. Léonce, avec une lettre explicative. J’ai confiance en lui pour me guider, me suggérer des méthodes pratiques (s’il y a lieu) et aussi influencer opportunément les décisions de mes supérieurs» (c, 357). ¡Admirable Teilhard!
 
En la eucaristía, la materia se transfigura, se hace diáfana a los ojos de la fe para impregnar nuestra piel espiritual del aroma de Cristo en la Materia.

Tal vez fue esta una de las experiencias primeras de Pierre Teilhard de Chardin en el frente de batalla hace un siglo, en 1916. Y esta experiencia interior se alimentó, entre otros nutrientes espirituales, de la lectura de un fecundo escritor inglés, Robert Benson. Sus relatos impregnados del misticismo del converso llegaron al corazón de Teilhard en momentos muy cruciales de su vida íntima.
 
Historias al estilo de Benson
 
El mes de octubre de 1916 fue muy duro para Teilhard. En el frente de Verdún, asiste al acoso al fuerte de Douaumont (Nant‑le‑Grand). Unos días más tarde, sería conquistado por los franceses. En esa terrible situación de asedio, Teilhard redacta “Cristo en la materia. Tres historias al estilo de Benson” una de sus piezas místicas más poéticas.
 
Teilhard intuye que la batalla puede ser su último momento. Se ve ya como un muerto que cuenta a un amigo tres experiencias trascendentes:  EL CUADRO Suponiendo que Jesús se presenta delante de mi. Ve un cuadro en una Iglesia. Cristo irradia;  EL OSTENSORIO Cristo en la custodia irradia. Transfiguración;  EL PORTAVIÁTICOS Está en el frente. y lleva una pequeña caja con unas formas consagradas. Comulga y siente todo su ser

El poder de la pureza

Según Teilhard de Chardin, el famoso sabio jesuita, la pureza es la rectitud de vida, que el amor suscita en nosotros cuando buscamos a Dios siempre, en todas partes y en todas las cosas. Por eso, dice que la pureza se mide por la proximidad que tenemos a Dios.
 
Y habla de la luz invisible que irradian las almas puras, que están llenas de Dios. Para ratificar esta idea, relata en El Medio Divino un cuento de Benson.

El Medio Divino. Capítulo de la pureza. Robert Hugh Benson, en uno de sus Cuentos, imagina que un “vidente” llega a la capilla apartada en la que reza una religiosa. Entra. Y he aquí que en torno a este apartado lugar, ve de pronto que el Mundo entero se enlaza, se mueve, se organiza siguiendo el grado de intensidad y la inflexión de los deseos de la endeble rezadora. La capilla se había convertido en el polo en torno al cual giraba la Tierra. La contemplativa sensibilizaba y animaba en torno a sí todas las cosas, porque creía; y su fe era operante porque su alma, purísima, la situaba muy cerca de Dios. Esta ficción es una parábola excelente. La tensión interior de los espíritus hacia Dios puede parecer negligente a los que buscan calcular la cantidad de energía acumulada en la masa humana. Y, sin embargo, si fuéramos tan capaces de percibir la “luz invisible”, como percibimos las nubes, el relámpago o los rayos del sol, las almas puras nos parecerían en este Mundo tan activas, por su sola pureza, como las cumbres nevadas, cuyas cimas impasibles aspiran para nosotros continuamente las potencias errantes de la atmósfera superior. ¿Deseamos que crezca en torno a nosotros el Medio Divino? Demos acogida y alimentemos celosamente a todas las fuerzas de unión, de deseo, de oración que la gracia nos presenta. Por el hecho solo de que aumente así nuestra transparencia, la luz divina que no cesa de hacer presión sobre nosotros irrumpirá con más ímpetu.

“Un vidente llega a una capilla apartada, en la que reza una religiosa. Entra. Y ve que, en torno a este apartadísimo lugar, el mundo entero se enlaza, se mueve y se organiza, siguiendo el grado de intensidad y de amor de aquella rezadora. La capilla se convierte en el polo en torno al cual gira la Tierra. Su fe era operante, porque su alma, purísima, la situaba cerca de Dios” .

Teilhard de Chardin en «El medio divino» cita un cuento de Benson: «un vidente llega a una capilla apartada en la que reza una religiosa. Entra. Y he aquí que en torno a este apartadísimo lugar ve de pronto que el Universo entero se enlaza, se mueve, se organiza, siguiendo el grado de intensidad y la inflexión de los deseos de la mísera rezadora. La capilla se había convertido en un polo en torno al cual giraba la Tierra. La contemplativa sensibilizaba y animaba en torno a sí todas las cosas, porque creía; y su fe era operante, porque su alma purísima, la situaba muy cerca de Dios… Por eso, cuando llegó el momento en que Dios decidió realizar ante nuestros ojos su Encarnación, tuvo necesidad de suscitar antes en el Mundo una pureza capaz de atraerlo hasta nosotros. Necesitaba una Madre. Y creó a la Virgen María; es decir hizo que apareciera sobre la Tierra una pureza tan grande, que llegara a poder atraerlo en esa transparencia hasta su aparición como Niño pequeño. He aquí la potencia de la pureza para que haga nacer lo Divino entre nosotros». Leer más.

Pierre Teilhard de Chardin muestra que es posible trascender la realidad

Esto quiere decir que un alma pura, un alma santa, mueve en torno a sí al Universo entero, porque su unión con Dios la hace ser escuchada y consigue que muchas cosas se muevan hacia el bien, que, de otro modo, nunca lo harían. Pues bien, si esto puede hacerlo la oración de un alma pura ¿qué no podrá hacer la misa de cada día, en la cual se concentra todo el Universo en torno a Jesús, que celebra la misa y transforma la materia del pan en su propio Cuerpo y Sangre?

Y dice: “La experiencia cristiana nos dice que la pureza se nutre del recogimiento, de la oración, de la conciencia limpia, de la pureza de intención, de los sacramentos… La pureza halla en la fe la realización de su fecundidad”.
Ciertamente, sin fe, sin amor, la pureza material no tendría valor. Lo importante es la pureza de vida, el amor puro, que da al alma un brillo y un resplandor extraordinario y la hace irradiar su luz a su alrededor. Por eso, toda auténtica pureza es fecunda. Dios está enamorado de la pureza, y llama bienaventurados a los puros de corazón (Mt 5,8).

Teilhard de Chardin llega a decir que, cuando llegó el momento de la Encarnación y el Hijo de Dios quería hacerse hombre, Dios “hizo que apareciera en la Tierra una pureza tan grande que llegara a poder admirarla hasta su aparición como niño pequeño… y creó a la Virgen María. He aquí expresada en sus fuerzas y en su realidad el poder de la pureza que llega a hacer nacer lo divino entre nosotros.

Por eso, si tu alma es pura podrás hacer engendrar a muchos hombres para Dios con el testimonio de tu vida. La pureza es la luz de Dios que brilla en tu alma.
 
Para Benson, es necesario aceptar la influencia de lo sobrenatural, lo trascendente, en la vida de las personas. Y alude al caso de los milagros de Lourdes. Abierta esa posibilidad, surge la necesidad de preguntarse si lo espiritual también interacciona con lo material en otras circunstancias o incluso continuamente, a pesar de que no lo percibamos.

Si nos acercamos a su obra “desde arriba” se ve claramente que el centro de su pensamiento es Cristo, Dios y hombre. Y del mismo hecho de la Encarnación de Cristo surge inevitablemente el sistema sacramental de la Iglesia. En este sistema cada signo material tiene un significado espiritual. En el caso del Bautismo, por ejemplo, verter agua sobre la cabeza de un niño pronunciando la fórmula adecuada y con las condiciones establecidas, significa el perdón del pecado original, la inclusión en la Iglesia, etc. Este modelo sacramental no es un hecho aislado, sino que el mundo debe ser interpretado según él. La naturaleza, por tanto, tiene un carácter sacramental, porque de alguna manera se muestra lo sobrenatural en él, aunque a un nivel diferente a los sacramentos.
      
Evidentemente esto no es más que una abstracción, lo que he podido extraer después de años leyendo al autor. Lo más increíble de Benson se encuentra en la letra y alma de sus libros.
 
Teilhard y la luz invisible de Robert Benson
 
Sabemos por sus cartas y por el ensayo que comentamos que Pierre Teilhard de Chardin leyó algunas de las obras de Benson durante su estancia en el frente de batalla entre 1915 y 1919. En este trabajo defendemos que debió ser la lectura de La Luz invisible la que parece ser que le inspiró el texto de “Cristo en la Materia”.

¿Cuál es el contenido de La Luz invisible de Benson? [1]. Se trata de una serie de pequeñas historia en torno a un argumento fundamental. Las líneas generales del argumento son estas: un anciano sacerdote decidió emplear sus vacaciones para hacer un recorrido caminando por una zona del país. Un amigo le recomendó que pasara por una población en concreto y que visitara un convento católico. Allí se dirigió. Se trataba de un convento de clausura. Le atendió la madre superiora. Le explica esta que se dedicaban a rezar por los pecadores, a atender a dos mujeres enfermas. Vivían de sus bordados. Además, le remarcó la superiora que siempre estaba el santísimo expuesto en la capilla y que siempre había una hermana rezando ante él.

El clérigo pidió permiso para ir a la capilla a rezar. Allí observó que había efectivamente una religiosa inmóvil arrodillada ante el altar. Pensó el sacerdote que aquella era una vida algo inútil. Pero su intelecto recibió una ”revelación”.
Incapaz de explicarlo conceptualmente, recurre a las imágenes. Le dio la impresión de que entre la monja y el Santísimo había una corriente de energía. Como una correa moviendo dos engranajes o un cable de electricidad. A su vez los dos emitían energía. Y las almas de la humanidad la recibían.

En aquella capilla había quietud y silencio, pero a la vez una gran actividad, igual que ocurre en muchas oficinas. Su vida como religioso activo era comparable a la actividad de un tendero, mientras que la actividad de las religiosas de clausura era comparable a la actividad del gran directivo de una empresa multinacional de tiendas.

En otra de las historias, cuenta el anciano sacerdote que un amigo, también sacerdote, cuando tenía unos treinta años, se dedicó durante un tiempo a estudiar el misticismo quietista, y a su vez a ponerlo en práctica. Se inclinó más por la vertiente más intuitiva en contraposición a la intelectualista. Poco a poco fue dejando a actuar según las mociones interiores que recibía del Espíritu Santo.

Un día se enteró de un cierto crimen que ocurrió. El joven sacerdote sintió que el señor A., el que cometió el crimen, no se salvaría si se seguía un proceso en contra de él. El único de quien dependía esta posibilidad era un tal señor B. El sacerdote entonces concertó cita con el señor B. para persuadirle. Al llegar a su casa, se encontró con que había un grupo de personas  junto al señor B. y al parecer con la intención de burlarse del cura.

Entonces, el sacerdote sintió como si una fuerza le poseyera. Pronunció unas palabras, no más de doce, que enseguida olvidó. El rostro del señor B. cambió por completo. El cigarro que sostenía con los labios se precipitó al suelo. Uno de los caballeros que estaban en la habitación se puso en pie con cara de horror. El sacerdote, impulsado por la misma fuerza, salió de la sala y se marchó a casa. Allí se encontró agotado, y sin saber qué había dicho. Al día siguiente llegó una carta del señor B. con una disculpa y el compromiso de no iniciar acciones judiciales contra el señor A. ¿Se trataba de una moción de Dios o de una visitación de un espíritu? ¿O acaso se trataba de un caso de telepatía en la que el sacerdote captó los pensamientos del señor B.?

Otra historia: el anciano sacerdote recibe una carta de un viejo amigo suyo de la infancia. Se trataba de una persona de éxito en los negocios bursátiles, pero a la vez una persona que había realizado una gran cantidad de buenas obras.
Cuenta el sacerdote que un día volviendo su amigo del trabajo a casa en omnibus, vio cómo un mendigo cruzaba la calle. Se encontró de repente con un carro de caballos que venía de frente. Lo esquivó, pero al caer el omnibus le aplastó los pies. Unos meses después caminando por Londres vio otro indigente. Sus manos estaban vendadas y contrastaban unas rojas manchas de sangre del blanco de las vendas. Al poco tiempo, estando él sólo en casa de su padre, una criada se puso enferma y empeoraba.

El médico aconsejó que fuese operada. La operación comenzaba con una incisión en el costado. Otro día caminando por el bosque, un joven se arañó la frente con un espino. Todos estos hechos hicieron mella en el alma del broker. Los pies heridos, las manos heridas, el costado traspasado y la frente sangrante, parecían pistas de una sola realidad, la persona de Cristo sufriente, con sus heridas. A partir de ese momento, comenzó a buscar la manera de hacer el bien a sus semejantes sufrientes.
 
El camino interior de Teilhard de Chardin

Los ensayos que Teilhard escribe en el frente de batalla, entre 1916 y 1919, nacen de una doble experiencia interior: por un lado, la vivencia terrible de la muerte, la violencia irracional y la degradación humana trabajando como camillero en el frente de batalla; por otra parte, los densos y largos períodos de honda presencia de Dios que lo muestran como místico.

Teilhard, en el frente de batalla, fue testigo de excepción del primer gran conflicto armado del siglo XX, la Primera Guerra Mundial. Esta  movilizó a más de 70 millones de soldados de los cinco continentes y dejó cerca de diez millones de muertos y 20 millones de soldados heridos. La guerra también dejó millones de muertos civiles y provocó la caída de los imperios ruso, austro-húngaro, alemán y otomano.
           
La Primera Guerra Mundial, también conocida como “Guerra Europea” o la  “Gran Guerra”, fue un conflicto armado desarrollado principalmente en Europa, que dio comienzo el 28 de julio de 1914 y finalizó el 11 de noviembre de 1918, 
cuando Alemania pidió el armisticio y más tarde el 28 de juno de 1919, los países en guerra firmaron el Tratado de Versalles.
           
Entre 1914 y 1919, Pierre Teilhard de Chardin permanece movilizado en el frente como camillero recibiendo la Medalla al Mérito Militar y Legión de honor. Precisamente, entre estos años, 1916 y 1919, Teilhard redacta sus 18 primeros ensayos de síntesis luminosa entre los que destacan “La Vida cósmica” (1916), “Cristo en la Materia. Tres historias al estilo de Benson” (1916), “El Medio místico” (1917), “La Unión creadora” (1917), “Mi Universo” (1918), “El Sacerdote” (1918) y “La potencia espiritual de la materia” (1919) [4]. En ellos ya se transluce lo que será el núcleo de su pensamiento.

Estos son los ensayos de Teilhard escritos y publicados en estos años. Todos ellos se publicaron en el volumen XII de las Oeuvres de Teilhard de Chardin. Y la versión castellana en: Pierre Teilhard de Chardin. Escritos del tiempo de guerra. Taurus, Madrid, 1968, 470 páginas. La precipitación en la traducción de estos ensayos dio lugar a errores de traducción y a erratas de imprenta que hemos intentado corregir realizando nuevas traducciones a partir de la edición francesa. 1916 a La Vie Cosmique (24 avril) [12,19-81]; b Note à La Vie Cosmique (17 mai) [12, 81-82];c La Maîtrise du monde et le regne de Dieu (20 septembre); [12, 87-105]; d Le Christ dans la Matière. Trois histoires comme Benson; (14 octobre) [12, 113-127]; 1917 a La Lutte contre la multitude. Interprétation possible de la Figure du Monde (26 février-22 mars) [12, 131-152]; b Le Milieu mystique (13 août) [12, 157-192]; c La Nostalgie du Front (septembre) [12, 229-241]; d L’Union créatrice (10 novembre) [12, 198-224]; 1918 a L’Ame du monde (Épiphanie) [12, 247-259]; b La Grande Monade. (Manuscrit trouvé dans une tranchée); (15 janvier) [12, 265-278]; c L’Eternel féminin (19-25 mars) [12, 281-291]: d Mon Univers (14 avril) [12, 295-307]; e Le Prêtre (8 juillet) [12, 313-333]; f La Foi qui opère (28 septembre) [12, 337-361]; g Forma Christi (13 décembre) [12, 365-386]; h Note sur l’«Élément universel» du Monde (22 décembre); [12, 389-393].

Pierre Teilhard de Chardin muestra que es posible trascender la realidad

La inspiración de estos textos podría encontrarse, entre otras cosas, en las lecturas que Teilhard es capaz de hacer en el campo de batalla. Posiblemente, las obras de Edouard Schuré y las de los grandes convertidos del siglo XX, John Henry Newman y Benson, llegaron a manos del jesuita camillero enviadas por su prima Margarita Chambon (ver Cuénot, las cartas de Margarita..)
 
El camino interior del joven Teilhard ha sido descrito por muchos autores. Tal vez sea Pérez de Laborda [2] quien más ha afinado para descubrir el fino devenir del pensamiento filosófico-místico de Teilhard en estos años, cuando cuenta unos 35 años de edad. Describe esta etapa como la del “pensamiento visionario de Teilhard”. Efectivamente, algo ocurre en el interior del corazón de Pierre. Tal vez presentía la posibilidad de su muerte (tal vez por ello, al final de “La Vida cósmica” escribe: este es mi testamento espiritual). El caso es que se desborda algo que llevaba dentro e inunda sus cuadernos de consideraciones que él mismo describe como “ardorosas”.

Pero ¿qué ocurre en estos años? Estos son algunos de los datos más relevantes de la hoja de servicio de Pierre Teilhard de Chardin, tal como minuciosamente lo describe uno de sus primeros biógrafos, el profesor Claude Cuénot [3]. Muchos datos de gran interés sobre sus actividades en el frente y sus reflexiones espirituales están reflejados en sus cartas, agrupadas en el volumen XVI de sus obras, bajo el título Génesis de un pensamiento [4].

En el mes de agosto de 1914,  Teilhard no está aún movilizado. Una junta de clasificación le había declarado inútil parcial para el servicio militar en 1902 y en 1903; una nueva revisión, lo declaró apto para servicios auxiliares en 1904. Eran sus años de estudiante jesuita y debía ser la estrategia para que no tuvieran que hacer el servicio militar. Teilhard, pues, puede continuar con su formación religiosa y los estudios científicos. Incluso, tras la batalla del Marne, a la que hemos aludido más arriba, puede eludir ser movilizado y incluso comienza en Cantorbery la etapa que la Compañía de Jesús denomina la “Tercera Probación” [5].

Teilhard no terminará este año de Tercera Probación. Las urgencias de la guerra hacen que un nuevo reconocimiento médico y militar (en diciembre de 1914) le declare “útil para todo servicio”. Movilizado casi inmediatamente e incorporado a la 13ª sección de Sanidad, Teilhard pasa un tiempo en Vichy y después en Clermont-Ferrand.
           
Pero esto no va con su carácter. No le gusta el trabajo de oficina. A sus 33 años Teilhard desea ir al frente de batalla. Verá satisfecho su deseo. El 20 de enero de 1915, ya es camillero de segunda clase en el 8º regimiento de choque de tiradores marroquíes. Este regimiento se convierte desde el 22 de junio de 1915, en el 4º regimiento de zuavos y tiradores.
           
Los primeros meses de 1915 los pasa Teilhard en los confines de Oise y del Somme, aproximadamente en el ángulo que formaba la línea del frente que, procedente del este, se remontaba hacia el norte de Francia. En abril y mayo y en agosto de 1915, el 4º mixto está en el sector de Ypes. Luego, en septiembre del mismo año participa en la gran ofensiva de Champaña, especialmente brutal y mortífera, a la que hemos aludido. En junio, en agosto, en octubre, y en diciembre de 1916 nuevos actos heroicos en el frente, le cubre de gloria en Verdún.
           
En 1917 volvemos a encontrarlo en Champaña, en la región del Chemin-des-Dames, cerca del Ainse, y después, en las pendientes septentrionales al oeste de Soissons, participa de lleno en la segunda batalla del Marne y más tarde, participa en la contraofensiva.
           
En octubre de 1918 goza de una especie de vacaciones muy cerca de la Alta Alsacia y de la frontera suiza. A la noticia del armisticio, el regimiento se mueve hacia Alsacia y una delegación del 4º mixto de zuavos y tiradores asiste, el 25 de noviembre de 1918, a la memorable entrada en Estrasburgo. El 30 de enero de 1919, el regimiento penetra en Alemania, en Baden, por el puente de Kehl. Para Teilhard, la guerra ha terminado.
           
Una guerra parece que, en principio, es incompatible con la vida intelectual. Pero durante los períodos de reposo, Teilhard –según sus biógrafos y sus cartas – llenó, con su letra a la vez menuda, rápida, enérgica y distinguida, cuadernos enteros en los que confiere a su pensamiento una formulación ya compleja y rica.
           
Es curioso que Teilhard mantuvo en estos años una densa correspondencia con los hermanos Bégouën, apasionados por la arqueología. Y llega a esbozar una hipótesis sobre la historia geológica del lugar cercano al campo de batalla. Observa, examina, anota datos y reconstruye la historia de la Tierra a partir de los cortes geológicos y los depósitos de la Era Terciaria que aparecen en las trincheras de los alrededores de Reims. De igual modo, va recogiendo muestras de fósiles, sin sospechar que, enfrente, los alemanes recogen también, en sus obras subterráneas, muestras  geológicas que enviaban a Munich, donde las estudiara el geólogo Max Schlosser.
           
Como escribe Cuènot (opus cit., pág. 68) Teilhard hizo suyo lo que decía Baudelaire, “me has dado tu cieno y yo lo he convertido en oro”. Hizo oro del cieno de las trincheras, porque poseía el don sobrenatural de extraer de las cosas y de los seres la savia mediante la cual crecía para Dios.
           
Pero eso no es todo. Su biógrafo Claude Cuènot (opus cit, pág. 68) cree que fue la lectura de L´évolution créatrice de Henri Bergson [6] influyó de modo radical sobre la cosmovisión de Teilhard. “La lectura de La Evolución creadora de Bergson fue más bien la ocasión de una toma de conciencia personal, encuentro de una evidencia interior y de la simple necesidad de comprender los datos de la ciencia, que solo el evolucionismo hace inteligibles (…) A partir de entonces, la unidad del mundo es a sus ojos de naturaleza dinámica o evolutiva, el universo no es ya un cosmos inmóvil, sino una cosmogénesis, y todo se desarrolla en un “espacio-tiempo” biológico. No sabríamos establecer un paralelo entre los conceptos bergsonianos y teilhardianos de evolución” [7].
           
Como reconoce el mismo Teilhard en “El Corazón de la Materia” [8], en sus años de Teología en Hasting (1909-1912) la lectura de Bergson le impulsó a “la conciencia de una Deriva profunda, ontológica, total, del Universo”. En Teilhard se produce el “despertar cósmico” y, como escribe el “La Vida cósmica”, experimenta “el valor beatificante de la Santa Evolución”. Todo en él “expresa felizmente el sentimiento de la omnipresencia de Dios, el abandono total del místico a la voluntad divina, y ese esfuerzo por comulgar con lo Invisible por intermedio del mundo visible, reconciliando así el Reino de Dios con el amor cósmico” [9].
 
La Vida cósmica, materia y trascendencia

No es fácil entender el ensayo “Cristo en la Materia: tres historias al estilo de Benson (octubre de 1916) sin tener en cuenta el ensayo de unos meses antes: “La Vida cósmica”, al que hemos aludido hace unos meses en Tendencias21 de las Religiones.

En la segunda parte de este ensayo, Teilhard lanza al lector, en un lenguaje ardoroso y barroco, más cercano de la poesía mística que de la filosofía, unas sugerencias sobre el significado del Cuerpo de Cristo, el Cuerpo místico y el Cristo cósmico no fáciles de resumir.

Ofrecemos algunos textos que nos han parecido más sugerentes y representativos para una mejor comprensión del ensayo “Cristo en la Materia. Tres historias a la manera de Benson” del que hablaremos más adelante.

Para Teilhard, es patente que “para los espíritus tímidos en sus concepciones o imbuidos de prejuicios individualistas, que pretenden siempre interpretar las relaciones entre seres como relaciones morales o lógicas, el Cuerpo de Cristo se puede interpretar de manera grata haciendo una analogía con las agregaciones humanas”. Por eso, “la tarea única del Mundo consiste en la incorporación física de los fieles a Cristo en Dios. Ahora bien, esta obra capital se prosigue con el rigor y la armonía de una evolución natural”.

Por eso puede exclamar: “¡Oh, sí, Jesús, yo lo creo y quiero proclamarlo sobre los tejados y las plazas públicas, no sólo eres el Dueño exterior de las cosas y el esplendor incomunicable del Universo: más que todo esto, eres la influencia dominante que nos penetra, nos posee, nos atrae, por la médula de nuestros deseos más imperiosos y más profundos; eres el Ser cósmico que nos envuelve y nos consume en la perfección de su Unidad. Así y por eso, yo te amo por encima de todo!”

Y más adelante: “¡Oh, Jesús! Y he aquí, más todavía, que por una condescendencia suprema con mis deseos de actividad y de transformación, me presentas inacabado este Mundo superior y definitivo que concentras y abrigas en Ti; de suerte, que mi vida pueda alimentarse con la satisfacción inmensa de darte un poco a Ti. ¿Aquí está, por tanto, el inmenso interés, absoluto y palpable que yo sueño con señalar como fin y como ideal a todos mis esfuerzos humanos: promover y alcanzar el reino de Dios! Tu Cuerpo, oh Jesús, no es solamente el Centro de todos los descansos definitivos; es también el vínculo de todos los esfuerzos únicos. En Ti, junto a Él, el que es, puedo amar apasionadamente a Él, el que viene. ¿Qué más necesito para que la paz definitiva se extienda sobre mi alma satisfecha, de una manera inesperada, en sus más inverosímiles aspiraciones de vida cósmica?”

Esto le permite acceder a su nuevo concepto: “el Cristo cósmico”. Por eso, “por su Encarnación, no sólo se ha insertado en la Humanidad, sino en el Universo que contiene la Humanidad, no sólo a título de elemento asociado, sino con la dignidad y la función de principio director, de Centro hacia el que convergen todo amor y toda afinidad. Por misterioso y vasto que sea ya de por sí el Cuerpo místico, no agota, sin embargo, la inmensa y bienhechora integridad del Verbo hecho carne. Cristo posee un Cuerpo cósmico extendido por el Universo entero: tal es la palabra definitiva que es preciso entender. “Qui potest capere, capiat”.

Y concluye: “…Y desde que Cristo nació, y que cesó de crecer, y que murió, todo ha continuado moviéndose, porque Cristo no ha acabado todavía de formarse. No ha terminado de recoger sobre sí los últimos pliegues del Vestido de carne y de amor que le forman sus fieles. El Cristo místico no ha alcanzado su pleno crecimiento, ni tampoco, por tanto, el Cristo cósmico. Uno y otro, a la vez, son y llegan a ser: y en la prolongación de este engendramiento se encuentra situado el resorte último de toda actividad creada. Por la Encarnación, que ha salvado a los hombres, ha sido transformado y santificado el Devenir mismo del Universo; Cristo es el término de la Evolución, incluso natural, de los seres; la evolución es santa. He aquí la verdad liberadora, el remedio divinamente preparado para las inteligencias fieles, pero apasionadas, que sufren por no poder conciliar entre sí dos impulsos casi igualmente imperiosos y vitales: la fe en el Mundo y la fe en Dios”.

Esta concepción místico-científica, conduce a una afirmación que puede resultar escandalosa: la Evolución es santa. Estas palabras tienen un indudable eco de la espiritualidad ignaciana: “Dios trabaja en la Vida. La ayuda, la levanta, le da el impulso que la acosa, el apetito que la atrae, el crecimiento que la transforma. Le siento, y Le toco, y Le «veo», en la profunda corriente biológica que circula en mi alma y se la lleva consigo.

Dios transparece y se personifica en la Humanidad. Le encuentro en mi hermano; Le oigo hablar en las órdenes superiores, y luego, de nuevo, como en una segunda zona material, Le encuentro y Lo experimento en el contacto dominador y penetrante de Su mano, Le encuentro y Lo experimento en el nivel superior de las energías colectivas y sociales”.

Y prosigue: “Ahora, vuelvo a encontrar la posibilidad de dejarme llevar de mi primer impulso, sin riesgo de disminuirme, ni de abrazar a un fantasma. Cada efluvio que me atraviesa, me envuelve o me cautiva, emana, en definitiva, del corazón de Dios; transporta, a la manera de una energía sutil y esencial, las pulsaciones de la Voluntad de Dios. Cada encuentro que me acaricia, me aguijonea, me contraría, me ofende o me hiere, es un contacto de la mano multiforme, pero siempre adorable, de Dios. Cada elemento que me constituye, desborda de Dios. ¡Al abandonarme a los abrazos del Universo visible y palpable, puedo comulgar con el Invisible purificante, e incorporarme al Espíritu inmaculado!”.

Concluye: “Cuanto más desciendo dentro de mí, más encuentro a Dios en el corazón de mi ser; cuanto más multiplico las conexiones que me vinculan a las Cosas, tanto más estrechamente me aprieta Él – Es el Dios que prosigue en mí la Obra, tan amplia como la totalidad de los siglos, de la Encarnación de su Hijo”.
El texto concluye con una oración vibrante, de la que recogemos un fragmento: “Te amo, Jesús, por la Multitud que en Ti late, y que se escucha, con todos los otros seres, susurrar, orar, llorar, cuando nos apretamos estrechamente a Ti.
Te amo por la trascendencia y la inexorable fijeza de tus designios, en virtud de la cual, tu dulce amistad se matiza de inflexible determinismo y nos envuelve sin remedio en los pliegues de su voluntad. Te amo como la Fuente, el Medio activo y vivificante, el Término y Desenlace del Mundo y de su Devenir. Centro en el que todo se reúne y que se distiende sobre todas las cosas para compendiarlas en sí, te amo por las prolongaciones de Tu Cuerpo y de Tu Alma en toda la Creación, por la Gracia, la Vida, la Materia. Jesús, dulce como un Corazón, ardiente como una Fuerza, íntimo como una Vida, Jesús en quien puedo fundirme, con quien he de dominar y de liberarme, Te amo como un Mundo, como el Mundo que me ha seducido, y eres Tú, lo veo ahora, a quien los hombres, mis hermanos, incluso aquellos que no creen, sienten y buscan a través de la magia del inmenso Cosmos”.
 
Tres historias a la manera de Benson
 
“Mi amigo [el mismo Teilhard] ha muerto, aquel que bebía en toda vida como en una fuente santa. Su corazón le abrasaba por dentro”. «¿Quieres saber, me decía, cómo el Universo potente y múltiple ha adquirido para mí la figura de Cristo?” “Eso no obstante, puedo contarte algunas de las experiencias que allá arriba han introducido la luz en mi alma, como si se levantara, por etapas, un telón ..»
 
EL CUADRO

La primera de las historias se refiere a la narración de la experiencia autobiográfica de Teilhard al ponerse delante de un cuadro de Cristo en una Iglesia. Es una transferencia mística de la Transfiguración del Señor: «… En aquel momento, comenzó, tenía, mi pen­samiento comprometido en un problema medio filo­sófico, medio estético. Suponiendo, pensaba yo, que Cristo se dignase aparecer aquí, delante de mí, cor­poralmente, ¿cuál sería su aspecto? ¿Cuál sería su compostura? ¿Cuál sería, sobre todo, su manera de introducirse sensiblemente en la Materia, su manera de situarse entre los objetos de alrededor?…”

Al contemplar el cuadro que representaba a Cristo, “lo que sí es cierto es que, dejando mi mirada vagar por los contornos de la imagen, me di cuen­ta de repente de que ellos se mezclaban. Se mezcla­ban, pero de una manera especial difícil de explicar. Cuando trataba de ver el trazado de la Persona de Cristo, se me aparecía claramente delimitado. Y des­pués, en cuanto cedía el esfuerzo visual, toda la zona de Cristo, los pliegues de sus vestidos, la irradiación de su cabellera, la flor de su carne, pasaban, por así decirlo (aun cuando sin desvanecerse), a todo el resto.

Hubiérase dicho que la superficie de separación entre Cristo y el Mundo ambiente se convertía en una capa vibrante en la que se confundían todos los límites”.

Esta experiencia le hace percibir que “¡El Universo entero vibraba!, y, sin embargo, cuando intentaba mirar los objetos uno a uno, los encontraba cada vez claramente dibujados en su in­dividualidad preservada”.

…. “Este centelleo de hermosuras era tan total, tan envolvente, tan rápido también, que mi ser, afec­tado y penetrado en todas sus potencias a la vez, vibraba hasta su misma médula, en una nota de di­latación y de felicidad rigurosamente única”.

…”Instantáneamente, mis ojos se velaron de lágri­mas. Mas cuando pude volver a mirar de nuevo, el cuadro de Cristo, en la iglesia, había recobrado sus contornos demasiado precisos y sus rasgos con­cretos”.
 
LA CUSTODIA
 
…»Otra vez ‑era también en una iglesia‑ acababa de arrodillarme delante del Santísimo Sacramento, expuesto en el altar, en un ostensorio, cuando expe­rimenté una impresión muy curiosa”.

….“Al fijar la mirada en la hostia tuve la impresión de que su superficie iba extendiéndose, como una mancha de aceite, pero mucho más rápida y más luminosamente, por supuesto”… “Pero poco a poco, a medida que la esfera blanca se agrandaba en el espacio hasta estar ya cerca de mí, escuché un murmullo, un zumbido imprecisable, como cuando la subida de la marca extiende su lá­mina de plata por el mundo de las algas, que se di­lata y se estremece ante su cercanía, o como crepita el brezo cuando el fuego se extiende por el páramo…”

…”Era como si una claridad lechosa iluminase el Universo por dentro. Todo parecía formado de una misma especie de carne translúcida” ….”En virtud de la expansión misteriosa de la hos­tia, el Mundo se ha hecho, pues, incandescente; se­mejante en su totalidad, a una sola gran Hostia. Y se diría que bajo la influencia de la luz interior que le penetraba, sus fibras se tensaron hasta rom­perse, pues sus energías estaban en una tensión ex­trema. Y ya creía yo que el Cosmos había consegui­do su plenitud en medio de este despliegue de sus actividades, cuando advertí que se estaba desarro­llando en él una labor mucho más fundamental.

“Yo podía darme cuenta de ello tanto más que su virtud operaba en mí tanto como en el resto: ¡la luz blanca era activa. ¡La blancura consumía todas las cosas por dentro! Ella no se había insinuado, a través de la Materia, hasta la intimidad de los corazones; no los había dilatado hasta romperlos más que para reabsorber en sí la sustancia de sus afectos y de sus pasiones..Y ahora que los había mordido, ella volvía a traer irresistiblemente hacia su centro sus capas cargadas de la más pura miel de todos los amores”.
 
EL PORTAVIÁTICOS
 
“Mientras hablaba mi amigo, mi corazón estaba ar­diendo todo él y mi mente se abría a una visión su­perior de las cosas”. Viendo que esperaba ansiosamente, mi amigo con­tinuó: «… La última historia que quiero referirte es la de una experiencia por la que he pasado reciente­mente” …. “En aquella época, mi regimiento se encontraba en primera línea en la explanada de Avocourt. Todavía no había terminado el período de los ataques alema­nes contra Verdún y la lucha continuaba siendo du­ra por el sector del Meuse. Por eso, como lo suelen hacer muchos sacerdotes en los días de batalla, llevaba conmigo las Sagradas Especies en una pequeña custodia en forma de reloj”.

…“Esta vez se posesionó de mí un sentimiento nuevo, el cual dominó muy pronto toda otra preocupación de recogimiento y de adoración. Experimenté repen­tinamente cuánto hay de extraordinario y de, enga­ñoso en tener tan cerca de sí la Riqueza del Mundo y la Fuente de Vida, sin poder poseerlas interiormen­te, sin llegar a penetrarlas ni a asimilarlas. ¿Cómo podía ser que Cristo estuviese a la vez tan cerca de mi corazón y tan distante? ¿Tan unido a mi cuerpo y tan distante de mi alma? ….”Finalmente, no pudiendo resistir más, y siendo ya la hora en que, durante el descanso, solía celebrar, abrí la Custodia y me di la Comunión…. Mas he aquí que, en lo más profundo de mí, el pan que acababa de consumir, aun cuando se había convertido en carne de mi carne, seguía aún fuera de mí…”
 
“La Hostia estaba siempre delante de mí, más lejos en la concentración y la eclosión de los deseos, más lejos en la permeabilidad del ser a las divinas influencias, más lejos en la limpidez de los afectos Mediante el repliegue y la continua depuración de mi ser, Yo avanzaba indefinidamente en Ella, lo mismo que una piedra que cae en el abismo, sin llegar nunca a tocar el fondo. Por delgada que fuese la Hostia, Yo me perdía en Ella, sin lograr asirla ni coincidir con Ella. ¡Su centro huía, atrayéndome!
 
…”Así, pues, la Hostia se sustraía en su superficie en el fondo de mi corazón, mediante una maravillo­sa sustitución, y me dejaba enfrentado a todo el Uni­verso, reconstituido a base de Ella misma, surgido de sus Apariencias”.. ..”Al llegar aquí, mi amigo dudó un instante. Des­pués prosiguió: «No sé por qué. Tengo la impresión desde hace algún tiempo, cuando sostengo una Hostia, que ya no existe entre Ella y yo más que una película apenas formada…»
«Yo había tenido siempre ‑prosiguió‑ un alma naturalmente ‘panteísta!. 

Experimentaba sus in­vencibles aspiraciones nativas; pero sin atreverme a utilizarlas libremente, porque no sabía cómo conciliarlas con mi fe”.
…”Vivo en el seno de un Elemento único, Centro y Detalle de todo, Amor personal y Potencia cósmica”.

“Para llegar hasta Él y fundirme en Él tengo al Uni­verso entero delante de mí con sus nobles luchas, con sus apasionantes búsquedas, con sus miríadas de almas que perfeccionar y curar. Puedo y debo arro­jarme hasta perder el aliento en quehacer hu­mano. Cuanto más participe en ese quehacer, más pe­saré en toda la superficie de lo Real y más también llegaré hasta Cristo y me estrecharé contra ÉL”.

“… Y si no he de volver de allí, quisiera que mi cuerpo quedase amasado en la arcilla de los fuertes, como un cemento vivo arrojado por Dios entre las piedras de la Ciudad Nueva.»

Así me habló, en un atardecer de octubre, mi ami­go muy amado, aquel cuya alma comunicaba instin­tivamente con la Vida única de las cosas y cuyo cuerpo descansa ahora, tal como deseaba, en algún lugar en los alrededores de Douaumont, en tierra salvaje.
 
Escrito antes de la operación de Douaumont (Nant‑le‑Grand, 14 de octubre de 1916).
 
 Incluso después de esto, el fuerte soportó varios meses más. Fue recapturado para Francia el 24 de octubre de 1916, por parte del Regimiento de Infantería Colonial de Marruecos, una vez que los alemanes lo abandonaron en la retirada. Irónicamente, los franceses le habían administrado el tratamiento artillero que una vez habían temido recibir por parte alemana: piezas de 370 y 400 mm montadas en cureñas ferroviarias lo habían bombardeada a larga distancia durante días [10]. Un alto mando francés calculó que se perdieron unas 100.000 vidas en los muchos intentos de captura del fuerte, en una de las épocas más sangrientas de la Gran Guerra.

Pierre Teilhard de Chardin muestra que es posible trascender la realidad

La Luz Invisible de Benson

A comienzos del siglo XX, en un mundo dominado por el escepticismo y la religión del progreso, hubo en Inglaterra un renacimiento literario de inspiración católica. Ese renacimiento abarcó a un puñado de notables intelectuales, entre ellos Hillaire Belloc, Gilbert K. Chesterton, Evelyn Waugh o Ronald Knox, cuyos escritos fueron -y aún lo son- un poderoso imán para descubrir la belleza y el sentido de la fe y de la Verdad. A ese grupo de intelectuales perteneció Robert Hugh Benson.

Ellos formaron una red de mentes iluminadas por la gracia, y unos contribuyeron a la conversión de los otros, según el ensayista británico Joseph Pearce, biógrafo de muchos de ellos. En su libro Escritores conversos (Harper Collins, 1999), Pearce se ocupó de ese resurgimiento cultural iniciado por la conversión de John Henry Newman.

En una entrevista, Pearce, quien se desempeña como escritor residente y profesor de literatura en el Thomas Moore College of Liberal Arts en Merrimarck, New Hampshire, Estados Unidos, afirmó que «la conversión de Benson probablemente haya sido la más controvertida de todas, con excepción de la del propio Newman».

Benson era hijo del primado protestante de Inglaterra y líder de la comunión anglicana en todo el mundo, Edgard White Benson. El mismo era también un clérigo anglicano. «Su conversión, ocurrida en 1903, fue por eso vista como un ominoso auge del catolicismo y caída del anglicanismo», asegura Pearce.
Nacido el 18 de noviembre de 1871, -diez años antes que Teilhard -, Benson pertenecía a una familia de literatos. Su padre y sus dos hermanos eran prolíficos autores y él mismo desarrolló una carrera literaria que lo llevó a escribir en apenas 11 años 19 novelas y al menos seis libros teológicos, antes de que una neumonía truncara su vida el 19 de octubre de 1914, a los 43 años.

Benson había recibido las órdenes sacerdotales en la Iglesia anglicana a la edad de 23 años. Pero apenas tres años después empezó a experimentar dudas acerca de la doctrina y la naturaleza de la Iglesia anglicana. Esas dudas, al fin, lo conducirían a interesarse cada vez más por el catolicismo hasta su conversión.
Durante el período de sus cavilaciones escribió su primera novela, The Light Invisible (La luz invisible), la única de su época como anglicano, que significativamente gira en torno a un sacerdote católico.

En los dos años que siguieron a su conversión, según refiere Pearce en su libro, Benson publicó dos nuevas novelas históricas: ¿Con qué autoridad? en 1904 -año en que se ordenó sacerdote católico- y El logro del rey en 1905. En una de sus novelas, El Señor del mundo, describe una situación caótica en el futuro al no aceptar el pluralismo. El mismo papa Francisco recomendó su lectura en dos ocasiones.

En su homilía del pasado 18 de noviembre de 2013, el Papa Francisco añadió un nuevo volumen a su biblioteca. Aun habiendo confiado en varias ocasiones sus propios gustos literarios, El Señor del mundo nunca había entrado en su lista de preferencias personales conocidas. Un libro que, advierte el Papa, “casi como si fuera una profecía, imagina qué sucederá. Este hombre se llamaba Benson, se convirtió al catolicismo e hizo mucho bien. Vio precisamente este espíritu de la mundanidad que nos lleva a la apostasía”.

Francisco vuelve a hacer referencia a “El Señor del Mundo” Hace poco (enero 2015) el Papa Francisco volvió a hacer referencia a Señor del mundo. Incluso invitó a los periodistas presentes a leer la novela. Lo hizo en el avión volviendo de Las Filipinas (haz click aquí para ver la noticia). Y se refería a la “colonización ideológica”, o la pretensión de que todos lleguemos a un tipo de pensamiento ideológico único.

Benson plantea en su libro una sociedad ciertamente con un pensamiento único en el que los que disienten son perseguidos. Al principio lo hacen de forma aséptica y disimulada. Cuando esta ideología llega a la hegemonía mundial, la perseguidores ya no necesitan esconder sus intenciones y se producen condenas a cadena perpetua, linchamientos, ejecuciones y bombardeos. Ver: The Lord of the World, Robert Hugh Benson y el mundo actual, Reseña de Lord of the World, El papa Francisco habla de Lord of the World.

En enero de 2015, regresando en avión desde Manila, volvió a recomendar la lectura de El Señor del Mundo. Recientemente, en la Universidad Abad Oliva se ha defendido una tesis doctoral sobre este tema.

Pierre Teilhard de Chardin muestra que es posible trascender la realidad

Sin embargo, aparte de  La Luz Invisible, tenemos más de una docena de trabajos de pura ficción para tratar, y en estos encontramos constantemente determinados elementos que son recurrentes, y  podemos comprobar con seguridad que éstos son proyecciones del propio escritor. Una de las cosas que impresionan por sí mismas al lector  es el llamado elemento místico. Por esto entiende el escritor, la realización  de cosas invisibles, y la convicción de que son éstas las cosas que realmente importan, y que la unión con Dios a través de la oración es el verdadero trabajo de la vida terrenal.

Él había encontrado en la enseñanza de la Iglesia Católica la solución a sus dificultades, y en la enseñanza de sus grandes místicos la explicación de los misterios de la oración – este maravilloso poder que puede destrabar, por así decirlo, las mismas puertas del Cielo, e influenciar  los destinos terrenales de una manera insospechada por la mayoría de los hombres. Como tan bien lo expresa Tennyson:
 
“Muchas cosas son forjadas por la oración,
Más que las que el mundo imagina.
Y por eso vuestra voz se levanta,
Como una fuente para mí día y noche.
Porque los hombres son mejores que las ovejas y que las cabras,
Que alimentan una vida ciega sin cerebro,
Si, conociendo a Dios, ellos no levantan las manos para orar.
¿Quién puede tanto para ellos como para sí mismos llamarle amigo?
Porque toda la redondez de la tierra, en todos los sentidos
Está limitada por las doradas cadenas alrededor de los pies de Dios.”   (Morte d’Arthur) [11].
        
La contemplación mística, experiencia universal
 
Tal como lo hemos establecido desde el comienzo de este impreso, hay algunos que sostienen que este estado del alma está al alcance de todos. La gracia de la contemplación, de acuerdo a esta mirada, no es algo reservado a ciertas almas privilegiadas, y denegada a otras, no importa cuánto puedan esforzarse tras esto; pues ningún alma puede alcanzar este estado sin la gracia de Dios. Pues esta gracia no está negada a aquellos que son lo suficientemente generosas en el camino de la auto renuncia.

El hecho que los contemplativos en el mundo son escasos es porque son comparativamente pocos los suficientemente generosos en sus esfuerzos tras la perfección. Mas, cuando el alma ha alcanzado este estado de oración y consigue la contemplación, entonces ha logrado un estado de desprendimiento de las cosas de la tierra, y una unión con Dios que le otorga un poder maravilloso, esto es, un recurso de incansable actividad.

Estas actividades pueden manifestarse a sí mismas en una vida de oración, si el alma tiene la vocación; o bien, pueden manifestarse a sí mismas en un trabajo exterior activo y con una incansable energía para llevar a cabo las obras de Dios en cualquiera que sea el estado de la vida contemplativa. Imaginar que un místico es una persona soñadora que no tiene una relación con este mundo, pero que está siempre encerrado en éxtasis, es dar una mala impresión del verdadero misticismo y otorgarle una reputación que no merece. Lo cierto es que el verdadero místico es un trabajador muy activo y la fuente de su actividad está fundada en la oración. Sería muy fácil dar adelantados ejemplos de la maravillosa capacidad de trabajo que poseen estos hombres y mujeres que han alcanzado el más elevado grado de oración.
         
Este parece haber sido el caso de Hugh Benson. Casi no existe un libro suyo donde no toque el tema de la oración, y en algunos encontramos intentos de describir con palabras  la experiencia real de contemplación – de hecho, casi podríamos decir que la oración y su influencia es el motivo subyacente de sus libros.

Podemos rastrearlo desde que escribió su primer gran libro hasta el último. “La luz Invisible” fue escrita antes de convertirse en Católico, pero una de las historias contiene “En la capilla del convento”, donde aborda esta materia y enfatiza la actividad de la vida de oración,  mientras que en su último gran libro, “Soledad”, que no fue publicado sino hasta después de su muerte, la heroína, después de decepciones mundanas, encontró en la oración frente al Tabernáculo que “las lejos de ser una mera vacuidad, todo lo demás a su lado parece estar vacío”.
        
Uno de sus libros “Richard Raynal”, está dedicado enteramente a la historia de un ermitaño. A través del libro – que es deliberadamente arcaico en su estilo, aunque no es característico del autor – uno no puede dejar de pensar que el hombre que lo escribió tiene que haber tenido alguna experiencia con la oración contemplativa, o que de todas formas tuvo que haber estado extraordinariamente interesado en esta materia. Esta impresión se profundiza más cuando uno lee los otros libros del autor. Aun cuando el autor está profesamente escribiendo novelas, hay muchos pasajes en relación a la oración, y, en  más de uno, hay un intento de describir experiencias de contemplación.
 
Tomemos, por ejemplo, el siguiente párrafo de El Señor del Mundo:
 
“Él comenzó, como tenía por costumbre en sus oraciones mentales, por un acto de abstracción del mundo de los sentidos. Bajo la imagen de quien se sepulta bajo la superficie, se obligó a descender a lo más íntimo, hasta que el murmullo del órgano, el ruido de los pasos, la rigidez del respaldo en que tenía apoyadas las muñecas parecieron quedar aparte,  lejos, y quedó reducido a la condición de persona, de individuo provisto de un corazón palpitante, simple intelecto que le sugería una imagen tras otra, emociones demasiado lánguidas para agitarse. Hizo entonces un segundo descenso, renunció a cuanto poseía, a cuanto era, y tomó plena conciencia de que incluso el cuerpo quedaba atrás, de que su corazón y su mente, sobrecogidos en la Presencia en que se hallaban, se aferraban en lo más íntimo y con total obediencia a la voluntad que de ambos se había enseñoreado, al tiempo que los protegía. Respiró hondo una vez más al sentir la Presencia que surgía a su alrededor. Repitió mecánicamente unas cuantas palabras y se dejó hundir en la paz que sigue a la renuncia de todo pensamiento.
 
Así permaneció un rato. A los lejos, y en lo más alto resonaba el éxtasis de la música, el clarín de las trompetas, las límpidas notas de las flautas, si bien eran tan insignificantes como los meros ruidos de la calle para quien va quedándose dormido. Había traspasado el velo de las cosas y se encontraba más allá de las barreras que imponen el sentido y la reflexión, en ese lugar secreto cuyo camino de acceso había aprendido con esfuerzo constante. Se hallaba en esa extraña región en la que las realidades son evidentes, en donde las percepciones van de acá para allá con la velocidad de la luz, en donde las oscilaciones de la voluntad captan ora un acto, ora otro, y lo moldean y lo aceleran; el lugar en el que todas las cosas tienen punto de encuentro, en donde se conoce la verdad, se moldea y se paladea, en donde el Dios Inmanente es uno y el mismo que el Dios Trascendente, en donde el significado del mundo interior se manifiesta en toda su evidencia por medio de su interior, y la Iglesia y sus misterios se contemplan a medio de una aureola de gloria”.
 
He transcrito este largo pasaje porque pienso que  esto es una característica del escritor. Pareciera que el hombre que escribió este pasaje, debe haber tenido alguna experiencia que él está intentando describir. Y esta opinión está confirmada por otros pasajes en los trabajos del autor. Los procesos de la vida espiritual son realidades evidentes para él. Presenciamos cómo en más de uno de sus libros nos encontramos con un cierto tipo de hombre: aquel que ha pasado a través de diferentes estados de la vida espiritual y ha alcanzado aparentemente la vida “unitiva”.

El autor evidentemente mira a éstos como tipos ideales (los llama “místicos”, ver “Los Convencionalistas”), armados para ser guías y consejeros de otros, ya sea que ellos han hecho de la contemplación el gran objetivo de sus vidas, o ya sea que ellos vivan en el mundo. Ellos son justamente Mr. Rolls en “Los Sentimentalistas”, Christopher Dell en “Los Convencionalistas”, y Mr. Morpeth en “Iniciación” – hombres que han sido purificados por las pruebas y han encontrado en la oración el secreto de la paz del alma. Nuevamente en “Alba triunfante”, donde trata de representar al mundo desde el punto de vista del futuro bajo la suposición de  un poderoso crecimiento de la Iglesia Católica, el escritor describe a Irlanda como el gran monasterio contemplativo de Europa, y al mismo tiempo, como el gran hospital mental. El contemplativo viene a ser un psicólogo competente para tratar todos los casos de depresión y colapso mental porque tiene la capacidad de impartir  a los otros en un grado exacto, la paz que él mismo ha alcanzado.
       
Otros ejemplos como éste podrían ser citados en los que Hugh Benson habla de la oración y de su influencia. Existe una historia en la mitología clásica que relata la historia de un hombre que descifró por sí mismo el laberinto a través de un hilo de oro. Hugh Benson encontró en la oración la llave para abrir los misterios del mundo de Dios, y que luce como un hilo de oro corriendo a través de sus diferentes trabajos y enlazándolos a ambos.

Él siempre trata de expresar en términos corrientes lo intrincado de la vida espiritual, en sus tres amplias divisiones: de la purgativa, de la iluminativa y de la vía unitiva, y escoge como sujetos de estas experiencias, no como bien podría esperarse, a un miembro de una orden contemplativa, sino al hombre que está ahí, a la vera del camino (“Otros dioses no”, parte 2, capítulo 6), como para mostrar que en su opinión estas experiencias están al alcance de todos quienes son lo suficientemente generosos, y  que responden con fidelidad a la gracia. Aquellos que están interesados podrán leer el mejor tratamiento devocional sobre el mismo tema en “La Amistad de Cristo”.
         
He oído decir, no sé con qué autoridad, que Hugh Benson se sentía fuertemente atraído hacia los cartujos, y que hubiera cambiado de buen grado la sotana y la vida activa por el hábito cartujo y la vida de contemplación. Puede ser verdad, pero existen muchos hombres a los cuales les atrae la vida cartuja y quienes, sin embargo, no necesariamente tienen vocación. Existe, por ejemplo, la bien conocida instancia de Santo Tomás Moro, y cualquier monasterio cartujo puede contar historias acerca de aquellos que llegan, pero que no se quedan; tal como lo observó un escritor cartujo:

“Existen vocaciones que provienen de Dios, y otras que provienen de la imaginación” (“La Gran Cartuja”, por un cartujo). Sea como fuere, Hugh Benson ni siquiera intentó su vocación, y uno no puede dejar de pensar que su peculiar talento se despliega sí mismo de la mejor manera en la vida activa. Ahora bien, que él tenía inclinación hacia la vida contemplativa es evidente a partir de sus escritos.
        
Estaba apasionadamente convencido de la verdad que reclama la Iglesia Católica, y bajo su influencia su fino talento fue desarrollado tal como el sol expande los pétalos de una flor y expone su belleza a la vista. Antes de convertirse en católico él nunca hubo mostrado ser una gran promesa, y aunque fue recibido en la Iglesia cuando tenía sobre los treinta, él sólo había hecho una incursión dentro de los dominios de la literatura. Su libro “La Luz Invisible”, escrito cuando era anglicano, tiene mérito desde el punto de vista literario, pero los cuentos no logran atrapar al lector como en sus trabajos posteriores.

Esto puede ser particularmente notorio si uno lo compara con el “Espejo de Shalott”, que son cuentos del mismo estilo, pero que se manejan con mayor certeza y fuerza. En efecto, la Iglesia Católica parece haber satisfecho completamente sus aspiraciones y descubrió en ella el ideal que él había estado buscando. A la luz de sus enseñanzas derramadas a lo largo de su vida, su poder adormecido despertó, y fue capaz de expresarse en el modo que hasta anteriormente nunca había sido posible. La aceptación incondicional de sus afirmaciones generó en él – para usar una expresión suya – una cierta devoción fija que vino a conducir sus fuerzas en esta vida.

Fue la apasionada convicción  de que ella es la Maestra Divina marcada de  humanidad; de que ella es la verdadera guía en la unión del alma con Dios, y de que  en ella, en la enseñanza de sus santos y místicos, está contenido el secreto de aquellas misteriosas experiencias del alma en oración, lo que produjo en él la “devoción fija” que lo urgía a darse a sí mismo completamente al servicio de la Iglesia, con tal  concentración de energía, que su sobrecargada constitución cedió a la presión, y murió cuando él había vivido un poco más que la mitad de lo que sería una vida de un hombre normal.
       
Aquellos que tuvieron el privilegio de conocerlo personalmente hablan de cierto encanto en sus modales y en la conversación, y de una atractiva simplicidad. Podía hablar acerca de sus propios quehaceres con una completa ausencia de afectación, y siempre dispuesto a escuchar las críticas a sus escritos.

Seguramente esto es signo de una verdadera humildad.  A raíz de esto conviene recordar que él fue un predicador con una reputación brillante; un escritor cuyos libros tienen una inmensa circulación; y fue muy solicitado como director espiritual. Pero ninguna de estas cosas minimiza su simplicidad. Antes bien, tenemos el testimonio de su hermano (“Hugh, recuerdos de un hermano”) para constatar que esta modestia parecía ir creciendo con los años.
        
Aquellos que han oído predicar a Hugh Benson no olvidarán fácilmente la impresión. El rostro infantil, con una mata de pelo desordenado, la figura delgada y la compostura un tanto torpe, no auguraba mucho, pero cuando se había apasionado por su labor, tenía a sus escuchas embelesados. Y esto también a pesar de sus defectos en el modo de hablar, porque no tenía una buena voz y a veces sonaba tenso hasta el extremo.

Apenas hacía uso de gestos, y tal como los usaba, bien podía haberlos dispensado, pues a medida que uno escuchaba el torrente de elocuencia y veía la delgada figura balanceándose de acá para allá con una energía apasionada, uno olvidaba todos los defectos de articulación y pronunciación, y se sentía arrebatado por la intensa convicción del predicador. Supongo que esto fue el secreto de su éxito como predicador: su inmensa sinceridad.

Aquí existió un hombre que, a pesar de su cierto y obvio defecto de oratoria, dijo lo que dijo con tal fuego de convicción apasionada, y con tal energía concentrada en su propósito, que uno no podía dejar de escuchar sus ardientes palabras. Por tanto, donde quiera que él fuera, su éxito como predicador fue notable, y se dice que algunas veces estaba comprometido hasta con dos años de anticipación.
 
El Señor del Mundo de Benson
           
Tal vez la novela más elaborada de Benson sea El Señor del Mundo. Sobre este texto hay un prólogo muy interesante a una nueva edición publicada en Roma: José Hernán CIBILS – Prólogo a “El Señor del Mundo”, de Robert H. Benson, segundo tomo de “La Biblioteca del Papa Francisco”, publicado recientemente en Roma por “Il Corriere de la Sera” y “La Civiltà Cattolica” [12].

Dice entre otras cosas: „El Director de “La Civiltà Cattolica” me pidió gentilmente que escribiera este prólogo para “El señor del mundo” de Robert Hugh Benson -volumen que formará parte de “La Biblioteca de Francisco”- con el fin de tratar de explicar por qué este libro se encuentra entre los favoritos del Papa Francisco, quien recientemente recomendó su lectura. Al abordar “El Señor del Mundo”, de Benson (edición traducida por L.Castellani, Bs. As., 2008), me puse en el lugar de Bergoglio. Traté de adivinar lo que él pudo haber sentido al leerlo“.
Benson escribió su libro en 1907. Su visión profética es la del surgimiento paulatino de una Anti-Iglesia, de una nueva “Religión Humanitarista”, dominada por la masonería. Los católicos existen aún, conservan algunos templos, hay Obispos, Cardenales y un Papa, Juan XXIV, pero han ido resignando lugares. Se les otorgó la entera ciudad de Roma como residencia del culto, a cambio de la entrega del resto de las iglesias y catedrales de Italia.

Al principio de la novela se describe la situación mundial en el S. XXI. Los países se han fundido en tres grandes bloques: el Imperio de Oriente, Europa y América. Y sólo hay tres religiones: el Catolicismo, el Humanitarismo y las religiones de Oriente. El Humanitarismo (“consecuencia del triunfo del herveísmo y del pensamiento kenótico”), sepresenta como una “religión” anti sobrenatural, en la que Dios es el Hombre. Es totalmente materialista y con la ayuda de la “psicología”, intenta reemplazar lo trascendente y demostrar que las creencias cristianas no son más que “autosugestión”.

Esta seudo religión brinda todavía “cierto alimento a los espíritus místicos”, tiene un credo y un ritual  y usa a las iglesias y catedrales como centros del nuevo culto. Es la llamada “iglesia libre”, que guarda las viejas formas cristianas pero vaciadas de su contenido espiritual esencial. Ex sacerdotes católicos renegados son utilizados para practicar los intrincados ritos y ceremoniales, que siguen siendo necesarios para atraer a las masas.

El personaje central de la obra, el P. Percy Franklin, que vive en Londres, ciudad ultramoderna, con maravillosos transportes y sin ruidos, es un sacerdote con certero criterio, hombre de consulta del Santo Padre y que debido a los acontecimientos acelerados que devienen, pronto se convierte en Cardenal y finalmente en el último Pontífice.

Es un hombre de sólida fe que encuentra su ancla en lo más profundo de la meditación mística, descripta así por Benson: reclinado en oración Percy “… estaba más allá del velo de las cosas, detrás de la barrera de la sensación y el discurso, en aquel secreto sitio al cual había aprendido a penetrar con constante ejercicio,…donde el sentido del mundo externo se transparenta desde su interior…”.

Este modo de orar del P. Franklin me sugiere que Benson conoció la obra mística del S. XIV “La Nube del No Saber”, atribuida a un monje inglés anónimo, donde se enseña la práctica de la oración callada, muy similar al método zen.
El P. Percy observa con desazón cómo un cura amigo pierde la fe. Trata de convencerlo, de hacerlo volver al redil, no con argumentos sino con las razones del “corazón”, como las que él experimenta en su oración, pero sin éxito. El P. Percy Franklin es un contemplativo en la acción: de la oración mística profunda extrae las fuerzas para conservar su fe, y continúa orando en medio de la acción de la vida diaria.

Volvamos a Benson. Bergoglio siempre supo que la psicología no es enemiga de la religión (en esto no concuerda con el autor), sino que por el contrario, al liberar la mente y el espíritu de conflictos, brinda al hombre la salud mental que le permite abordar con mayor libertad lo religioso.

Francisco nos alerta al igual que Percy Franklin, sobre el avance de un “humanitarismo” disfrazado de religión, que, usando en su provecho la tendencia actual a la globalización, trata de convertir a la Iglesia en una “ONG”.
Esta solución “fácil” de optar por la muerte, hace ver lo arduo que le resulta al hombre moderno acercarse al misterio de la Pasión de Jesucristo, o comprender los tormentos sufridos por San Ignacio en la cueva de Manresa, acometido por el impulso de arrojarse a un foso, o captar el significado de la “noche oscura del alma” de San Juan de la Cruz, o aceptar el sufrimiento, simplemente…

Dice Juan Pablo II: “A esta experiencia [del sufrimiento] San Juan de la Cruz le ha dado el nombre simbólico y evocador de noche oscura… Él no intenta darle respuesta al terrible problema del sufrimiento en el orden especulativo; pero…descubre algo de la maravillosa transformación que Dios efectúa en la oscuridad… “.

Esta “noche oscura” me remite nuevamente a “La Nube del No Saber” (Ed. Paulinas, Madrid, 1981), donde en su capítulo 44 leemos: “Todo hombre tiene muchos motivos de tristeza, pero sólo entiende… la tristeza el que experimenta que es (existe)…Esta tristeza purifica al hombre del pecado…prepara al corazón para recibir aquella alegría por medio de la cual trascenderá finalmente el saber y el sentir de su ser”.

Cuán lejos de estos conceptos está el “humanitarismo” denunciado por Francisco y descripto proféticamente en “El Señor del Mundo”.
La gran mentira del “humanitarismo”, según Benson, su falsa promesa, es que será capaz de lograr la “paz universal” y sobre todo que podrá apaciguar el alma, atormentada por su finitud, enfrentada a un mundo extraño que trata de racionalizar.

La encrucijada que bien vislumbran Benson y Francisco y la pregunta que se plantean, es cómo podrán sobrevivir los valores de la Palabra de Jesús en un mundo totalmente nuevo, ajeno al misterio de la Cruz, deseoso de libertad individual y progreso técnico, aunque también de un nuevo sentido de lo comunitario.

La respuesta la encuentro prontamente en la feliz Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, de Francisco. Allí nos queda claro que Jesucristo no está atado a un tiempo o a un espacio, a una era dada de la humanidad. Su mensaje es “Una eterna novedad…un anuncio renovado… su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado… Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo  y nos sorprende con su constante creatividad divina…”.

Otro tema importante en la novela visionaria de Benson, es el del rol de la mujer. Leemos por ejemplo que “…el golpe maestro de la masonería ha sido la inclusión de las mujeres” y que habría que imitarlos: “¿Acaso planes tras planes no se habían hundido por haber sido olvidado el poder de las mujeres?… En la Iglesia tampoco a las mujeres se les había dado parte activa, excepto en trabajos domésticos o de beneficencia ¿y no eran capaces las mujeres de otro trabajo?”

La religión humanitarista visualizada por Benson, que es una Anti-Iglesia Católica aunque disfrazada de “verdadera”, llega al extremo de crear su propio remedo de la Virgen María, sus adeptos confeccionan una imagen de la “Madre, Reina del Mundo, Consuelo de los Afligidos”, a la cual veneran…

Por otra parte en “El Señor del Mundo” es una mujer, la propia esposa del diputado Oliver Brand, Mabel, la única persona no católica que descubre la tétrica realidad que se esconde bajo la mentira oficial. Como no puede soportar ni elaborar el conflicto que surge en su interior, toma una trágica decisión.

Es que en el opúsculo bensoniano, el nuevo movimiento mundial en formación encuentra, engendra en un momento dado a su líder, en la figura de un tal Mr. Felsenburgh, un político americano que salta de repente a la fama por sus hábiles negociaciones diplomáticas, que logran sellar la paz mundial. Ya nunca más habría guerras ni destrucción, es lo que creen todos!

La comunidad internacional le otorga por lo tanto algo parecido a “la suma del poder público”, es nombrado “Presidente del Orbe” y mucho más, es considerado el nuevo Mesías, se dice que “…Él era el Creador… el Redentor… el Salvador. Era el Hijo del Hombre… el Eterno… el Infinito… el Alfa y Omega…”.
Un falso Cristo, el Anti-Cristo, puramente humano…

Pero Mr. Felsenburgh no tardará en mostrar su verdadero rostro: poco después de proclamar la paz y concordia universales manda destruir la ciudad de Roma y permite que hordas salvajes se lancen a devastar iglesias, monasterios y conventos… Su mensaje justificatorio es cínico: “…no había que arrepentirse… Roma no era más, y el aire estaba más limpio por eso…”. Acto seguido “el pacifista” ordena el exterminio de los católicos, los únicos que aún se le resisten, pues todas las otras religiones se han rendido ante su poder.

El marido de Mabel, Oliver, apoya la orden y está de acuerdo con esta “solución final”. Entonces ella declara haber sido “…engañada; que la esperanza del mundo era una monstruosa burla; que el reino de la paz universal estaba tan lejos como nunca; que Felsenburgh había abusado de su confianza y roto su palabra”.
Como ya dijimos, Mabel toma en consecuencia una irreversible decisión. Pero en el instante postrero encuentra a Dios.

Sigamos con Benson. Ya casi llegando al final de su narración, muertos Juan XXIV y la mayoría de los dignatarios eclesiásticos durante la destrucción de Roma dispuesta por Mr. Felsenburgh, Percy Franklin es nombrado Papa por los pocos Cardenales sobrevivientes y se refugia secretamente en Jerusalén. Informado por la delación de un Judas moderno, Felsenburgh ordena el alistamiento de una flota de bombarderos para abatir la Ciudad Santa y con ella (así lo ansía) el último vestigio de la Cristiandad.

Olvidaba mencionar que la apariencia física, los rasgos faciales de Percy Franklin, el último Papa, son notablemente parecidos, casi iguales a los de Felsenburgh, con quien muchas veces se lo confunde. Es la forma en que el Anticristo se presenta, camuflado.

Por mi parte confío en que el libro de Benson no sea del todo profético. Me estremezco al pensar que según las discutidas profecías de Malaquías, Francisco viene a ser el Papa No. 112, o sea el último… será verdad?, presagia Benson realmente la cercanía del fin del mundo?  Dejemos que el lector atento lo dilucide.

Aunque este tema no tenga mucha importancia para los africanos que mueren ahogados en el mar, en su huida desesperada hacia Lampedusa, o los que perecen a diario en los múltiples conflictos o mini guerras de la actualidad, como el caso de Siria (para citar dos temas caros a Francisco). Para ellos el mundo ya terminó.

Sin olvidar empero que el Apocalipsis de San Juan no es sinónimo de catástrofe final y sin remedio. Por el contrario, así como Cristo resucitó una vez, venciendo a la muerte y llenando la vida de Esperanza (no sólo para los cristianos sino para todo el universo), nos ha prometido también Su segunda venida, la Parusía, donde la creación entera resucitará y será plenificada. Es una promesa bíblica en la que creemos.

En síntesis: por qué “El señor del Mundo”, de Robert H. Benson, mereció ser recomendado por el Papa Francisco? Creo que aunque no se avizore por el momento ninguna figura mundial comparable con Mr. Felsenburgh y que pueda ser definida como “el Anticristo”, el proceso que será su caldo de cultivo, según lo augura Benson, se halla en pleno desarrollo.
 
La Amistad de Cristo de Benson

Dejemos que aquellos que quieran conocer algo sobre la vida interior recurran a su libro La Amistad de Cristo, donde encontrarán una iluminada descripción sobre las diferentes fases de la vida espiritual. Ellos aprenderán cómo la amistad de Cristo es el secreto de los santos; cómo este proceso de amistad se desarrolla en la triple etapa de la purgativa, de la iluminativa y de la unión; y cómo “las más sagradas experiencias de vida son estériles a no ser que Su amistad las santifique” (La Amistad de Cristo). Ellos se darán cuenta mejor que “la Iglesia es el Cuerpo en el que Cristo mora y actúa; que el Santísimo Sacramento es Él, con la misma naturaleza humana con la que vivió en la tierra y ahora triunfa en el cielo; que la santidad de los santos en Su propia santidad; que las palabras y los actos del sacerdote son las palabras y los actos del Sacerdote Eterno, y que la suprema queja de los pecadores resuena en la persona de Cristo ultrajado y crucificado o despreciado con ellos”.

Ellos aprenderán también que Cristo en el Tabernáculo significa para él la presencia viva del Amigo, y esta es la lección que cada católico debe esforzarse por atesorar en su corazón. Vamos a despedirle, entonces, frente al Tabernáculo, en la Presencia de su Amigo y del nuestro. Y cierro todo este imperfecto bosquejo con un verso de uno de sus poemas:
 
“No, pero con fe yo busqué a mi Señor la última noche,
Y lo encontré brillando donde la lámpara estaba en penumbras
El sombrío altar brillaba en lo alto,
Un trono para Él:
Como visto a través de una red de trabajo, su gracioso Rostro
Mirando frente a mí, y llenando la oscuridad con la gracia”
       
Fr. Allan Ross, 1916. Sacerdote del Oratorio de Londres, fallecido en Hampstead en 1934, a los 64 años.

Notas:   
 
[1] Puede leerse en este enlace.
[2]  Pérez de Laborda, A. La Filosofía de Pierre Teilhard de Chardin. La emergencia de un pensamiento transfigurado. Ediciones Encuentro. Madrid, 2001, 476 páginas.

[3]  Cuénot, C., Pierre Teilhard de Chardin. Le grandes étapes de son évolution. Plon, Paris, 1958, 489 + XLIX pág; edición española: Cuénot, C., Pierre Teilhard de Chardin. Las grandes etapas de su evolución. Taurus, Madrid, 1967, 640 páginas (sobre todo, a partir de la página 53).

[4]  Pierre Teilhard de Chardin. Genèse d´une pensée. Bernard Grasset editeur, París, 1961. Edición castellana: Génesis de un pensamiento. Cartas (1914-1919). Taurus, Madrid, 1963. Presentado por Alice Teillard-Chambon y Max Henri Bégouën y precedidas de una introducción de Claude Aragonnès. Traducción de Teófilo Delgado. 369 páginas. En la introducción de Claude Aragonnès (su prima Margarita Teillard-Chambon) leemos (pág. 31): “De entre los acontecimientos exteriores de su vida, la guerra ha sido para el Padre Teilhard probablemente el más decisivo. Ha tenido sobre su vida una repercusión profunda. No es exagerado decir (así lo pensaba y así lo decía él) que la guerra le ha revelado a sí mismo. De todos modos, la guerra vino a precipitar un desarrollo interior que no se hubiera producido tan pronto ni, seguramente, tan irresistiblemente, sin las circunstancias que han acrecido considerablemente su experiencia humana, puesto su espíritu en movimiento y templado su carácter”.

[5] La “Tercera Probación” es una etapa de un año, finalizados los estudios teológicos, durante la cual los  jóvenes jesuitas hacer una síntesis personal de toda su larga formación y se preparan para la Misión que la Compañía de Jesús quiera encomendarles en el futuro.

[6] Bergson, H., La Evolución creadora. Colección Austral, Madrid, 1985. Henri-Louis Bergson (1859-1941) publicó  L´évolution créatrice en 1907. Posiblemente, Teilhard lo leyó con avidez durante sus años de estudio de Teología en Inglaterra. Ver: Bartélemy-Madaule, J., “Bergson et Teilhard de Chardin”. Les études bergsoniennes, París, 1960, volumen V, pág. 65-71.

[7] Cuènot, C., opus cit., pag. 68-69.

[8]  Pierre Teilhard de Chardin. “El Corazón de la Materia” (1950). El Corazón de la Materia, Sal Terrae, 2002, pág. 26-30.

[9]  Cuènot, C., opus cit., pag. 70.

[10] http://niebladeguerra.blogspot.com.es/2009/07/capturando-el-fuerte-de-douaumont.html

[11] http://bensonians.blogspot.com.es/2014/02/mgn-robert-hugh-benson-por-fr-allan.html

[12] https://jhcibils.wordpress.com/2014/05/21/prologo-a-el-senor-del-mundo-de-robert-h-benson-segundo-tomo-de-la-biblioteca-del-papa-francisco-publicado-recientemente-en-roma-por-il-corriere-de-la-sera-y-la-civilta-cattolica/

 

 
Artículo elaborado por Leandro Sequeiros, Academia de Ciencias de Zaragoza, co-editor de Tendencias21 de las Religiones.
 
 
 

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